Paseos en bicicleta que se alargan hasta la caída del sol. Baños en el pantano, río o lago de un pueblo cercano. Amigos de distintas partes de España: acentos, modas y hasta apariencias distintas, pero un sentimiento común: el pueblo. Sinónimo de verano azul, libertad e inocencia del que tiene dos meses de vacaciones y aún cree que tendrá la suerte de tenerlos toda la vida.
Fiestas amenizadas por un escenario al que de pequeño te subes sin miramiento; hasta que empiezas a preferir la barra, los cubatas a bajo precio, los espectáculos de altas horas. Si nunca has tenido uno, seguramente hayas ido al de un amigo. Porque aunque durante el año son lugares denostados por la mal llamada civilización, en verano se ponen de moda.
Son los pueblos, da igual si de costa o interior; son lugares pequeños, lejos de la galopante urbanización. Pero son mucho más que eso; si has ido sabes perfectamente de que estoy hablando. Son el sentimiento de Villa-Arriba contra Villa-Abajo, son la herencia de tus tatarabuelos, lugares en los que poder salir a la calle en zapatillas, donde sus veraneantes hacen allí casi todo por primera vez, donde aparece (y desaparece, claro) el amor de verano y sobre todo, donde se disfruta de la mejor época de año. Y eso marca.
Vestirte de cualquier manera
Lo mejor del pueblo es poder salir a la calle de cualquier manera. Sí. No pega nada que salgas a la calle con ropa arreglada. Prueba. Se romperá o se manchará a la primera de cambio. En los pueblos existe la regla implícita de ponerse la ropa que aún te vale de cuando eres pequeño.
La ropa que ya no te pones va para el pueblo. De toda la vida.
Prepara el botiquín
El pueblo son también caídas casi siempre aparatosas que acaban en ortigas o directamente, en el suelo. Partidos de fútbol que acaban en lesiones o tajos con las piedras del pantano. El pueblo te hace más salvaje, saca lo más primario de ti. Así que prepárate para poder curar las heridas. Prepara el botiquín.
Cambio de horarios
En el pueblo todo el mundo sabe que tiene que irse a casa a cenar a las 9, pero que nunca llega. Los horarios se invierten. Ahora duermes cuando antes trabajabas. Estás de fiesta cuando antes dormías. No te ralles. Relájate y disfruta. No dejes de tomarte un helado para la digestión. Tómate siempre la penúltima cerveza de la tarde. Acaba el partido de fútbol. Conversa relajadamente sobre todas esas cosas que han pasado el último año. Estás de vacaciones.
La fiestas de pueblo
Las hemos mencionado ya en varias ocasiones, pero es que las fiestas de pueblo darían seguramente para escribir unos cuantos libros. Los pasodobles, artistas con la minifalda mostrando todo tipo de formas, la mezcla de edades en la plaza del pueblo, el asalvajamiento general, las evocaciones a tiempos pasados, una estética pasada de moda en las orquestas y las copas y cervezas a precios económicos hacen de las fiestas populares eventos excepcionales.
Ofrecen un ambiente familiar donde todo el mundo se siente cómodo. Y esto unido a la libertad de estar en medio de la nada da como resultado noches de excesos donde el aburrimiento está totalmente desterrado.
El final del verano
Solo hay algo malo del verano en el pueblo y es que se acaba. La intensidad de los días se multiplica y el tiempo pasa lento allí donde apenas suceden cosas. Pero en algún momento es hora de despertar, volver a poner el telediario y deprimirse, madrugar y volver al trabajo. En este caso, no hay síndrome de lo dejo todo. Solo queda la nostalgia y las fotos como recuerdo; aunque también, por qué no, la ilusión de que solo quedan 365 días para repetir la hazaña.
Vaya ¿qué les ha pasado a los créditos del WordPress? Parece que se hubieran perdido …
Es curioso que en su lugar aparezca un copyright de Mundo Turistico …
Qué bonito Irene! Millones de sensaciones reencontradas en tu artículo. Nosotros ahora viajamos más y vamos menos al pueblo, y cuando vamos nunca coincidimos todos los que éramos. También disfrutamos, pero de otra manera. Y es que los veranos de dos meses con la pandilla daban para tanto…
Gracias por el comentario guapa!
Yo la verdad es que siempre lo he llevado muy dentro y no creo que pueda dejar que cambie 😉
El año pasado viajé por primera vez en Semana Santa y aquí estoy en el pueblo otra vez. Al final prefiero viajar en épocas fuera de temporada.
Un beso!
Irene