El hecho de poder participar en uno de los seis grandes maratones del mundo ya sería razón suficiente para hacerlo en el de Boston y, de paso, conocer esta histórica y acogedora ciudad del nordeste americano. Pero hay, además, ciertas características propias que hacen especial y única esta carrera. Intentaremos resumirlas a modo de decálogo.

La solera

Es el maratón más viejo. El pasado mes de abril acaba de celebrarse su 120ª edición (una diferencia abismal; baste decir que el de Nueva York, el segundo más longevo, apenas sobrepasa la tercera parte). Fue en 1897, un año después de que en Atenas fuese recuperado el maratón en los primeros Juegos Olímpicos modernos, cuando se corrió por primera vez. Hoy es el maratón de maratones.

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El feminismo

Hasta bien entrado el siglo XX, las carreras de larga distancia eran exclusivamente masculinas. Los primeros pasos para la participación de mujeres se dan, cómo no, en el maratón de Boston. Roberta Gibb, en 1966 y a escondidas, y Katherin Switzer, al año siguiente, con dorsal camuflado y sorteando a los comisarios de la carrera, consiguieron terminarlo. Su reivindicación se hizo oficial en la edición de 1972, y olímpica en Los Ángeles 84. Mujeres pioneras: quien resiste, gana.

Lunes

Los maratones son en domingo, salvo precisamente el de Boston, que se corre el tercer lunes del mes de abril, Día del Patriota, jornada festiva en el estado de Massachussetts y poco más. Uno puede contagiarse del sentimiento de orgullo de los bostonianos, bélicos protagonistas de su Guerra de Independencia allá por el último tercio del siglo XVIII. Los lunes al sol. O bajo la lluvia, pero corriendo.

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El tiempo

Entrar en un maratón grande es cada vez más difícil. El de Boston, sin embargo, permite la entrada por tiempos obtenidos en carreras anteriores, según edad y categoría y con marcas no muy exigentes. Lo que facilita la participación en él de todo corredor medio que se precie y lo convierte en el maratón más popular en una de las ciudades más ricas, cultas y elitistas del planeta. Solo es cosa de tiempo.

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El campo

Este no es un maratón esencialmente urbano. Con la meta en Boston, toca territorio de tres condados distintos, cruzando de oeste a este y por carreteras locales varios pueblos encantadores, a través de un paisaje rural de bosque y verde. De modo que, sin perder su carácter popular, puede presumir también de aristocrático, todo un maratón condal. Nos vamos de campo.

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La escuela

Para trasladar a los corredores del centro a la salida, la organización echa mano del school bus, ese típico autobús que lleva a los estadounidenses a la escuela, amarillo, largo y estrecho, con cara de sólido camión, cuerpo de caja acristalada y conductores (en muchos casos conductoras) de impecable uniforme azul. Es como volver a la infancia, pero en caravana y en paños menores. ¡Al coche, niños!

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El calentamiento

Que antes de realizar una actividad deportiva hay que calentar es algo bien sabido. Menos en Boston, o eso parece. Después de un ajetreado madrugón viajero hasta la zona de concentración previa, una larga caminata espera a los corredores hasta el cajón de salida, donde los encierran sin moverse hasta el pistoletazo de rigor. ¿Y el calentamiento? Tranquilo, ya has calentado bastante. El asfalto te espera.

La literatura

De qué hablo cuando hablo de correr. Es el título de un libro del escritor y corredor popular japonés Haruki Murakami, eterno aspirante al Nóbel, que vivió en Boston, la ciudad yanqui más europea, y corrió su maratón, lectura especialmente recomendable para atletas letraheridos y para cualquiera que quiera ir familiarizándose con los muchos atractivos del lugar. Bienvenidos a Nueva Inglaterra.

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La empatía

El 15 de abril de 2013 una bomba en la zona de meta del maratón de Boston, en plena carrera, acabó con la vida de tres personas y dejó un gran número de heridos. De aquel golpe tan duro, la ciudad se ha ido recuperando con una actitud positiva de superación y fuerza compartida que los bostonianos, deportistas o no, alientan bajo un lema ya convertido en contagiosa marca de la casa: Boston strong!

La ciudad

El ambiente espectacular de los grandes maratones urbanos se multiplica en términos relativos en el caso de una pequeña ciudad como Boston, cuando 30.000 corredores, más sus allegados, invaden de azul y amarillo calles, metro y lugares emblemáticos, mientras los bostonianos, hospitalarios y amantes del ejercicio físico, se vuelcan en acogerlos y animarlos. Una ciudad única para un maratón único.

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por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

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