Tras el contraste del primer día en la Medina de Marrakech y los dos días pasados en el desierto, volvíamos a la ciudad un poco más hechas a la vida en este país. Por eso, el cuarto día, el que precedía a la vuelta, fue seguramente el mejor de todos ellos. A pesar incluso de que en mi opinión estuvimos mucho tiempo de compras, pues aunque podría estar perdida por la Medina y sus puestos días enteros, al final, como todo, cansa. Y más cuando no te gustan las compras como a mí. Pero empecemos por el principio.
Ese día madrugamos algo para visitar a primera hora las Tumbas Saadies, un mausoleo construido por el sultán Ahmed El Mansour en el siglo XVI para su familia y guerreros de la Dinastía Saadí. El edificio principal consta de tres habitaciones en las que destaca la de las doce columnas, donde descansan los cuerpos de sus hijos y la más impresionante a nivel arquitectónico. La zona está chula, pero la visita no tiene mucho más, así que decidimos pasear sin rumbo por esta zona de la ciudad. En lugar de volver al centro, cogemos la calle que nos aleja de la ciudad y continuamos explorando Marrakech.
No obstante, cuando estamos paseando vemos un graffiti en una pared e intuimos que puede haber un bonito bar en ese edificio. Ya que hace un día espectacular, decidimos parar a tomar algo.
Callejeando por Marrakech
Y mira por donde, tomamos una decisión acertadísima. Se trata del bar Clock, de inspiración bohemia y artística a juzgar por las obras de arte colgadas en las paredes y la estética tan cuidada del local. Subimos a la terraza y nos pedimos algo, disfrutando del lugar y del día que hace.
Dando un largo paseo por la ciudad, acabamos, como siempre, en la exultante Medina, siendo abordadas para mirar, comprar o simplemente charlar. Nuestro próximo objetivo era la Plaza de las Especias, de la que no teníamos más referencia que el nombre. A pesar de preguntar a varios dueños de puestos, o no sabían bien a qué nos referíamos o nos mandaban a una plaza por donde habíamos pasado anteriormente y que no parecía ser lo que buscábamos.
En busca de la Plaza de las Especias
Tiramos la toalla aunque por la tarde, tras andar varias horas de puesto a puesto, dimos con ella. No sabría deciros exactamente donde queda, pero la Plaza de las Especias se reconoce perfectamente por la infinidad de puestos, casi todos ellos en el suelo (no fijos) y regentados por mujeres. El colorido, los olores o el caos en torno a ella (el caos dentro del caos) la hacen aún más reconocible y encantadora.
Entre tanto, decidimos que ya era el momento de hacer las compras típicas; al fin y al cabo, no quedaba más que medio día y tampoco nos apetecía otra cosa que perdernos por el Zoco. Ya se sabe: unas manoletinas, un azucarero para la madre, un imán para el novio, etc. Pero más allá de esto, comprar en la Medina de Marrakech es seguramente la forma más genuina de conocer la faceta de comerciante de este pueblo. El regateo allí es deporte nacional y por lo que he leído, incluso les puede parecer mal que no regatees.
Regateando en el zoco de Marrakech
Bien visto es como un juego y te permite poner en práctica tu poder de persuasión; por otro lado, si eres de los míos, seguramente te dará una pereza terrible y te dará igual que te salga un poco más caro el artículo. No obstante, es muy divertido ver cómo lo hacen otros: bajar muchísimo el precio, hacer el amago de irte o simplemente, insistir mucho en que no vas a pagar más –“no tengo dinero”, llegaba a decir una amiga-. Por otro lado, el catálogo de recursos de estos comerciantes es amplio, pero al final se reduce a decirte que el producto es muy bueno, que le sale a precio de coste y el animarte a comprar -¿cuánto estás dispuesto a pagar?, y juegan con ello.
A pesar de que como he dicho, yo de esas personas que tras una hora comprando, ya me canso, hacerlo en Marrakech es distinto. Las “tiendas” son de lo más original que uno haya visto, los colores y olores de todo tipo, la cantidad de reclamos que hacen los compradores son para escucharlos y reflexionar –“prisa mata, prisa mata”- y sobre todo, uno siente mejor que en otro sitio cómo vive la gente allí. Las sonrisas, la cercanía, la persuasión, la cultura.
En Marrakech hay un montón de lugares donde tomar algo
Al acabar necesitábamos un descanso y tomamos algo de nuevo en una terraza (¡imprescindible parar en al menos tres distintas!) muy cerca de la Medersa Ben Youssef (una escuela coránica), donde finalmente no entramos porque estábamos ya cansadas. Las terrazas de Marrakech me encantaron: además de conseguir unas vistas chulas, suelen estar cuidadas con mucho mimo y son sitios encantadores. Además, en Marrakech también tienen batidos de aguacate, como en Perú y no hay cosa que más me guste, con lo rara que soy para la comida en general 🙂
…Y también para cenar
Esa noche cenaríamos en el restaurante Pepe Nero, un restaurante italiano de cierto nivel para Marrakech que estaba anunciado por toda la ciudad y más occidentalizado, pero que teníamos ganas de conocer y que nos permitiría comer comida distinta y beber vino tranquilamente. Lo reconozco: llevé bastante mal no poder beber alcohol en los restaurantes de Marrakech, ya que siempre asocio el momento de la cerveza al estar en libertad. Y sin cerveza (o vino en caso de cena) no me sentía igual.
El restaurante es muy elegante y la comida está bien, encontramos lo que queríamos, pero sobre todo nos gustó el servicio. Desde el primero momento, el joven apuesto fue encantador con nosotras y sacó muchos temas de conversación. Fue como un viaje al otro Marrakech, a la ciudad moderna, ya que el chico era un joven universitario que presumía de hablar cuatro idiomas y estudiaba economía. Hablamos incluso de política y nos contó que los dirigentes de su país eran parecidos a los nuestros: soliendo poner sus intereses por delante de los de la gente.
Solo nos chocó como al final de la cena nos propusieron llevarnos al centro, ya que el restaurante está en una zona un poco alejada, como con miedo a que pudiera pasarnos algo. Lo descartamos y paseamos por las calles de Marrakech de noche, con la sorpresa de encontrarnos de repente lo que parecía una boda entre dos locales. Música y un carro con una cabra amenizaban la fiesta, que seguimos durante un rato.
Así sí, pensábamos. Así, sabiendo donde estábamos, pudimos disfrutar de Marrakech plenamente. Una pena que al día siguiente tuviéramos que volver porque parecía que ahora todo iba a ir mucho mejor. Pero volveré pronto. Tengo ganas.