Avilés, la tercera ciudad asturiana en número de habitantes y popularidad, con permiso de Oviedo y Gijón, es quizás una injusta desconocida en el mapa de esta región tan interesante a los ojos del viajero. La razón es su fama de urbe industrial, pues fue el lugar donde se instalaron fábricas siderúrgicas, de cristalería o aluminio allá por los años 50. No obstante, en los últimos años se ha reconvertido, recuperando su ambiente marítimo y dando a conocer un precioso casco antiguo, que hace las delicias de quién disfruta de un paseo por una ciudad limpia, con historia y elegante. Os invito a seguir mis pasos por Avilés, que visité solo durante un día, pero de la que me llevo un bonito recuerdo. De ahí que la haya calificado como ‘La sorpresa asturiana’.
Entramos en la ciudad en coche y en ese momento, veo de primera mano la razón de la mala fama de Avilés; una capa de contaminación en la distancia que no creía propia del paisaje de mi tierra, pero que sí, también forma parte de ella. Es el precio que hay que pagar el desarrollo económico y que en el pasado convirtió a esta ciudad en la más contaminada del país. Pero rebasamos las fábricas y nos adentramos en el centro de la ciudad, que hará desaparecer esa primera impresión.
Aprovechamos para acercarnos Centro Niemeyer, situado en la parte baja del centro, cruzando la ría. Es el día de la media maratón de la ciudad y los corredores dan algo de color al blanco intenso que viste este centro cultural. De aspecto futurista y compuesto por tres apartados principales –el auditorio, la torre con un bar/restaurante en las alturas y el espacio para las exposiciones-, este monumento se ha convertido en protagonista principal del turismo de la urbe y de su reconversión a una ciudad moderna y agradable, como le sucedió a Bilbao con el Guggenheim. Aunque su creación e impulso no han estado exentos de polémica, la súper construcción del arquitecto brasileño es muy interesante y para mí, un acierto. No teníamos demasiado tiempo y por ello, no entramos a la exposición que había en el momento, pero por tan solo dos euros, podíamos haber disfrutado de ella. Pasamos el rato, no obstante, haciendo fotos, pues el lugar es cuanto menos, llamativo.
Centro histórico-artístico de Avilés
De camino a la Plaza de España, el centro histórico de la ciudad y actual emplazamiento del Ayuntamiento, podemos comenzar a ver las fachadas de los edificios, uno de los elementos que más llamó mi atención en el viaje. De colores vivos, cuidada –con flores, en ocasiones-, limpia y de refinado gusto, la cara visible de la arquitectura de Avilés hace que esta se convierta en un lugar encantador.
Ya en el corazón de la urbe, es pronto y tan solo algunas personas toman ya algo en sus terrazas, pero la plaza luce fresca y radiante. El sol ilumina de forma natural los edificios y ayuda a crear una imagen apetecible del lugar.
De Plaza de España parten las calles que nos llevarán al Conjunto Histórico-Artístico de la ciudad, reconocido como tal ya en 1955: La Ferrería o La Fruta. Hacia el final de estas vías se encontraba la ciudad medieval intramuros, antes cerrada por la muralla, donde tan solo se mantiene en la forma original el Palacio de Valdecarzana. También podremos disfrutar de otros monumentos como el Palacio de Camposagrado, considerado una de las mejores muestras del Arte Barroco en Asturias y la Iglesia PP. Franciscanos, que data del siglo XIII.
Pero quizás la zona que más me gustó, también por tener menos referencia, fue la plaza donde está ubicada la bonita Iglesia de San Nicolás. De nuevo, edificios señoriales y con preciosos balcones hicieron que la ciudad me atrajera definitivamente. Además, allí comienza la calle Galiana, típica por sus soportales que antaño servían a los artesanos para trabajar al aire libre y ahora son refugio de quien bebe sidra o “un algo” en la cantidad de bares que pueblan la zona.
Al final de la calle Galiana, podemos entrar en el Parque de Ferrera, el pulmón verde de la ciudad. En el pasado fue propiedad del Marquesado de Ferrera, pero finalmente, acabó convirtiéndose en el principal parque de Avilés. Ahora es lugar de reunión, paseo, deporte y relajación para los ciudadanos y para el viajero, que puede hacer un alto en el camino si tiene la suerte de tener un día de buen tiempo.
Así fue en mi caso y me encantó poder disfrutar de los colores del otoño, ya que pocos lugares ganan a Asturias si la batalla se libra en el terreno natural. Volvimos al centro, apareciendo en la calle Rivero, otra sorpresa, pues estaba salpicada de viviendas antiguas de aspecto tradicional, volviendo a maravillarnos con la estética de la zona.
Dónde comer en Avilés
Tengo que decir que como asturiana, no tuve la necesidad de buscar un buen restaurante de la tierra, pues ya he conocido otros. Si ese es tu deseo, no es una mala idea optar por el Tierra Astur que está en la ciudad, pues se come bien, en general, en los otros donde he estado –Oviedo y Colloto-.
