Aunque un viaje de un fin de semana pasa demasiado rápido, menos es nada. Desde hace ya tiempo venía arrastrando unas ganas terribles de viajar y por fin, llegó el momento. De nuevo, elegimos un destino asequible desde Madrid y decidimos ir a Córdoba, pues era barato y no se tardaba demasiado.
Para llegar desde la capital hay varios autobuses (servicio Socibus, desde Méndez Álvaro, a 35 euros ida y vuelta) y justo había uno el viernes a la una de la mañana que permitía llegar bien pronto y ahorrar una noche de hotel. Podíamos entrar en el alojamiento a las 8 (finalmente lo hicimos a las siete, cuando preguntamos si podíamos dejar las maletas), así que aún nos dio tiempo a dormir un rato para comenzar el día. El alojamiento estaba en plena Judería (Hotel Lunas de Bagdad) y aunque humilde, era perfecto para nuestro viaje. El servicio era muy agradable y la habitación amplia, ¡qué más podíamos pedir por 15 euros!
A las 10 menos diez ya estábamos desayunando en frente de la mezquita. La entrada al principal monumento de la ciudad es gratuita de ocho a diez, pero llegamos justas; así que pagamos 8 euros, el precio habitual de la entrada.
La mezquita, además de ser el punto de referencia en el centro de la ciudad, es imponente, tanto por fuera como por dentro. Se pueden reservar por 5 euros más guías en castellano, pero nosotras preferimos visitarla por nuestra cuenta. Aunque no sepas mucho de arte (como yo) el edificio es precioso y se pueden diferenciar bastante bien los rasgos de la arquitectura andalusí –sobre todo en las fachadas y las columnas con el doble arco-. De la misma manera, se puede apreciar la presente utilización como catedral de Córdoba y elementos de la religión actual.
Muy cerca de la mezquita está otro de los grandes atractivos de la ciudad, el Alcázar de los Reyes Cristianos, un palacio que fue residencia de la corona, también espectacular y que cuenta con zona ajardinada. Nos parecía un poco más de lo mismo, así que no entramos. Vale 4,5 euros.
Después nos encaminamos a pasear por el Barrio de la Judería, donde comenzamos a empaparnos del encanto de Córdoba: estrechas callejuelas decoradas con flores, pequeñas plazas llenas de ambiente, calorcito y buen vivir. Me pareció muy bonita la Plaza Jerónimo Páez, donde se encuentra el Museo Arqueológico y donde también se puede parar a tomar algo. Después continuamos a la Plaza del Potro, donde están el Museo Romero de Torres (4,5 euros) y el de Bellas Artes, de entrada gratuita.
En este mismo lugar, entramos al Centro Flamenco Fosforito, un espacio dedicado a este arte y de lo más interesante. Me llamó la atención que buscando información no leyese nada de este museo –ahora he buscado información específica y me he enterado de que abrió este mismo mes, por lo que es aún joven-, que aunque no le den el nombre como tal, lo es y en cualquier otra ciudad lo explotarían así.
La entrada es gratuita, el edificio es antiguo (la posada del Potro, ahora restaurada) y en su interior se puede acceder a una moderna propuesta de acercamiento a este arte tan reconocido mundialmente: el flamenco.
Este espacio ofrece una sala donde la gente puede tocar el cajón, acompañado por las explicaciones de los distintos estilos del flamenco. Otra hace repaso a la vida de los artistas, información variada, imágenes y objetos. Es muy completo y sobre todo, está explicado y mostrado de una manera (con imágenes, de forma interactiva o con piezas audiovisuales) que puede llegar más fácilmente. Es muy llamativo.
Continuamos el paseo en busca de dos calles de las que habíamos leído cosas buenas. La primera era la del Pañuelo, pequeña y estrecha, casi una curiosidad. En cambio, la calle de las flores me pareció mucho más bonita. El paso estrecho, decorado con flores en los balcones y la catedral al fondo, representan el encanto de la ciudad concentrado.
Era ya la hora de comer e hicimos un stop en el restaurante La Catedral, muy normalito pero asequible y con raciones abundantes. A la tarde, salimos hacia las seis para el Norte de la ciudad, pues hay alguna atracción turística más: la plaza de Plaza de Capuchinos, donde está el Cristo de los Faroles; el Palacio de Viana, muy bonito pero al que no pudimos entrar porque era tarde; y finalmente nos fuimos a la zona de la Mezquita para ver atardecer en el Puente Romano.
Pero era aún pronto y nos fuimos a una tetería que habíamos visto para tomar algo y fumar en cachimba, que teníamos ganas. Descubrimos así la primera tetería de la ciudad y el Premio de Excelencia al Mejor Establecimiento por Tripadvidor, pero sobre todo un lugar encantador y muy pero que muy acogedor. Se llama el Salón de Té, situado en la calle Buen Pastor, y además de ser barato, estaba instalado en un patio, tenía columnas y arcos como si fuera un pequeño templo y una ambientación perfecta. Fue para nosotras la mejor tetería incluso cuando pedimos un batido. El descanso y el buen rollo llegaron de la mano en este lugar.
Además, el simpático camarero nos dijo donde tomar algo por la noche. Y le hicimos caso, después de tomarnos una cerveza por la zona de la mezquita, estuvimos sentadas en la Plaza de las Cañas (nos encantó el nombre) tomando un mojito y luego caminamos en la Plaza de la Corredera, muy bonita también (recomendable para el día, aunque nosotras no volvimos).