Estamos al oeste de Tokio, en el distrito que no duerme, el más activo y comercial, símbolo del presente rico y moderno de la ciudad y de todo Japón: SHINJUKU. Nuestro hotel, en la zona oriental del barrio, da a la avenida principal, Sanchome, llena de tiendas y locales de todo tipo, y al Barrio Rojo, el Kabukicho, paraíso de la noche y sus placeres, siempre bajo la luz de los neones y a la sombra de la yakuza, la mafia de turno. La parte más occidental es la de los grandes hoteles (el Park Hyatt de “Lost in translation”, por ejemplo) y los rascacielos, entre los que destaca la mole del nuevo Ayuntamiento, el Tocho, nombre que le viene como anillo al dedo a este auténtico tocho arquitectónico de dos torres gemelas enlazadas, con oficina de turismo abajo y mirador gratuito en el piso 45º muy recomendable por sus vistas panorámicas sobre toda la ciudad.
En medio, separando ambas partes, como una muralla inexpugnable, se extiende la gigantesca estación de Shinjuku, la más concurrida del mundo, una auténtica ciudad bajo tierra que soporta a diario más de tres millones de pasajeros, con una docena larga de líneas de metro y tren, más de 50 salidas y donde, a decir de los mismos vecinos, “hasta nosotros nos perdemos”. Último domingo de febrero. A las siete y media de una mañana fría pero sin lluvia, dejamos nuestros aposentos para dirigirnos andando hacia la línea de salida del Maratón de Tokio 2015, en las calles aledañas de la citada sede municipal. Cruzar sin remedio ese laberinto subterráneo, volver a la superficie, pasar el control de entrada, dejar la bolsa en el camión correspondiente, subir a la zona de salida, todo en lentas colas y entre un hormiguero de corredores que buscan lo mismo, supone una larga odisea. Así que, sin poder apenas calentar, uno consigue de milagro entrar al excusado portátil, y eso que los hay por docenas, donde intenta depositar los últimos nervios. Ya no queda nada para que comience la carrera, a las nueve y diez en punto, solo lo justo para entrar por los pelos al corral correspondiente, escuchar el himno nipón y abandonar allí mismo la ropa de abrigo desechable. Pistoletazo de partida, pisada de la alfombrilla electrónica y cronómetro en marcha. ¡A correr!
Con dirección este, y siendo todo el perfil de la carrera relativamente llano, los 5 primeros quilómetros son más que favorables y uno debe refrenarse un poco si no quiere pagarlo al final. Se gira luego hacia el sur y se entra en el pasado, hoy bien integrado en esta megalópolis moderna y laboriosa. Estamos al lado del antiguo Castillo de Edo (nombre anterior de la capital), actual Palacio Imperial, una fortaleza gigantesca en medio de un frondoso bosque y aislada por altos muros y un foso-río, cerrada a la curiosidad del viajero. Este debe conformarse con el fotogénico marco que ofrecen sus jardines exteriores y la entrada principal, donde algún cisne elegante surca el agua bajo los ojos del precioso puente Nijubashi.
En el quilómetro 10, comienza un tramo en paralelo donde puedes encontrarte de frente con la cabeza de la carrera, mientras vamos dejando a la derecha el modernísimo complejo de oficinas, ocio y centros comerciales de ROPPONGI Hills, y algo más abajo la torre de TOKIO, gemela de la Eiffel parisina pero algo más alta y estilizada, otro buen mirador urbano, hasta alcanzar en SHINAGAWA el punto en que volvemos hacia al norte, ya pasado el quilómetro 15. Superado ese largo tramo, llegamos al ecuador de la carrera, tras 21 quilómetros largos, y de nuevo en paralelo vamos dejando atrás, sucesivamente y a la izquierda, la gran estación de Tokio, que resplandece en su fachada de ladrillo rojo, antes de alcanzar el quilómetro 25; después AKIHABARA, la meca de la electrónica, el manga y el anime; y más al norte UENO, con su parque, sus museos y sus pequeños templos. Hasta llegar al límite septentrional de la prueba en ASAKUSA, punto de retorno definitivo hacia el sureste.
Nacido en torno al gran templo budista de Senso, es este el barrio más tradicional de la ciudad; tuvo su apogeo en el primer tercio del siglo pasado y hoy es una zona completamente reformada, aunque mantiene una gran pujanza comercial. A nuestra izquierda, corre también hacia su meta el cercano río Sumida, ancho y caudaloso, que cruza Tokio de norte a sur para desembocar en la bahía (hasta ella se puede navegar, desde estos muelles, en un interesante paseo fluvial); algo más allá, podemos divisar la Tokyo Skytree, la torre de telecomunicaciones más alta del mundo, otro mirador excepcional que se yergue por encima de los seiscientos metros. Un poco más adelante, en RYOGOKU, nosotros ya llevamos 30 mil en las piernas y nos consolamos con saber que allí, nada más pasar el río, se encuentra el Estadio de Sumo, el Kokugikan, donde también estarán sudando los disciplinados luchadores gigantes. Mal de muchos…
Al final de este segundo tramo paralelo, nos espera el afamado y céntrico barrio de GINZA, que ya tocamos antes. En su zona de centros comerciales y tiendas de lujo se ubica el renovado teatro Kabuki-za, histórica sede del drama japonés más popular, con su estética local intacta y bien escoltado por el modernísimo rascacielos homónimo; la otra zona, más popular, gira en torno al Mercado de Tsukiji, enorme plaza de abastos cuyo atractivo principal es la lonja del pescado, destartalada y concurridísima, donde se puede asistir al rito tempranero de despiece y subasta del atún o probar algún exótico plato marinero. Y por fin llega muestro “muro”, el decisivo quilómetro 35, cuando la energía muscular entra en reserva y las piernas se niegan a tirar, momento de apretar los dientes y correr con la cabeza.
Por si eso fuera poco, hay que cruzar el río, ahora sí, que desemboca rompiéndose en diferentes brazos, para entrar en el futuro, en las islas de la bahía, hoy unidas por múltiples puentes (rompepiernas siempre) y recuperadas para la ciudad, que tiene en la de ODAIBA, al sur, una de las mayores y más modernas zonas de ocio juvenil: grandes centros comerciales, tiendas especializadas, parque de atracciones, acuarios, locales de fiesta y gastronomía, sedes multinacionales, centros termales y hasta una playa artificial, con buenas vistas sobre el agua y el horizonte urbano y algunos símbolos de reconocida imitación: una noria muy londinense, una estatua de la libertad muy neoyorquina y un impresionante puente, el Rainbow Bridge, que conecta la bahía con el cercano puerto y al que las luces nocturnas visten de arcoiris.
Por suerte, algo es algo, animados por la música y un público entregado, alcanzamos los 42.195 metros un poco antes, ¡uf!, tras superar los inevitables puentes y desvíos, a los pies de la mole gigantesca del Tokyo Big Sight, el Palacio de Congresos y Exposiciones donde se instaló la Feria del Corredor que precede a la carrera y donde ahora docenas de voluntarios nos cuelgan la medalla, nos arropan y nos felicitan con amables sonrisas y efusivas reverencias. Misión cumplida: hemos repasado la historia del lugar mientras pasábamos corriendo por los centros neurálgicos de una ciudad sin centro. Un día para recordar o, como reza el eslogan de esta impresionante carrera, the day we unite.