No obstante, yo opté por una opción de comida de fusión por la recomendación de una amiga, que hablaba maravillas del restaurante Ronda 14. Este establecimiento aúna las comidas peruana, japonesa y asturiana para ofrecer platos tan suculentos como una versión propia del cachopo o sushi roll de mar y montaña (langostino y carne roja) y tiene fama por lo original y rico que está todo lo que hacen. La verdad solo me queda corroborarlo. Si bien yo no soy muy de este tipo de restaurantes, todo lo que comí me gustó mucho y en algunos platos, pude entender la afición que muchas personas tienen por este tipo de cocina. ¡Una explosión de sabor!
Acabando el día en la playa de Salinas
Para la tarde, ya que acabamos el día con amigos, decidimos ir a tomar algo a la playa de Salinas, muy cerca de Avilés. Llegamos en ese momento tan especial en el que el sol comienza a descender y los colores del atardecer encandilan. Además, con el mar de fondo –porque casi mejor no mirar tierra adentro, donde algunas de las construcciones a pie de playa enfean el paisaje-, disfrutamos del final del día de un domingo de noviembre con una temperatura envidiable. ¿Qué más se puede pedir?
Bueno sí, se puede pedir que llegues a un bar y no tarden demasiado en hacerte caso; que en su defecto te traten bien y te tranquilicen. “Tu gintonic está en camino”. No sé, algo. Pero no fue así. Había una terraza con bastante fama que responde al nombre de Ewan que estaba bastante cerca del mar, pero como he adelantado, agradarnos no parecía ser esa tarde su cometido. Una, dos y hasta tres intentonas con respuesta poco agradable hicieron que acabáramos en otro lugar, este sí encantador y con buena predisposición a hacer de este domingo un día especial. El Agüita, de bonita decoración y agradable ambiente. Pedimos, bebimos, hablamos, nos reímos, disfrutamos… en fin, vivimos.
Cambiar y volver. Son mis únicas certezas
Nota: Si os ha gustado el post, os invito a conocer otros rincones asturianos a los que me he acercado en el empeño de conocer mejor mi tierra: Los Lagos de Covadonga, una parada imprescindible en el oriente asturiano o Llanes, el trozo de costa por excelencia en este paraíso natural que tanto gusta.
Pues tiene muy buena pinta, Irene. Con la de veces que he estado en Asturias y nunca he ido a Avilés, me lo imaginaba más industrial pero me ha gustado tu ruta, así que a la próxima que vaya me llevo tu post impreso je je je lo de la comida fusión sí que no me lo esperaba, confieso que cuando voy no puedo dejar de pedirme lo típico, cachopo, almejas a la marinera o pastel de cabracho, ¡me encanta!
Besotes
¿Dónde están las nubes en el cielo? ¿de verdad es Asturias?jiji
He estado bastantes veces en Asturias, pero no recuerdo haber pasado por Avilés (puede que lo hiciera de pequeña, pero no me acuerdo). Sí que es verdad que tiene mala fama, pero, por lo que cuentas, habría que empezar a cambiar esa idea.
Un beso,
Flavia
Gracias Patri,
de verdad, merece mucho la pena y yo me quedé con ganas de más! sí, tienes razón en la comida, pero yo como es la comida que también me hacen en casa, esta vez dije, ¡voy a probar! y la verdad, la comida de fusión me ha ganado 🙂
Flavia!!
hacía un finde sencillamente increíble y la verdad, quizás por eso me gustara tanto. Pero bueno, ir a Asturias siempre es un placer, así que ya tienes excusa!!!
abrazos para las dos,
Ire
Añadiría Ire, que una maravilla desconocida también para los locales que por cuestiones del destino no están sutuados en su «mitad» de Asturias..
Sólamente un detalle: la iglesia vieja de Sabugo y su plaza !!
Y sólamente un final posible, encontrarte en la plaza del ayuntamiento y fijarte en las tres joyas de calles que de élla salen: (Galiana, Rivero, la Ferrería)
🙂
Nacho! mil gracias por el comentario 🙂
la verdad es que sí, leí comentarios de gente de la tierra que también se maravilló por primera vez… que curioso. Aunque yo estoy en la parte central y no la conocía. ¡Yo sí que no tengo perdón! eje
y mil gracias por los apuntes. Para la próxima!!!!
abrazote,
Ire
Bravo Irene!!!! Menos mal que alguien habla bien de mi villa! Ya iba siendo hora de que dejaran de tratarla como la ciudad gris que en su día fué. Menos mal que la viste como la veo yo todos los dias
Buenas fotos!
Un saludo
Carmen
Hola Carmen!!!
desde luego que me encantó. Además, verla con un día de radiante sol ayudó a que el colorido reluciese como nunca.
De verdad, para volver.
Un abrazo,
Irene