“La moda pasa. Solo el estilo permanece”.-Coco Chanel
Copenhague sería la ciudad ideal para vivir con bastante dinero. Te comprarías un piso espacioso, aprovechando cada rayo de luz en un país donde escasea, una bicicleta bonita y lo decorarías todo fácilmente, pues de eso pueden asesorarte bien allí; hay cientos de tiendas para ello. Ávida de luz y color, minimalista, desenfadada, acogedora y callejera a la vez que pulcra, la ciudad tiene un encanto difícil de definir. Tiene estilo, clase, flow, rollo, arte para la seducción… mola. Copenhague mola mucho. Os contaré qué hice por 2/3 días y qué ver en esta urbe.
Día 1: recorriendo el centro de Copenhague y sus principales puntos de interés
Si no te alojas demasiado lejos del centro, seguro que el primer día puedes animarte a ir andando, empapándote de la vida de la ciudad. Así lo hicimos nosotras, amando desde el primer momento el aspecto descuidado de sus bares y el diseño tan característico de las cosas que se vendían en las tiendas.
Después alcanzamos el Ayuntamiento, dejando atrás el Tivoli –un bonito parque de atracciones situado en mitad de la ciudad- y nos fuimos situando. Descartamos entrar a Christiansborg, cuya entrada costaba en torno a 50 euros. Actualmente es sede del parlamento danés pero tiene varias dependencias utilizadas históricamente por la corona que se pueden visitar.
Nuestro objetivo era acabar en el conocido puerto de Nyhavn, donde tras confundirnos varias veces, llegamos. Es seguramente el emplazamiento más conocido de la ciudad y creo que merecidamente. Las fachadas de colores, los canales, los barcos de antaño y el animado ambiente le dan el sello de lugar-que-no-te-debes-perder. Nos tomamos algo para coger fuerzas, disfrutando de un sol al que no esperábamos y de una Tuborg, la cerveza nacional, que desde entonces se perfiló como la eterna elegida.
Pronto nos dejamos sorprender por el Teatro Real de Dinamarca, un edificio moderno y con unos exteriores encantadores, donde la gente para con sus bicis para tomar algo. Es una de las imágenes que me llevo de la ciudad; los daneses, animados, disfrutando de la tan preciada luz.
Justo enfrente está el PapirØen, un mercado de comida callejera con cientos de opciones y con sillas amplias donde disfrutar de una tarde al aire libre. Elegimos unas hamburguesas y las tomamos dentro, donde hay bastante espacio. Aunque podríamos haber decidido pasar la tarde en sus alrededores -ya que es sin duda uno de los puntos más atractivos de Copenhague-, debíamos seguir.
La siguiente parada es la Ciudad libre de Christiania, quizás la rareza más llamativa de Copenhague. Un barrio autogobernado, cuyas ideas iniciales eran las de la vida en comunidad y basada en la libertad… y que ahora es mayormente conocido por la venta de drogas. Aunque sigue habiendo tiendas de artesanía y seguramente una vida más allá de lo visible que los turistas no conocemos, es una pena que la legalización de determinadas sustancias protagonice la vida de un barrio cuya idea inicial era seguramente todo lo contrario.
El paseo por Christiania a plena luz del día es agradable, al contrario de lo que había escuchado –estos lugares, además de que pueda haber algo de verdad, se llevan peor fama por lo que representan-, en torno a un lago bastante grande y con casas de diversos aspectos en los alrededores. Salimos por la cara que da a la iglesia de Nuestro Salvador, cuya torre ofrece unas buenas vistas de la ciudad. Bastante recomendable.
Tras todo el día caminando, creímos que lo mejor era hacer un paseo en barco. Merece la pena porque Copenhague es una ciudad de curiosa disposición, donde hay muchos más canales de los que en un principio parece.
DÍA 2: Visita al Castillo de Frederiksborg y tarde de bares
La mañana del segundo día la dedicamos a visitar el Castillo de Frederiksborg, quizás con menos nombre que el Castillo de Kronborg –o castillo de Hamlet- pero que una conocida que había vivido allí, nos recomendó como primera opción. Pronto advertimos por qué. Exteriormente es simplemente precioso, con una imponente fuente en la entrada. El hecho de que esté en mitad de la naturaleza le da aún más puntos. Sin duda, perder una hora larga para visitarlo mereció mucho la pena. Dentro, lo más destacado es la capilla y el Museo de la Historia Nacional, que acoge un montón de obras pictóricas, centradas fundamentalmente en la vida política del país.
