Petra, la ciudad antigua que conforma el mayor tesoro turístico de Jordania, es un lugar de esos que alienta a empezar el relato así: “Hace muchos años, exactamente en el siglo VIII a. C., fue creada una ciudad que actualmente es uno de los enclaves arqueológicos más importantes del mundo…”. Porque varias son las razones que sitúan a este lugar más cerca de la ficción que de la realidad, al menos desde el punto de vista moderno y occidental, que es el mío. El hecho de estar esculpida en plena roca, escondida en un mar de piedras y haber dado cobijo a pueblos comerciantes que se trasladaban con su caravana hacia otros lugares de Oriente Próximo hace que cuando me imagino su historia me resulte cuanto menos, un lugar lleno de magia. Esa es Petra; la magia hecha lugar.
Mi primer contacto con esta ciudad antigua fue al caer el día, en un pase especial conocido como ‘Petra by night’ y en el que la luz de las velas te guían para aparecer finalmente ante el monumento conocido como ‘El tesoro’. Tengo que reconocer que ese día estaba cansada y quizás no supe meterme de lleno en el papel que ofrece la ausencia de luz a los lugares para hacerlos aún si cabe, más mágicos.
Desde luego, el momento lo tenía todo. La paz de la noche; la luz de las velas; la calma general en el ambiente… en definitiva, la reducción de estímulos capaz de hacer reflexionar lo que uno siente cuando ve Petra por primera vez. No hay palabras quizás para ese momento, así que te invito a que empieces a pensar ya en un viaje a Jordania.
Me senté contemplando el monumento y escuchando la música que tocaba un beduino y pensé en las ganas que tenía de explorar cada detalle de este lugar al día siguiente. Fue una primera toma de contacto, pero sí, necesitaba los cinco sentidos para conocer este lugar, que se convirtió en la visita más especial del periplo de cuatro días que me llevó a Jordania.
Al día siguiente, ya tenía todas las energías puestas en seguir los pasos de un joven aventurero suizo, Jean Louis Burckhardt, que fue quien descubrió esta ciudad antigua en 1812 a los ojos del mundo. Aunque las emociones fueran diferentes, supongo que pocos lugares en el mundo crean la expectación de Petra, ya que hay que adentrarse en el desfiladero del Siq y recorrer una distancia importante entre altas paredes de roca que apenas dejan entrar los rayos de sol pero que constituyen parte del encanto del lugar: la piedra, de color anaranjado, dispara la atracción que provocan los paisajes desérticos y sus formas serpenteantes hacen que uno quiera captar todo el rato esa maravilla en la cámara fotográfica.
En un momento dado, a cierta distancia y bajo la luz, podemos distinguir ya el monumento más importante de la ciudad antigua de Petra: El tesoro. La perfección con la que fue hecho y sus características hace que durante el recorrido lo mirara varias veces, totalmente absorta. De cuarenta metros de alto, se cree que fue construido en el siglo I a. C. por el rey nabateo Aretas III y que pudo ser realizado por constructores helenísticos, mezclando su estilo con el del pueblo donde se asienta esta joya arquitectónica. Esto sería una constante, pues al igual que el pueblo jordano, Petra, en el pasado, sirvió y se sirvió de los pueblos a los que daba cobijo para crecer y prosperar, además de plasmar así su natural hospitalidad. Su función, se cree, fue la de ser tumba real, si bien es conocido como tesoro porque los beduinos creían que era un gran tesoro faraónico.
Pero mucho más allá de lo que se pueda pensar, Petra no es solo –ni mucho menos- el monumento del tesoro. Se extendía en torno a unos quince kilómetros a la redonda y para visitar todas las ruinas, recomiendo emplear al menos un día. De hecho, yo no recorrí todo lo que se podía, sino que me limité a ver varios lugares clave a través del paseo central y sobre todo, hacer la caminata que lleva al Monasterio, el segundo de los monumentos más conocidos de Petra y cuyo recorrido merece mucho la pena.
El hecho de que sus pobladores creyesen en la reencarnación hizo que la gran mayoría de los restos arqueológicos de la urbe sean tumbas, contando con el propio tesoro. Entre ellas, destacan la Tumba del Obelisco, situada antes de entrar en el desfiladero del Siq, o las tumbas del Palacio y la Tumba de la Urna, que forman parte de las Tumbas Reales Nabateas y otra de las paradas más imponentes, por su minuciosa estética plasmada en piedra, que yo hice a la vuelta de la visita del monasterio.
