Los cortes de luz han cesado ya y tras un día intenso de actividades acuáticas, nos acercamos a cenar al restaurante de nuestro hotel – Mermaid Paradise-, a pie de playa. En una de las mesas, el hijo de la pareja que regenta el alojamiento hace sus deberes de matemáticas. Su madre, al lado, pone en práctica esta disciplina y hace las cuentas del día. Horas antes, ella nos ha avisado llena de emoción de que han cazado un cerdo salvaje y ahora esperamos a comerlo, junto con otros huéspedes.
El lugar está muy tranquilo y es que apenas hay nadie a nuestro alrededor. Situados en la costa más allá de Port Barton y teniendo en cuenta que no hay triciclos o taxis que nos puedan traer y llevar al pueblo principal, estamos felizmente ‘encerrados’ allí. En nuestro rincón favorito de Filipinas.
Acabamos en este lugar porque cuando intentamos reservar alojamiento en Port Barton, fue imposible. Este pueblo, que hace años apenas recibía turismo, es cada vez más popular. Puedes arriesgar e ir sin hotel, pues hay opciones económicas y básicas que te ofrecen en el pueblo una vez estás allí, pero que no tienen escaparate en Internet. No obstante, nosotros preferimos la seguridad… y al final, nos salió bien la jugada.
Cuando llegamos al pueblo no teníamos ni idea de cómo movernos, así que fuimos al centro de atención al viajero, situado en el centro de la población. Si tienes cualquier problema, te aconsejo que te acerques, pues son muy amables y al rato de estar allí, ya nos habían ofrecido comida y habían puesto todo de su parte para que nuestra experiencia fuera mejor. El caso es que tuvimos la suerte de que allí también estaba Dan, inglés afincado en Suecia, que también esperaba a alguien de nuestro hotel para que lo llevara allí.
Tras un rato de espera, nos recogieron y aparecimos allí, en la playa casi desierta de Pamaoyan, donde en las siguientes horas, solo fuimos cinco personas alojadas y dos o tres del staff. La playa no es especialmente bonita, sobre todo porque la arena no es blanca. Además, hay que tener cuidado porque hay pequeñas medusas. No obstante, el lugar es el más acogedor de los que conocimos en el país. Y encantador.
El hotel tiene restaurante, está equipado con un barco y un kayac para las actividades acuáticas y una hamaca para mecerte y disfrutar de las vacaciones. Cuando fuimos, el quad del que disponían, estaba estropeado. Además, Jeffrey, el dueño, ofrece los tours habituales en la zona. Por eso, no salimos de allí por dos días y puedo asegurar que no nos aburrimos. No necesitábamos nada más.
El primer día, paseamos. Vemos como los niños de la zona vienen en barco al colegio, que debe estar escondido y no llegamos a ver. Nos damos un baño porque el tiempo acompaña y nos tomamos una cerveza. A la hora del atardecer, incluso, ese día podemos ver los últimos instantes del sol ocultándose en el horizonte y eso me hace amar un poco más a este lugar, si cabe. A la noche cerramos el tour para el día siguiente, ya que también aquí saltar de isla en isla es la actividad más popular.
‘Island hopping’ en Port Barton
Hicimos esta actividad varias veces en nuestro viaje a Filipinas, pues es muy común que haya pequeñas islas con playas paradisíacas en los alrededores de los lugares más frecuentados. Pero esta vez fue especial porque ya conocíamos a Jeffrey y a alguno de nuestros acompañantes, por lo que lo vimos más que en otras ocasiones, como una excursión con amigos. Como aquí podemos ir al campo, en un mismo coche y merendar en un buen lugar natural; allí, íbamos en barco y con el equipo de snorkel para conocer el mundo marino de los alrededores de Port Barton, además de parar a comer en una isla con encanto infinito, como fue la German Island –parada obligatoria si podéis elegir recorrido-.
La primera parada fue una zona donde hay tortugas. Nosotros ya las habíamos visto en Bohol, anterior parada del viaje, por lo que tampoco estábamos deseosos, aunque siempre merece la pena. El día estaba un poco ventoso y el mar estaba revuelto, pero como siempre, bajo el mar, todo era mucho más apacible. Tras un rato viendo de nuevo a los peces tropicales que habitan estos mares, alguno de nuestra expedición avistó una tortuga. Todos fueron rápidamente para allá y yo, que nunca he nadado especialmente bien, encontré el impulso de Jeffrey, que me agarró de la mano para poder disfrutar de la experiencia. Después paramos a comer en la German Island, un lugar idílico donde parece que estamos en medio de la nada. Si bien Port Barton cada día es más popular, nosotros estas actividades las realizamos sin apenas compañía de otros turistas.
Tras comer, fuimos a otro ‘spot’, donde se formaba una especie de laguna debajo del mar. Seguimos haciendo snorkel con Jeffrey, que me alertó de la presencia de una serpiente marina -¡pueden ser peligrosas!- y de la existencia de plantas en la roca que se abrían o cerraban si les hacías saber que estabas allí. Como siempre, disfrutamos de esta experiencia sobremanera y acabamos el día en una zona plagada de estrellas de mar. Aunque al volver a nosotros aún nos quedaron ganas de coger el kayak y recorrer las zonas cercanas.
Esta vez, los niños que volvían a casa del colegio nos llamaron e intentaron subirse con nosotros a nuestro medio de transporte y fue maravilloso compartir con ellos nuestro escaso inglés y muchas sonrisas. Es en estos rincones donde a veces surge la magia del viaje. También intentamos ver de cerca a un pescador que no nos recibió tan alegre y que entonces observamos en la distancia.
A pesar del esfuerzo que hicimos con el kayak, hay pocos medios que nos dieran tanta perspectiva de los lugares en Filipinas. Y aún tengo marcada la imagen, cuando descansaba, de aquel lugar tan fascinante. De aquella vida tan sencilla y tranquila. De aquella gente que no tenía mayor deseo que disfrutar de lo que más amaba: su entorno.
Nuestras horas estaban contadas allí y pasarán los años y seguramente aquel dejará de ser el lugar calmado que hoy es. Pero en su esencia siempre quedará el recuerdo de los que lo hicieron tan especial. O al menos eso quiero creer yo.
DATOS PRÁCTICOS
-Para llegar a Port Barton, nosotros tomamos un minibús desde Puerto Princesa. Se toma en la estación de autobús. Mi consejo es que no hagas caso a nadie de los que te vayan a ofrecer el billete y solo preguntes, de modo que llegues al lugar indicado. Si no, ellos se llevarán una comisión que en ocasiones dobla el precio habitual. Son unos euros, pero da rabia luego ver cómo funciona el tema. Por otro lado: paciencia. Hasta que no lleguen el vehículo no suelen partir, incluso volviendo cuando ya se han puesto en camino.
-Para dormir, comer y beber, nosotros utilizamos el mismo sitio por los dos días que estuvimos allí: nuestro hotel, el Mermaid Paradise. Como he descrito, era un lugar súper agradable, con cerveza y buena comida; y sobre todo, un personal encantador y amable que hizo que nos sintiéramos como en casa. Solo habíamos reservado un día y el dueño dejó su habitación, incluso, para que estuviéramos allí una noche más. Lo recomiendo 100%.
*Si quieres conocer más sobre nuestro viaje a Filipinas, te invitamos a leer sobre los tres días que estuvimos en Borácay y sobre nuestro paso por Bohol.