Los ríos Arga y Aragón, que bajan del Pirineo y se juntan antes de desaguar en el Ebro, delimitan la zona oriental de la llamada Navarra Media, antigua tierra de frontera entre los distintos reinos cristianos que aquí confluían (Navarra, Aragón, Castilla) y entre estos y los de los conquistadores musulmanes. Por ese motivo, la inestabilidad y las continuas disputas obligaban a reforzar el territorio con numerosos muros, fortalezas y castillos, algunos de los cuales, debidamente remozados, enriquecen hoy el patrimonio local de sus pueblos. Olite y Ujué son dos de esos maravillosos lugares que hoy recorremos y en los que apuntamos los sitios que ver y recorrer.

Olite

Y el mejor ejemplo de esa riqueza arquitectónica es la pequeña y monumental ciudad de Olite, a media hora en coche al sur de Pamplona. Cruzamos el río Zidacos (no confundir con el Cidacos, de nacimiento soriano y afluente del Ebro por la derecha, que muere justo en la nada lejana frontera riojanonavarra) y dejamos el coche a la entrada, pues el centro histórico no es muy recomendable para el tráfico rodado y la visita exige el paseo a pie, no muy largo y tan agradable como sorprendente. 

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Por su ubicación central y estratégica en la extremadura medieval del reino, esta ciudad fue elegida como residencia por los reyes navarros, lo que supuso un fuerte impulso social y económico y la convirtió en el centro político a finales de la Edad Media, de la mano de Carlos el Noble, hijo y sucesor del rey homónimo llamado El Malo.Que no hay mal que por bien no venga y nosotros, ahora, vamos a disfrutar del legado de ese monarca benefactor, un mundo de piedra donde aún resuenan los ecos de viejos caballos y caballeros transitando las estrechas callejuelas. Iniciamos la visita al antiguo recinto amurallado, levantado en la altura sobre el valle, por la iglesia de San Pedro, la más antigua, románica de portada y claustro, y gótica en su original torre, flecha piramidal de caras curvadas.

Siguiendo la calle, topamos directamente al fondo con un lateral del popular Castillo, el Palacio Real de Navarra. Construido como ampliación continua de una fortaleza anterior, se trata de un vasto conjunto de residencias cortesanas, defendido por sólidos muros y fosos infranqueables, que hermana torres cuadradas y almenadas de estilo castellano con otras redondas y rematadas en conos de pizarra, de aires franceses y centroeuropeos, todo ello en un aparente desorden que le otorga una silueta laberíntica y mágica visto desde la lejanía y lo convierte en el gran icono de la ciudad.

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Cruzamos el arco de salida para contemplar desde afuera esa imponente visión de muros y torres, y regresamos adentro para, rodeando sus fachadas, alcanzar la entrada del actual acceso, abierta en una esquina de la alargada y peculiar Plaza Mayor. Ya en el interior del palacio nuevo, podemos completar la visión de conjunto desde el mirador panorámico de sus altas torres y forjarnos una idea de lo que fueron sus lujosos patios, estancias, cámaras, galerías y jardines, así como de la regalada vida cortesana de pompa, justas, toros, juegos y fiestas reales. Nos resulta curiosa la nevera de tapa ovoide, como un huevo gigante, hermana de la que vimos hace poco en el olivar de Fitero, esta solitaria en medio del campo y de cubierta cuadrangular.

De frente, al fondo de la plaza, se levanta el edificio del Ayuntamiento olitense, una casona blasonada de piedra, soportal, arquería y reloj en lo alto. En medio, un pasadizo en arco nos lleva a la plaza que da a la parte trasera del palacio. Pegada a él, está la iglesia de Santa María, que nos recibe con su atrio columnado y su escultural fachada de arco y rosetón, culminada por una austera torre cuadrangular; dentro, un magnífico retablo destaca por sus pinturas y tallas renacentistas. Al lado, la imponente fachada del Palacio Viejo, hoy reconvertido en Parador de Turismo. Y en la acera contigua, en otro regio edificio, las dependencias de la oficina de información, donde podemos degustar un tinto navarro en su moderno y completo Museo de la Viña y el Vino. Nos despedimos del viejo Olite perdiéndonos por sus plazas, por sus calles estrechas, que culminan en artísticos portales o salidas del recinto medieval, empedradas y ornadas de nobles edificios con escudos, portones en ojiva, dinteles de piedra, amplios aleros, galerías y balconadas de rejería típica.

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Ujué

Saliendo de Olite hacia el este, se encuentra una de esas sorpresas del interior peninsular poco conocidas fuera de su entorno y que empiezan a abrirse paso, con justicia, entre los llamados pueblos con encanto: Ujué. Pero tan injusto sería olvidarnos de San Martín de Unx, pueblecito en pendiente que vamos a cruzar, antes, de camino al anterior. Situado en un resalte montañoso, ofrece una pequeña sorpresa en la iglesia románica que lo corona: unas escaleras de caracol nos descienden a una sorprendente y acogedora cripta. Pero lo mejor de este lugar son la preciosa panorámica sobre el valle y sus callejuelas de piedra con flores y casas nobles, sin olvidarse de sus vinos y de su tradición cooperativista. El perfil de los montes aledaños acoge un parque colmado de torretas eólicas.

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Y llegamos al primer pueblo citado, mayor y de características similares, con un sorprendente tesoro en su cima: el santuario de Santa María de Ujué, un templo-fortaleza de orígenes medievales que domina el paisaje desde un escarpado altozano, inexpugnable bastión defensivo en la Edad Media, que representa hoy su principal atractivo. La iglesia, de macizos contrafuertes y con una elaborada portada románica, fue ampliada sucesivamente durante el auge del reino navarro con un palacio real y un hospital de peregrinos, unido todo por patios, pasadizos, arcos, corredores y terrazas. Sobresalen en el conjunto las torres almenadas, que le dan su aire de castillo, el paso de ronda circular y la voladiza galería abierta y balconada que mira al sur, un espectáculo verde de viñedos, tierras onduladas y horizontes que se pierden hacia el Moncayo. Pero el pueblo, de aspecto medieval, que se aprieta cerro abajo a cobijo del impresionante baluarte, no desmerece para nada de este.

El caserío es un laberinto de escaleras, callejones, calles empedradas estrechas y empinadísimas, de rincones acogedores y todo bien cuidado, con edificios nobles y antiguos de piedra y escudo, con todas las casas remozadas y engalanadas de flores y con establecimientos públicos atractivos que invitan a una parada. Necesaria, por otra parte, que la cuesta cuesta y el paseo, un subir y bajar constante, requiere estar en buena forma. Una postal de piedra, en suma, no muy publicitada, que está pidiendo a gritos una obligada visita. No se puede perder.  

*Si quieres conocer otros rincones de Navarra, te invitamos a perderos en el maravilloso paisaje de las Bardenas Reales, a conocer Tudela y exprimir Pamplona, su capital.

*La primera foto que ilustra Ujué es de Ignorant Walking

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

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