El segundo domingo de noviembre, los corredores populares de todo el mundo tuvieron una atractiva cita en el maratón de Estambul. Y por razones de peso indiscutible. Visitar Constantinopla, la histórica Bizancio, cruce de culturas y caminos, hoy una gran urbe cosmopolita y moderna; correr entre dos continentes, oportunidad única en el calendario atlético mundial; festejar el aniversario, en fin, de una prueba ya veterana que este año cumplía los cuarenta y a la que los organizadores han querido dar un aire de celebración. Os contamos nuestra experiencia, así como recorrido y consejos.

El tiempo, un día ideal, fresco y sin lluvia, también ha sido un aliado oportuno para conseguir los resultados esperados: una carrera muy completa, alta participación y premios especiales. Así merece la pena colocarse el dorsal y el chip y echarse a correr entre miles de aficionados de todos los rincones del planeta.

Atravesando el puente del Bósforo

Estamos en Asia, listos para el disparo de salida. Se han organizado otras tres carreras simultáneas con el maratón, de 15, 10 y 8 km, esta última conocida como Fun Run, para todos aquellos que quieran correr y divertirse sin sufrir en exceso. Un enjambre de corredores  llena la amplia zona de partida, un tramo de la carretera que nos llevará a Europa cruzando el enorme puente intercontinental, recientemente bautizado por razones políticas como puente de Los Mártires del 15 de Julio. A las 8.45 de la mañana salen los corredores en silla de ruedas, luego lo irán haciendo, cada quince minutos, los de las cuatro pruebas en orden decreciente, el maratón primero.

Pero hay tanta gente, tan poco espacio para calentar o simplemente para moverse, tanto caos ordenado que, ya en el mismo puente, se mezclan los dorsales de diferentes colores y los más atrevidos de las distancias cortas se lanzan como locos entre un pelotón apenas franqueable. Pero los maratonistas, más veteranos o más prudentes, no se pican, saben que ese ritmo no les conviene y se reservan para la dureza final. Y que es el momento de disfrutar del paisaje y del ambiente festivo, entre la música de los altavoces y un público madrugador que los va animando al paso.

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El Canal del Bósforo brilla bajo las primeras luces del día, los barcos surcando el agua y las orillas tomadas por el caserío, que empieza a despertarse en este día de descanso. Al final del quilómetro largo de puente, abajo a la izquierda, sus grandes cables de suspensión sobrevuelan la cúpula y el par de minaretes de la Mezquita de Ortakoy, una pequeña joya que servía de capilla a los sultanes de turno,  maravilla de la arquitectura otomana en piedra y mármol blanquísimos que reflejan su luz sobre el agua.

Pasando por el amplio distrito de Besiktas

Rebasado el puente, una prolongada pendiente en curva lleva la carrera hasta un gran nudo interior, donde se desvía de nuevo hacia la costa por el gran bulevar Barbaros (nombre de un renombrado marino que dejó aquí palacio y mezquita). Estamos en el amplio distrito de Besiktas, eje de la ciudad moderna y enclave portuario.

Dejando a la derecha el exclusivo barrio de moda de Nisantasi y continuando por la calles más cercanas al agua, que ya no se abandonará en todo el recorrido, se alcanza el regio edificio del Museo Naval, acompañado de una vieja mezquita, y, algo más adelante, el decimonónico Palacio de Dolmabahçe, colosal sede administrativa y residencial de los gobernantes otomanos. Convertido hoy en Museo, atrae por su interior de lámparas, alfombras y, sobre todo, una barroca escalera  de cristal que acapara la atención de los visitantes; fuera, en la plaza que mira al canal, hay bellos jardines, puertas monumentales, la consabida mezquita y una original Torre del Reloj.

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En una de sus habitaciones murió Kemal Ataturk, el padre de la nueva patria turca, una república que pronto cumplirá su primer centenario.  Muy cerca de aquí, nos despiden los participantes de la carrera pequeña, cuya meta se ubica al lado de la carretera, en el parque deportivo que preside el flamante estadio del Besiktas Fútbol Club, el BJK de las águilas blanquinegras, que conoce todo buen aficionado al balompié. Mezquitas y música se unen a la fiesta de los dorsales verdes.

Más allá del puente de Gálata

Ya en el distrito de Beyoglu, la carrera entra en Kabatas, puerto de ferris y nudo vial. Aquí  está la estación término norteña de la línea 1 de tranvía, que une esta parte norte con la ciudad vieja, al sur. También la del funicular que enlaza la costa con Taksim, la plaza principal de la ciudad nueva, donde se celebran las grandes manifestaciones y concentraciones de masas; se trata de un tren subterráneo, modernísimo y cuidado, que resuelve el citado trayecto en pocos minutos.

El siguiente barrio es el de Gálata, cuyo nombre parece remitir a antiguos asentamientos celtas y que fue importante ciudadela fortificada como colonia genovesa durante la Baja Edad Media. De esta época data la actual Torre de Gálata, levantada como estratégico punto de vigilancia, hoy concurrido mirador urbano; el mismo nombre que pasea por todo el mundo otro de los grandes equipos de la ciudad, el de los leones rojigualdos del Galatasaray SK, que aquí cerca tiene su sede.

Pero torre y estadio quedan ahora un poco alejados, pues la prueba cruza la zona por abajo, por la costa portuaria de Karakoy (este es el nombre que recibe el barrio en la actualidad), a punto ya de rebasar el puente más famoso. Es este un viaducto con un tramo central levadizo y navegable, un piso inferior repleto de restaurantes y terrazas y otro superior para el tráfico rodado, peatonal y férreo, con las barandillas siempre tomadas por una nube de pescadores aficionados. Pero hoy permanecerá cerrado toda la mañana, a disposición de la multicolor carrera, y la multitud que se agolpa en sus aceras no la forman ribereños de caña y cebo escudriñando el agua sino aficionados que atienden y aplauden sin tregua a los esforzados del asfalto.

