*Nota: Este artículo nada tiene que ver con el recientemente publicado ‘50 tipos de viajeros un tanto odiosos‘. No obstante, una clasificación de gente viajera por gustos y preferencias ha acabado generándose a la par por los dos redactores que forman este blog.
El ser humano es viajero por naturaleza. Primero, porque la vida es un viaje sin retorno dentro de un vehículo de tracción solar, el planeta Tierra, que a su vez viaja incansable hasta el anunciado día en que sus pilas se agoten por falta de gravedad, he ahí lo grave. Segundo, porque cuando aquel simio arborícola y cuadrúpedo dejó de andarse por las ramas y, bípedo sapiens asustado, plantó sus pies con firmeza sobre el suelo por primera vez, su cerebro emitió una clarísima orden viajera: ¡Andando! Y, como dice el viejo chiste, andar, andó, vaya si andó. Anduvo, jodido, no andó, corrige la voz del oyente atento. Y zanja, tajante, el narrador: Sí, tienes razón, anduvo jodido pero anduvo. Y tanto andó y tanto anduvo que, desde su cuna del África Oriental se extendió por todo el mundo, por tierra, mar y aire, y lo llenó de gente, de idiomas, de casas, de coches, de misiles, de pantallas inteligentes y de todo tipo de trastos de obsolescencia programada. Tanto y tantos que ya no queda lugar sin explorar ni sitio donde meter tanta basura.
Y, cómo no, acabó inventando el turismo de masas, ya bien mediado el siglo pasado. Lo hizo de la mano del bienestar, las vacaciones, el verano y los baños playeros, diversificándose luego en un amplio abanico de opciones para todos los gustos. Y se multiplicaron los viajes y quien más quien menos se hizo viajero, por más que unos solo persigan la placentera comodidad y otros, más aventureros, intenten hacer realidad sus sueños. En ese sentido, la distinción entre viajero y turista, que a veces rezuma un cierto tufillo peyorativo, pierde su valor: todos somos viajeros y turistas al mismo tiempo, y las diferencias, que haberlas haylas, y grandes, solo pueden ser de grado, no de sustancia. Otra cosa son las preferencias y posibilidades personales y el valor que damos a cada tipo de viaje, que dependerá, más que nada, de la actitud y de las aptitudes del propio viajero. Veamos algunos arquetipos, presentados a título de esquemático ejemplo y sin ánimo exhaustivo ni de preferencia alguna.
El astronauta. Especial millonario espacial (a ver si lo apuran, que no llego).
El cachas. Deportes de riesgo y adrenalina (el mundo es un gimnasio).
El cámara. Trípode, zoom y paciencia (móvil y autofotos, para los aficionados).
El campista. Ecologismo de autocaravana (historial de pegatinas).
El carroza. La experiencia como carta de presentación (qué me van a contar a mí).
El célibe. Las altas uvas están verdes (el buey solo bien se lame).
El científico. Seres vivos y Naturaleza (el aleteo de un insecto produce sunamis).
El coleccionista. Colecciona países (intenta no repetir ninguno, pero…).
El convencional. Por agencia y en grupo (paga, exige y se despreocupa).
El explorador. Hay otros mundos, pero están en este (el viaje está en la búsqueda).
El familiar. Clan, tortilla y chiringo (¡Niño, deja ya de joder con la pelota!).
El fueraborda. Siempre en temporada baja (o afortunado o del inserso).
El gastrónomo. Fogones y recetas (busca chefs estrellados y cocina local).
El harto. Se tira al monte solo (recuperadora terapia robinsoniana).
El intelectual. Persigue autores, obras y personajes (ratón de museos y librerías).
El marino. Solo hace cruceros (no sabe nadar, para qué).
El nómada. Lo deja todo y se larga con lo puesto (el futuro proveerá).
El ocasional. Por estudio, trabajo, salud… (de la necesidad, virtud).
El peregrino. Religioso o laico (la meta es el camino).
El playero. Trópico y todo incluido (vuelve con la pulserita puesta).
El profesional. Vive del viaje (su careto deviene en mediático y popular).
El rural. Ecoviajero de regreso a la infancia (pero… ¿dónde las vacas?).
El tarjetas. El rey de las zonas comerciales (hasta que la visa lo avisa).
El urbanita. Su medio es la ciudad (el campo, para los mosquitos).
El verbenas. La vida es una fiesta (la noche es joven).
Y así sucesivamente. Pero que nadie intente adscribirse en exclusiva a un solo tipo, pues no existe el viajero puro, siquiera sea porque no hay dos viajes iguales y todos presentamos rasgos de aquí y de allá, aunque uno sea el dominante, y compartimos muchos aspectos a la hora de viajar. Añádanse, pues, todos los matices posibles, combínense a gusto, agítese la coctelera y obtendremos una gradación enorme de casos distintos y distantes, pero todos, con todas las puntualizaciones que se quieran, podrán ostentar su indiscutible condición de viajeros. Así pues, viejos o jóvenes, con mochila o maleta, tienda u hotel, bermudas o corbata, riñonera o salacot, solos o en grupo, a pie o en globo, con tiempo o sin él, con mucho o poco presupuesto, tranquilos o arriesgados, planificados o espontáneos, libres o condicionados, con mayor o menor curiosidad, espíritu viajero o pasión por viajar…todos somos viajeros, todos somos turistas, en mayor o menor medida; cada uno a su manera y al margen de tópicos y estereotipos al uso.
Porque todos, unos y otros, con sus distintos objetivos y sus diferentes medios, con peor o mejor resultado, sedentarios convencidos o culos de mal asiento, eventuales o grandes viajeros, acabamos en el fondo haciendo lo mismo, que no es poco: cambiar de aires, encontrarse con uno mismo, huir de la rutina cotidiana, disfrutar a nuestra manera, tumbar mitos, limar prejuicios, volvernos algo más sabios, convivir con lo diferente, contagiar y contagiarse, sorprender y sorprenderse, coleccionar recuerdos, contribuir a la economía propia y a la de destino y, a la vuelta, inmediata o retrasada, contarlo a los amigos con todo lujo de fotos y anécdotas o al público interesado en algún medio temático al uso. Algo con lo que, orgullosos protagonistas o ansiados espectadores, todos salimos ganando. Algo muy agradecido y muy de agradecer. Hala, dejémonos de debates y comparaciones inútiles, elijamos el estilo de viaje que más nos vaya y ¡a viajar, que hay para todos!
¡muy bueno!
Yo incluiría el que siempre siempre dice que va a ir a algún sitio y luego no se mueve de su casa, llamemoslo el acomodado o el para otro momento o el miedoso 😉
Un saludo,
Flavia
jeje ¡Gracias Flavia!
Esos también existen; lo sumamos.
Un saludo,
Irene