Como habíamos llegado a San Petersburgo un sábado, dejamos el domingo (pues era el primer día) y el lunes (pues los museos cierran los lunes) para conocer la que es sin duda una de las mayores atracciones de la ciudad, además del conjunto mismo: El Hermitage. Este es uno de los museos más importantes del mundo y está parcialmente (en total son seis edificios) situado en el Palacio de Invierno, construcción que fue residencia de la zarina Catalina la Grande y también muy interesante por cuánto lujo y belleza atesora.

El edificio es ya bastante resultón por fuera, como podemos ver en la foto que sigue:

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Llegar al museo en la ciudad es muy sencillo, pues está al final de la calle Nevsky, en lado derecho; concretamente en la imponente plaza Dvortsovaya. La salida está en el lado opuesto, a orillas del río Neva; por lo que las vistas del otro lado de la ciudad ofrecen una bonita panorámica del museo. La entrada cuesta 400 rublos y la audioguía suma otros 250 de la moneda local.

En la entrada al museo está lo más espectacular del Palacio de Invierno, la entrada y Escalera de Jordan, muestra del lujo de la época Imperial Ruso y de una belleza que no tiene imitación. A San Petersburgo bien podríamos llamarla ‘La ciudad de los zares’, pues la mayoría de los lugares de interés están relacionados con esta época de la Historia rusa, además de ser por entonces capital y la ciudad mimada de las autoridades del país. De hecho, el nacimiento de la urbe fue un proyecto del zar Pedro el Grande, que quería hacer de esta una ciudad abierta y occidentalizada. «Una ventana abierta al mundo», como ha quedado plasmado en la literatura.

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En el primer piso se puede disfrutar de una zona de arte ruso (que nosotras obviamos) y una gran colección de pintura italiana del siglo XIII al siglo XIX. Además, hay muchos otros cuadros europeos, donde destaca una sala con más de 30 obras de Rubens. En la segunda planta es donde más disfruté, pues hay una sección especial para la pintura francesa, donde están los pintores que más conozco: los impresionistas. Entre ellos destacan cuadros como Retrato de dama en azul, de Cézanne, o Mujer en el Jardín, de Claude Monet, pero también están presentes Degas, Van Gogh o Paul Gauguin. Al final de la segunda planta estaba la colección de arte oriental.

Aunque hay gente que asegura que puedes estar recorriendo este museo hasta dos días para conocerlo bien, en mi opinión si seleccionas, con un día basta. No es tan enorme como pudiera parecer y bastante sencillo de recorrer. Merece la pena también comprar la audioguía, pues cuenta la historia no solo de algunos de los cuadros sino también de las salas del Palacio de Invierno, casi todas ellas impresionantes.

Nosotras estábamos fuera para la hora de comer (algo tarde), así que repusimos fuerzas en el hotel y descansamos un rato hasta las 7, pues teníamos previsto hacer un recorrido en barco. Dependiendo del lugar donde se coja, se ofrecen unos u otros recorridos, pero nosotras vimos uno al lado del Hermitage y sin pensarlo volvimos. Está justo a la izquierda del puente Dvortsovi y a pesar de que llegamos corriendo (¡cómo engañan las distancias en esta ciudad!), los chicos de la compañía fueron muy amables. Nos costó 450 rublos y duró en torno a una hora y media, acercándonos a los extremos del centro de la ciudad pero sin llegar nunca a rebasarlos ni a meternos en el interior.

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El recorrido merece mucho la pena, pues la ciudad es tan grande, las vistas tan bonitas -las dos caras separadas por el Neva- y el río tan ancho que te ofrece una imagen única de la urbe. Además, al ser de noche, la ciudad tiene otro color, iluminada, grandiosa. Se reconocen, más si cabe, los grandes monumentos de la urbe, que impresionan cuanto más se ven: la iglesia de San Isaac, la altísima aguja de la Catedral de San Pedro y San Pablo, la Iglesia de la Sangre Derramada, el Hermitage y muchos otros edificios anónimos.

Además, el paseo es reposado, calmado; ideal para asimilar tanta belleza.

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Este día nos dimos cuenta, más si cabe, de por qué habíamos oído hablar tan bien de la ciudad. Además, tres días ya eran casi suficientes para considerarla nuestra. Vamos, de cogerle cariño.

De camino a casa paramos a cenar en el restaurante ЯTb, un lugar en el que nos habíamos fijado en una de las caminatas (varias ya hasta la fecha) hasta la zona del Hermitage. Aunque cuidadísimo en la decoración y con gratas sorpresas como gramolas en el baño o conejos en la sala, nos sirvieron un plato frío porque ya quedaba poco para que cerraran. Quedamos con un poco de mal sabor de boca de un lugar que en un primer momento nos había encandilado, aunque el otro plato no estaba mal.

por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

Un comentario en «Una semana en San Petersburgo (III): Visita al Hermitage»

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