Que por la calzada del Puente de Gálata, pues, espoleados por tan fervoroso ambiente, dejan definitivamente la nueva Estambul para, sobrevolando el Cuerno de Oro, esa mítica ensenada, entrar en la vieja península marmárica.

Mármara, entre el Mar Negro y el Mediterráneo

Nada más hacerlo, los dorsales negros de los 10 km se separan esprintando hacia su cercana meta de Eminonu, el corazón de la vieja urbe. Quedan a la derecha, a desmano, la Mezquita Nueva y su vecino Bazar Egipcio, especializado en especias. Pero la marcha continúa hacia la gran Estación de metro y tren de Sirkeci, antigua terminal del Orient Express, para rodear luego el parque Gulhane y su fortaleza de Topkapi, la residencia oficial de los sultanes otomanos, hoy completo museo palaciego con vistas sobre la ciudad y el agua.

Aquí se abre el Mar de Mármara, enlace interior entre el Negro y el Mediterráneo, y comienza la bajada por la larguísima calle Kennedy, verdadera autovía costera de circunvalación que descongestiona el centro y que protagonizará, ida y vuelta, la mayor parte del recorrido restante. Entre el mar y la medina, tras la que asoman los altísimos alminares que enmarcan la zona de la meta grande, escondida detrás pero lejana aún para los participantes, corren estos ahora pegados a un corto tramo de la antigua muralla.

Unos pocos quilómetros más abajo, tras sobrepasar el barrio del Gran Bazar, distante a la derecha, se alcanza el de Yenikapi, donde terminan sus 15 km los corredores de peto azul, justo en el amplio recinto de la Expo en la que se ubicó la Feria del Corredor y se recogieron los dorsales de participación. Solo quedan los maratonistas, ya monopolio de números rojos, que, de momento, solo piensan en llegar al ecuador de la carrera con las fuerzas poco mermadas para afrontar la segunda parte, la verdadera prueba de fuego.

Ya avanzado el maratón…

Y es que la cosa cambia. Ahora sobra carretera, pero el pelotón se ha reducido, así como el público, el arropamiento musical (grupos, solistas, pinchadiscos y música enlatada que anima la fiesta) y, salvo en los avituallamientos, cruces o viaductos, el ambiente se enfría un poco. Comienza la verdadera soledad del corredor de fondo, la hora de la verdad. Tampoco ayuda, ay, ver venir de frente, al otro lado de la mediana, como motos, a los insuperables atletas africanos del reducidísimo grupo de cabeza que, nadie lo duda, van a copar los primeros puestos de la general, ya a considerable distancia del primer hombre blanco.

Admiración y aplausos de los sufridos populares, tan cerca, tan lejos. Pero, entre estas y otras divagaciones, el tiempo va pasando, los corredores van dejando atrás el  medio maratón y, poco antes de llegar a las puertas del aeropuerto internacional Atatürk, la carrera gira sobre sí misma en el quilómetro 25, a la altura de la Academia Militar del Aire de Atakoy, y vuelve sobre sus pasos por la enorme y holgada avenida costera para remontarla en sentido contrario hasta la meta.

Ahora el mar se abre luminoso y cercano a la derecha. El paisaje azul de barcos y gaviotas, la brisa suave y fresca y un animado ambiente de gente que disfruta de la senda verde costera y se acerca al paso de la carrera para alentar a los deportistas son todo un alivio para estos, cuyas fuerzas ya empiezan a decaer y necesitan un empujón. El muro de los 35 llega poco antes del citado lugar de la Expo, ya solo queda un último esfuerzo para penetrar en el parque Gulhane y desviarse al centro para culminar el reto de los 42.

Plaza de Sultanahmet: corazón histórico de la ciudad

Pero aún aguarda allí el sufrimiento del tramo final: el pequeño puente de piedra que cruza la vía férrea y las calles interiores del parque tiran hacia arriba, lo que a estas alturas de la película los hace especialmente duros. Una cuesta siempre cuesta y ahora más, por poco que el desnivel cante. Gracias que la proximidad de la línea de meta, en el viejo Hipódromo, actual plaza de Sultanahmet, donde también competían las cuadrigas romanobizantinas, da alas a cualquiera y ya no hay quien pare al que se ve con un pie en la gloria, enmarcada en esta ocasión única por los altos minaretes y las bóvedas colosales de Santa Sofía y la Mezquita Azul, los dos emblemas de la arquitectura religiosa urbana.

Alegría, medalla, fotos, recuperación y ducha. La Fuente Germánica, la Columna Serpentina y el Obelisco de Teodosio, perfectamente alineados, son los testigos mudos del triunfo. Al fondo, en su soberbio mausoleo, descansan los restos de Ahmet I, el sultán que da nombre al lugar y que jamás se habría imaginado esta plaza sagrada, el corazón histórico de la ciudad, tomada para siempre por las hordas modernas del turismo de masas que disparan sus móviles sin tregua y, una vez al año, por este laborioso hormiguero de deportistas en paños menores, sudorosos, felices y dispuestos por otra parte a disfrutar también de tantas maravillas como les esperan en su preciosa capital. No le quedaría otra, se supone, que desearles una feliz estancia:  Hoş geldiniz! ¡Bienvenidos!

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

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