*La redacción de este post se acompañará con gifs gráficos de Skins, el mejor retrato en el mundo de la ficción que he visto de la adolescencia. Es una serie con una factura técnica exquisita, unos personajes memorables y que reflexiona, sin moralinas y de forma auténtica -aunque en ocasiones un tanto exagerada, en sintonía con la edad que representa-, sobre esta época en la que llevamos todo al extremo. Os la recomiendo mucho.
Como el primer amor, las primeras borracheras o el sello que imprimes a tus mejores amigos en los años de la adolescencia, los viajes crean en tu vida emociones a flor de piel. La gran mayor parte de las veces llegan algo tarde, cuando se tiene dinero para poder ir a esos lugares que siempre soñaste; pero no es un problema, sino todo lo contrario. Te hacen sorprenderte y experimentar como años atrás en una época en la que socialmente ya no es lo esperado. Ayudan a que vuelvas a las primeras veces; a vivir las cosas de forma tan intensa como la nostalgia que sentirás después. Por eso, llevo un tiempo pensando que viajar me devuelve a la adolescencia y hoy intentaré explicaros las razones. ¿Te pasa también lo mismo? Si es así, ¡hazme saber que no estoy sola!
Aquí algunas situaciones tipo
Cuando estás esperando el viaje
Cuando ves un monumento o paisaje que te deja loco
Cuando sientes que puedes hacer exactamente aquello que deseas hacer
Cuando tu cuerpo nota los efectos positivos de viajar: cansancio feliz, relajación, te sientes fuerte…
Cuando vuelves a la realidad
Los viajes son casi siempre una primera vez
Skins, la serie utilizada como introducción y representación gráfica este artículo, comienza con un capítulo en que Tony, uno de los personajes protagonistas, busca a una chica para que su amigo Sid pierda la virginidad. Ese momento. Ese casi siempre desastroso momento que marca una etapa y que como tantas otras experiencias, suponen un cambio brusco y un sinfín de emociones y hechos en torno a él. Uno de esos momentos, junto a otros tantos de esta época, que nos hace creer que nos comeremos el mundo, aunque al día siguiente pensemos casi siempre lo contrario… Pero volvamos a los viajes.
La gran mayoría de los viajes son una primera vez y es difícil describir el ansia previa a conocer un lugar, la idealización y literatura mental en torno a este. ¡Hay tanto de nosotros en esos deseos! Y luego, la realización. No hay nada como la inconsciencia del momento y el placer de recorrer un destino, disfrutarlo y comenzar a quererlo, como si se tratara de aquel amor de verano que duró tan poco y dolió tanto. Hay embrujo y emoción en esa primera vez, proveída con facilidad en el mundo de los viajes.
Me gusta especialmente esa manera de abstraerme del mundo cuando viajo, como cuando quedabas con tu pandilla con quince años y parecía que no había nada más allá. Como cuando llegabas a casa y a pesar de haber estado toda la mañana juntas, las llamabas por teléfono con la sensación de que habían pasado meses. Cuando estás de viaje, tu vida se queda como en una especie de suspensión y el sentimiento es totalmente liberador.
«Una vez al año, viaja a algún lugar en el que nunca hayas estado», que decía el Dalai Lama. Mantra que muchos, de forma inconsciente, ya lo hacen sin saber que en su interior está el germen de una idea: buscar nuevos horizontes, experimentar, disfrutar, vivir…
Ahora el vicio son los viajes
Un retrato de la adolescencia sin las drogas, aunque sean legales, no sería un retrato real. Skins seguramente se pase, pues consumen casi todos de forma excesiva, pero aunque exagerado no deja de reflejar una realidad. Más allá de los efectos nocivos de estas, que evidentemente existen, los adolescentes encuentran en las sustancias que consumen una forma de experimentar y llevarse al extremo. Cuando pasas esa etapa, el vicio puede estar ahí, y seguramente todos recurramos a él en mayor o menor medida, pero esta será más baja, seguro, si tenemos otros “vicios”.
Y viajar es mi nuevo vicio. Un vicio que engancha porque los efectos positivos se disparan cuando viajo. Un vicio porque conlleva idealización y disfrute. Un vicio compartido con otros tantos a los que ahora recurro cuando quiero emociones. Éxtasis asegurado. Y como cuando eres adolescente, le dan un sentido a las cosas, añadido a disfrutar de la vida, que es seguramente el mayor sentido de esta. Ahí viene otra razón de peso.
En busca de una identidad
Con quince años, te vuelcas en estudiar aunque no te guste. O en trabajar si es tu camino. Te dicen que empines el codo, que te labres un futuro a base de esfuerzo y tú te crees la receta porque te la han repetido demasiadas veces como para que sea mentira. Ese es el sentido de tu vida, supones. La realidad es que eso casi nunca se llega a convertirse y ahí viene de nuevo una etapa de frustración, como cuando eras adolescente y no tenías claro qué querías. Quizás la vida, sencillamente, no tiene un objetivo.
Y el sentido de la vida lo componen otras cosas, casi siempre las pequeñas, que has decidido que son las que importan. La cultura, tu gente, las experiencias… y los viajes, entre otras. Decía Henry Miller: “Hay que darle un sentido a la vida por el hecho mismo de que carece de sentido”. Pues eso.
Me encantó esta entrada!
Cuánta razón tienes! Es una excelente perspectiva! Ahora entiendo porque me encanta viajar!.. es una acción que me rejuvenece!
Saludos Viajeros
Me alegro de que pienses así 😉 yo un día tuve la revelación y necesitaba escribir sobre ello! Es genial seguir conociendo mundo cada año! Felices viajes!
Saludos,
Irene