Las dependencias actuales se renovaron tras un gran incendio, aunque se conserva parte del mobiliario y objetos de épocas pasadas. Es además el castillo más grande de Escandinavia y el mayor exponente de la época renacentista.
Tras una mañana de turisteo tan intensa, quisimos dedicar la tarde simplemente a disfrutar del ocio de la ciudad. Paramos en tres bares muy recomendables –Floost, Moose y Charlie`s-, donde pudimos disfrutar de una cerveza y mezclarnos con la gente local. Los dos primeros son peculiares; se fuma y sus baños están pintados hasta el último recodo. Pero molan. En los tres, los camareros van a su ritmo y lo mejor es ir con paciencia. Con todo ello, nos encantó el rollo. Para cenar, elegimos el restaurante Dan Turrel, que recomiendo mucho tanto por la comida como por la estética y porque en ocasiones tienen conciertos en vivo.
Día 3: Conociendo el barrio de Vesterbro y a la sirenita antes de partir
Para el último día, quisimos volver a un barrio que estaba cerca de nuestro alojamiento y que nos había llamado la atención: Vesterbro. Es una de las zonas más modernas de la ciudad y los locales de ambiente alternativo se suceden cada poco espacio. Nos encantó la calle Istedgade y una zona portuaria reconvertida en espacio multifuncional, con restaurantes y cafés de todo tipo, en la vía Halmtorvet. En muchos de los establecimientos la comida es orgánica y aunque es caro, merece la pena.
Por último, quisimos acercarnos a ver a la sirenita, cuya visita no tuvimos nunca como prioridad. No obstante, esta otra cara de Copenhague también mereció la pena. Verde, cercana al mar abierto, limpia y cuidada, bien merece un paseo. El kastellet es una fortificación que forma parte del trazado antiguo de la urbe.
Cerca está la conocida escultura, que no tiene nada especial pero sí un entorno genial. Más adelante en el paseo, está la fuente de Gefion, con más encanto. También andamos hasta la iglesia de mármol, imponente exteriormente. Pronto llego el final del viaje pero con la buena sensación de haber aprovechado al máximo nuestro tiempo, tomando también buenas decisiones, ya que no contábamos con mucho tiempo.
¡Algún día volveremos a vernos, Copenhague!
Por último os animo a ver un vídeo que hice sobre nuestro viaje a Copenhague, pudiendo así apreciar la vida que hay en sus calles cuando hace buen tiempo y el estilazo que tiene:
Qué buen recorrido, Ire. Yo quería ver la Sirenita sí o sí, no porque sea el emblema de la ciudad si no porque de pequeña (bueno, y de mayor) mis favoritos eran los cuentos de Andersen, la Sirenita entre ellos… Ese castillo no lo vi, elegí el de Hamlet también por el tema literario y la verdad qye me gustó pero ese tiene tan buena pinta que para la próxima me la apunto. Cristiania para mí fue sensación encontrada… Vi varios yonkis muy destruidos y me dio mal rollo y los chicos con pasamontañas vendiendo estupefacientes tampoco ayudó. Supongo que será según el día… Sí que es cara la ciudad, como tú bien dices para tener mucha pasta aunque sólo por el canal de Nyhav ya merece la visita. Un abrazooo
¡Gracias, Patri!
nosotras casi nos vamos sin ver a la sirenita… jeje íbamos más en busca de la ciudad moderna y estilosa que descubrimos 😉 yo también tengo que volver y ver más cosas!!! En cuanto a Christiania, te entiendo, sí hay cierto mal ambiente que es una pena, pero bueno, luego está la zona del lago y mucha gente que ya lo ha convertido en un lugar turístico y que le quita un poco la parte mala»! pero desde luego dista mucho de lo que origen era…
ayyy me encantó en general 😉 tengo que volver!!!
besote!
Ire