Decir pueblo blanco, y más en Andalucía, resulta casi siempre redundante, pues ese es el color que predomina en las casas y edificios de la mayoría de los pueblos. Pero, por antonomasia, se conocen como Pueblos Blancos un puñado de localidades que se dispersan, en su mayor parte, por la montaña norte de Cádiz, al este de Jerez, alejadas del mar y encajadas entre las vecinas provincias de Sevilla, al norte, y Málaga, al oriente (se incluyen también algunas malagueñas vecinas).
Además de vestir un blanco purísimo de cal protectora que se ilumina con el sol, son en su mayoría poblaciones pequeñas que se arraciman trepando por las laderas de los collados serranos, permitiendo una lejana panorámica preciosa y colorista en medio de un paisaje azul y verde de bosque y serranía rocosa, y que culminan en alguna iglesia o fortaleza antiguas que dominan todo el valle. Unidos asimismo por lazos históricos, comparten estos pueblos un pasado de asentamientos ancestrales, romanización, memoria arábiga y leyendas de resistentes y bandoleros. Se suelen agrupar geográficamente en cuatro rutas: occidental (Arcos), central (Grazalema), norte (Setenil) y levante (Ronda). Dejando aparte los casos especiales de Arcos y Vejer, ya visitados anteriormente, nosotros hemos realizado una particular ruta resumen de las tres últimas.
Partiendo de Barbate, iremos casi siempre por carreteras comarcales estrechas, reviradas y, por tanto, lentas. Nuestra primera parada será en Medina Sidonia, que si no entra en la denominación oficial de pueblo blanco sí cumple todos los requisitos para serlo; agrícola y ganadero, ofrece en su centro histórico las ruinas del castillo medieval y una interesante iglesia mayor, en lo alto, y, en pleno núcleo urbano, el Ayuntamiento, con su rectangular plaza elevada y su arco, y una bien conservada muestra del alcantarillado romano.
Saliendo hacia el este, pronto dejamos atrás Alcalá de los Gazules, pueblecito blanco agrupado en torno a su iglesia y a su plaza-parque. Estamos en pleno Parque Natural de los Alcornocales, una inmensa mancha verde rica en flora y fauna, considerada como la última selva mediterránea, donde la corteza del alcornoque, el corcho para embotellado, su gran riqueza, es reconocida por su calidad en todo el mundo. Soledad, silencio y conducción lenta, no solo por las cerradas y empinadas curvas sino también porque la tupida vegetación de árboles y matorral se abre a trechos en miradores naturales que nos descubren un paisaje sobrio pero espectacular.
Al coronar el Puerto de Gáliz (o Galis), en la solitaria venta, además de regalarnos el paladar con una muestra del queso de cabra serrano y una copita de sabroso tinto del país, nos exponen su teoría sobre el latifundismo sureño(ante nuestra extrañeza por haber encontrado todo el monte limpio y bien cerrado) y la corrupción oficial con bastante más tino y perspicacia que cualquiera de los tertulianos radiotelevisivos o tuiteros al uso. Sabia experiencia de alguien que ha sufrido la emigración y aun más su propia tierra, o eso parece.
La larga bajada nos pone a las puertas de Ubrique, entrada al Parque Natural de la Sierra de Grazalema, un macizo de naturaleza kárstica con el clima más húmedo de España, lo que favorece su riquísima biodiversidad, que abarca casi todo el noreste gaditano y algunos municipios malagueños, donde se puede disfrutar de muy distintas maneras de sus picos, depresiones, gargantas, cuevas, roquedas y matas boscosas y donde el alcornoque deja paso al pinsapo, una especie de abeto mediterráneo. El pueblo natal de Jesulín (de apellido multifacético, ojo a la placa: hostelería, folclore, teatro, refranero, masonería, partes de guerra, tauromaquia…, quién da más), torero de mediático clan, es conocido sobre todo por su tradición marroquinera, que ha devenido en una boyante industria de la piel, con productos de alta calidad. Grande, con una posición estratégica en plena serranía y un embalse cercano, ofrece una amplia gama de deportes de montaña y agua y de senderos serranos y, sobre todo, una excelente ruta de miradores sobre los preciosos paisajes que lo rodean.
Abajo bulle la zona nueva, llana y con ambiente comercial; pendiente arriba, se refugia el casco medieval, dédalo de callejuelas que nos llevan hasta el Museo de la Piel, pasando antes por plazas luminosas como la del Ayuntamiento, con su fuente de caños, o la de la Verdura, esquinada y florida.
Siguiendo nuestra ruta al este, muy cerca y casi pegado a la carretera, nos encontramos con Benaocaz, pueblecito de origen árabe que conserva un interesante barrio nazarí y alberga el Ecomuseo Histórico del Parque. Y entre pinos, encinas, algarrobos, olivos y fértiles vegas verdes, llegamos a Grazalema. Estamos en el ecuador del camino.