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Cuando el mar cubre un valle fluvial costero originado y moldeado por antiguos movimientos geológicos, se forma una ría. Las rías contiguas están separadas por la península que rodean con sus respectivas aguas. Entramos ahora en las Rías Baixas, dejando inmediatamente atrás la de Fisterra-Corcubión, tradicional arco de separación entre las altas y las bajas. En este viaje, hablaremos de dos pueblos encantadores que bien merecen un acercamiento: Muros, Noia y Porto de Son.

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Las rías sureñas son jóvenes y extensas, de perfil más suave y abrigado, con aguas más tranquilas donde reina el mejillón, y gozan además de un microclima más seguro y apacible, de un entorno muy poblado y de un renombre turístico nacional e internacional de ya larga trayectoria. Bajando, pues, de Carnota y Lira, los dos pueblos ya muradanos que compiten por los hórreos más grandes de Galicia y donde despedimos nuestro recorrido anterior, llegamos al comienzo de la primera de las cuatro rías que nos faltan para completar la costa gallega.

Muros: enclave estratégico y rico en historia

El río Tambre, que baja de los montes de Sobrado, localidad del interior coruñés que presume de importante monasterio cisterciense, y riega Compostela, desemboca en el Atlántico formando la Ría de Muros e Noia (o de A Estrela), la más pequeña de las Rías Baixas.

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También la más desconocida, a pesar de sus atractivos naturales, sus pueblecitos pesqueros y sus acogedoras playas, sus riquísimos berberechos, su arquitectura tradicional de arcos y soportales en piedra y su abundante riqueza arqueológica, y quizá por eso la menos urbanizada y mejor conservada; acaso por su ubicación marginal entre las grandes, quizá por ser aún coruñesa, tal vez porque ya no pertenece a la popular Costa da Morte.

Acabamos de dejar, precisamente, este precioso y peligroso tramo costero y estamos en el inicio norteoccidental de esa ría, en las cercanías del pueblo de Louro, entre la playa y el monte homónimo, zona dunar de laguna y buenas vistas ideales para el senderismo.

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Bordeando el agua ría arriba, alcanzamos Muros, “sal y agua”, una de las dos capitales ribereñas, con el puerto y la lonja principales de la zona. En su casco antiguo conviven las viejas casas de pescadores bien remozadas con pequeños palacetes góticos de piedra y ojiva, balconada y soportal, las iglesias y las plazas, las fuentes y los restos de su vieja muralla, uno de los conjuntos históricos gallegos mejor conservados. Es también un centro gastronómico de marisco y empanada y un polo musical con su festival Castelo Rock agosteño.

Noia: el encanto de la playa entre los montes

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En el fondo de la ría, entre puentes, separada del Tambre y escondida en una pequeña ensenada en la desembocadura del río Traba, la otra capital, Noia, descansa bajo el amparo serrano de los montes que la rodean.

Centro del berberecho y su comercio, durante la época se puede ver a las expertas marisqueiras recogiendo su botín entre las arenas playeras. Edificios civiles, casas blasonadas, hospitales, iglesias y capillas, calles y plazas de su centro histórico medieval, todo piedra, arcos y soportales, representan un rico y cuidado patrimonio, que le dan, por su cercanía a Santiago, ese aire literario de “pequeña Compostela”.

Algunos rincones turísticos de Noia

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Destacan la iglesia visigótica de San Martiño, de solidos muros, gran rosetón y torre inacabada, modelo de arquitectura ojival gallega enclavada en una preciosa plaza, y el Museo das Laudas, rica colección de lápidas antiguas visitable en la iglesia conocida como A Nova. Por su cercanía a Santiago, además, puede considerarse a esta hermosa villa como la playa de Compostela. Como su variopinta cultura: muestra de cortos cinematográficos, concentración motera y feria medieval.

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Porto de Son: atención a su riqueza arqueológica

Ya estamos en el lateral sur de la ría. Bordeándolo, alcanzamos Portosín, un pequeño pueblo marinero reconvertido al turismo residencial, con su puerto pesquero y su playa, centro de veraneantes locales, en especial de Santiago y Noia.

Continuamos, hasta Porto de Son. Encajada entre sierra y mar, esta villa marinera es el centro de este tramo costero. La amplia zona que vertebra la carretera de paso, reformada y muy cuidada, forma un frente marino sin solución de continuidad, moderno, plano y sin aceras. Delante, el muelle, el puerto pesquero, la lonja y la estampa de cascos y velas del club náutico amparan una rada de hermoso paseo marítimo y zona verde.

En Porto de Son podrás encontrar el Castro de Baroña

Detrás el viejo caserío se apretuja entre estrechas calles en torno a la plaza principal, con gran ambiente de terraceo y variada oferta del mejor pulpo del lugar. Venimos siguiendo el lado norte de la península de Barbanza, brazo de tierra que separa esta ría coruñesa de la vecina de Arousa. Territorio de mar y playas, pero también de monte y ríos, destaca por sus riquezas arqueológicas, entre ellas la joya de la corona: el Castro de Baroña.

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Los alrededores del pueblo sonense ofrecen otros muchos alicientes: castros varios, dólmenes, petroglifos y túmulos prehistóricos, cascadas que aquí llaman fervenzas, curros del monte donde se rapan anualmente las bestas equinas, rutas de senderismo, miradores de ensueño sobre la ría.

El castro de Baroña, palabras mayores

Esto ya son palabras mayores. Levantado a escasos quilómetros de Porto do Son a pie de agua y sobre un pequeño saliente costero, protegido por un alto farallón rocoso contra el que rompen las fuertes oleadas del océano y por sendas playas laterales, es esta una de las maravillas del paisaje gallego, un lugar sorprendente e idílico: el castro de Baroña.

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No es nada fácil encontrar un poblado prerromano a orillas del mar y mucho menos tan bien conservado. Se pueden apreciar claramente diferentes murallas concéntricas de protección, una amplia entrada en rampa, dos zonas habitacionales separadas por espacios más abiertos, escaleras en pendiente de completo trazado y una especie de acrópolis en lo alto.

Cómo llegar al Castro de Baroña

Para llegar al Castro de Baroña, se deja el coche al lado mismo de la carretera. Un pequeño tramo de sendero natural en ligera pendiente, pedregoso entre rica vegetación, cruza luego una amplia arboleda hasta la plataforma final que le sirve de entrada, sobre un piso de enormes piedras de granito que brillan al sol y permiten la extraordinaria visión de las piedras sagradas de unas gentes que nos precedieron unos dos mil años en este paisaje de ensueño.

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Por piedra no va a quedar y el agua dulce la regalaban los acantilados vecinos. El lugar no solo ofrece hermosas playas, también es un paraíso para el baño, el paseo y el senderismo. En los años 80 del siglo pasado, su playa grande fue además el escenario de las reivindicaciones del nudismo ecologista gallego.

Algo más abajo, nos espera la playa de As Furnas, otra joya de las Rías Baixas, cinematrográficamente popular por obras como Mar Adentro o más recientemente, Fariña.

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

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