Al sur del sur, enclavado entre los dos grandes cabos gaditanos, Tarifa al oriente y Trafalgar al oeste, la villa de Barbate (que ya no es de Franco) desafía los vientos oceánicos con los pies en el Atlántico y la vista en la cercana costa africana. Con una importante flota pesquera, es hoy un núcleo turístico consolidado en la estación estival. Capital de la comarca de la Janda y centro del Parque Natural de la Breña y las Marismas del río Barbate, ofrece un amplio arenal urbano, repleto de terrazas playeras, y un activo puerto comercial y recreativo de dársenas amplias y protegidas, la Albufera.

Allí se encuentran la Oficina de Información del Parque, la Lonja y el Centro de Interpretación de la Almadraba, sistema de pesca milenario que se realiza muy cerca de la costa, durante la primavera (cuando el atún rojo pasa el estrecho para desovar en el mar Mediterráneo y regresar al océano), y que consiste en cercar los atunes con redes y barcos para engancharlos fuera del agua en la conocida faena de la levantá, espectacular e impresionante, y luego trasladarlos a tierra para el ronqueo o despiece, todo un arte (bueno, no todos; la mayor parte del botín, según nos confiesa un viejo marinero del pueblo, se la llevan los japoneses directamente de los aledaños depósitos acuáticos al efecto, que los exigen vivos y sin picar, siempre tan nipones ellos).

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Rebasando las instalaciones portuarias, al oeste, entramos ya de lleno en los terrenos breñosos del Parque, un tupido pinar de arena y polvo. Una desviación a la derecha nos lleva aquí a una visita muy original: el Palomar de la Breña. Situado en un antiguo cortijo, hoy casa rural, el palomar está actualmente en estado ruinoso pero cuidado y la entrada es gratuita. Consta de varios pasillos estrechos alineados, comunicados por uno transversal y separados por altos muros abovedados, llenos de agujeros que servían como nidos a una población de miles de palomas, con un aprovechamiento comercial de notable éxito en el pasado como mensajeras, como alimento en vivo para las travesías transoceánicas o como productoras de excrementos para fabricación de pólvora y abonos.

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Siguiendo por caminos polvorientos, entre una frondosa vegetación donde destacan chumberas y cañaverales, alcanzamos luego la Ermita de San Ambrosio, pequeña iglesia visigótica escondida en una esquina del bosque. Y salimos de nuevo a la carretera, casi a la altura del cabo de Trafalgar. Con playa dunar tomada por el viento y por los surfistas, remata esta punta de tierra en el Faro de Trafalgar, blanco y pegado al antiguo torreón en ruinas, elevado sobre un islote que se ha hecho tómbolo al que se accede andando por una carretera tomadapor la arena, que oculta hasta las señales cuando el levante sopla.

Cuesta pensar en la escabechina naval de la famosa batalla homónima entre la alianza francoespañola y la Armada británica, que causó miles de muertos, entre ellos el almirante Nelson (el mismo que ahora preside, sobre su elevada columna, la londinense Trafalgar Square) cuyo cadáver pudo llegar intacto a Inglaterra en un barril de licor gracias a los poderes conservantes del etílico local. O eso dicen. Continuamos hacia poniente, visitando las playas contiguas de Zahora (sorpresas en el Sajorami y masajes en la misma arena) y de El Palmar (refrescante dis-tinto de verano), alargadas y salpicadas de chiringuitos, apartamentos y chalés escondidos, final de nuestro recorrido de ida.

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Ya de vuelta hacia el este, nada más sobrepasar Trafalgar de nuevo, nos detenemos en los Caños de Meca (de aquí la manida frase “ir de la Meca a la Ceca”, siendo esta última la antigua Casa de la Moneda de Sevilla, el banco central de nuestro malogrado imperio), playa naturista que aún conserva ciertas reminiscencias de su pasado jipi, con el mejor ambiente joven y nocturno de la zona (no perderse la puesta de sol desde la Jaima, con sus alfombras y pufs y sus terrazas de dj y mojito que miran a Tánger, o desde cualquiera de los animados chiringuitos vecinos, verdaderos palafitos musicales con la marea alta).

Y de nuevo a través del bosque frondoso y verde, regresamos al punto de partida. (Si uno es andarín, corredor o ciclista, recomendamos la oportunidad de dejar el coche y hacerlo por la senda del Acantilado, un camino costero de tierra, de unos 7 km, con un primer tramo boscoso algo incómodo, de piso irregular de arena blanda y fuerte pendiente hasta llegar a la Torre Almenara, uno de los muchos puntos de vigilancia costera, impresionante mirador marino, que se continúa en un tramo más fácil y llano sobre el elevadoborde rocoso con espectaculares vistas, que lleva directamente a Barbate).

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Donde una buena ventresca de atún en El Campero nos preparará para recibir la luna en la terraza del hispanomarroquí Bakara, en pleno paseo marítimo, fumando un aromático narguileo saboreando un infugintónic marca de la casa. Noche, mar y luz en la Costa de la Luz. Todo un lujo a muy buen precio.

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

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