Entre las huellas de identidad de la ciudad de Petra está sin duda la mimetización con los pueblos a los que daban servicio. Como pueblo nómada, los nabateos se empapaban de los conocimientos y la cultura de aquellos con quienes tenían contacto e intentaron estar presentes en todas las rutas comerciales de la zona; de modo que también sacaran partido de esta relación. Así floreció Petra y se cree también que sus espectaculares monumentos fueron una forma de mostrar su poder.
Esta certeza también puede verse actualmente en los restos de la ciudad, que beben también de otras civilizaciones. Son ejemplos la Tumba del Obelisco tiene claras referencias egipcias; o Tesoro, el Propileum y el Monasterio, con detalles arquitectónicos griegos. Otros derroteros vivió el Teatro Romano, que nació con el pueblo nabateo pero luego fue ampliado cuando Petra fue anexionada al Imperio Romano, que también se deja notar por calzadas romanas que aún se pueden distinguir perfectamente.
Visita al monasterio (Al-Dayr) en Petra
El monasterio (Al-Dayr) es el segundo monumento más impresionante de Petra y aunque el acceso es algo duro, si estás bien físicamente, la recompensa será realmente gratificante. También ideada como tumba nabatea, fue después utilizada como iglesia cristiana en el periodo bizantino; de ahí el nombre. Para llegar, el reto será superar 800 escalones y una fuerte pendiente, pero nada que una buena conversación, varios parones en el camino para coger fuerzas y beber agua y deleitarse con el paisaje pedregoso que te rodea puedan salvar. Si no puedes más, siempre está la tentación de subir en burro, pero lo desaconsejo, ya que no creo que sea bueno para el animal.
Y por fin, tras un camino tan difícil como bonito –a cada paso, entiendo un poco mejor el sobrenombre de “la ciudad escondida” para Petra-, podemos observar con nuestros propios ojos el monasterio. En el mismo lugar, hay un bar donde poder recuperar y tumbarnos un rato. Aún tendría fuerzas para subir un poco más para contemplar las vistas del Valle de Aravá, entorpecidas un poco por la calima que nos acompaña durante los días que visitamos Jordania. No obstante, merece de nuevo la pena contemplar esa ciudad de piedra, donde ondea la bandera de su país y hay también un puesto de té con ambiente un tanto hippy que nos acerca a la Petra de los beduinos y su ritmo pausado.
El camino de vuelta es una mezcla entre cansancio y felicidad por haber descubierto esta joya nabatea, considerada también una de las 7 maravillas del mundo moderno de 2007 y que es sin duda uno de los lugares más mágicos que he pisado nunca.
Consejos para ir a Petra
- Días: En un día muy bien aprovechado, ves Petra, pero no a la perfección. Dado que es uno de los lugares más interesantes que visitarás nunca, no sobrarán dos días bien empleados en la ‘Ciudad Perdida’.
- Recursos: Para ir a Petra, solo necesitas ropa cómoda para andar mucho y algo de dinero suelto para comprar agua, ya que si vas en época de calor, la temperatura será alta.
- Tarifas: La entrada a Petra para un día es de 50 dólares; y para dos, de 55 dólares.
- Horarios para visitar Petra: De 6:00 a 18:00 en la época de verano y hasta las 16:00 en invierno.
- Hotel: Moevenpick Petra Hotel, en el que os hablo más en profundidad en el post sobre hoteles en Jordania.
*Nota: Este post es producto de la invitación por parte de las autoridades jordanas a conocer el país, a las que agradezco desde estas líneas tal ofrecimiento.
¡Cada vez tengo más ganas de ver este increíble lugar! Espero que algún día no muy lejano se haga realidad 🙂 Por un momento me has transportado hasta ahí con tu relato 😀
Lo que no sabía es que era un sitio taaaan grande.
Un beso,
Flavia
Gracias por tu opinión, Flavia.
Me alegro haberte trasladado aunque sea un poco de esta maravilla de lugar 🙂 Es muy especial, no puedo dejar de recomendarlo…
Y sí, es enorme, ¡estuvimos 8 horas andando! pero ya sabes, el típico esfuerzo que merece mucho la pena.
Un saludo,
Ire
Debe ser apasionante ese momento en que te adentras en el desfiladero del Siq y terminas en Petra. Un destino que espero conocer pronto, está claro que hay que cubrir todas las maravillas del mundo y otras tantas que hay sin este apelativo, pero que lo valen igual.
Un saludote 😀
Gracias por el comentario José Carlos!!
sí, es un momento emocionante, una especie de shock… pero creo que prefiero la sensación del final. Cuando te vas y vas asimilando todo lo que has visto ese día, imaginando en cada momento cómo era Petra en el pasado.
Un abrazo!
Irene