Parece que siempre tengo ganas de hacer hincapié en la parte mala que trae consigo el amor por los viajes, pero soy de esas personas que tiende a ser ante todo, realista. Pues normalmente lo que más nos apasiona trae también momentos malos. Porque la felicidad constante no existe. Porque si la vida no fuera en ocasiones jodida, no sería tampoco tan maravillosa. Por eso, también me gusta analizar lo que no es tan bonito del viajar; en este caso, los sentimientos frustrantes que provoca la época previa al viajar: en muchos casos, casi todo el año.

“Nunca viajo lo suficiente”

El rey de todos los sentimientos frustrantes en el mundo de los viajes es el “nunca viajo lo suficiente”. Creo que todo viene de querer viajar de forma tal que uno llega a sentir realmente que está enganchado. De hecho, de la adicción a viajar ya he hablado otras veces. Y se quiere más y más, sin límite y claro, muchas veces (algunos tienen lo que hay que tener bien puesto y se lanzan a conocer mundo sin billete de vuelta) esto choca con la realidad. Es como el dinero: cuanto más tienes, más quieres. El viajar lleva al viajar. Y al final, cuando no lo haces, te puede sentar muy mal. Al menos ese mi caso.

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Entre la soluciones está el intentar viajar al menos los fines de semana, de lo cuál se derivará el frustrante sentimiento de ir a sitios que quizás no sean tan llamativos como otros, o que se gasta uno un dineral en viajar a una pequeña ciudad o cosas similares. Siempre hay formas de intentar engañarse pero también momentos en los que no puedes hacer otra cosas que agachar la cabeza: Estás jodido fastidiado.

“No puedo verlo todo”

Otra cosa muy típica del viajero empedernido es ir a una ciudad y querer verlo todo. El tiempo material ya se verá. Entre la sensación de que no da tiempo y el ansia de abarcar la ciudad e intentar conocerla de verdad –unido a que los días siempre son poquitos- en ocasiones nos echamos a patear sin medida y llega la noche o el día siguiente y estamos pasmados.

De ahí que naciera el turismo slow y nos dijera que la solución era viajar sin prisa y conocer el destino en profundidad. ¿Pero cómo voy a abarcar un gran ciudad en cuatro días tomándomelo con calma? De ahí que muchos sigamos embarcados todavía en encontrar una solución equilibrada para todo ello. Y mientras tanto, frustrándonos un poquito.

«No tengo dinero»

Yo era de las personas que creía que el dinero no importaba…hasta que empecé a amar viajar. Y entonces me di cuenta que el dinero es importante cuando viajas: que hay que pagar transporte, alojamiento, comida y entrada de sitios imprescindibles, mínimo. No hablemos de que quieras hacer algo especial. Aunque ahorres (véase comas embutido, viajes en Blablacar y duermas en sitios cutres), viajar cuesta dinero. Y de donde no hay no se puede sacar. Hay lugares eso sí donde menos es más: con unos cuantos ahorros podrás pegarte un buen viaje por Asia; o disfrutar de Cantabria cuatro días por unos 140 euros si tienes una furgoneta donde pasar la noche y hacer la comida. Pero entre uno y otro, viajando mucho, gastarás. Y dinero necesitarás.

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“El avión son 30 horas de viaje”

Para muchos, el peor sentimiento sigue siendo coger un avión muchas horas. Aunque siempre habíamos manejado la estadística de los accidentes de avión –mucho más bajos que yendo en coche- e intentábamos hacer ver a nuestros amigos que era una tontería, los episodios sucedidos últimamente con los aviones internacionales por Malasia o Ucrania no ayudan. Aunque sigan siendo una excepción.

“Me da miedo”

Hay diferentes formas de viajar y los viajes en que la persona intenta borrar límites, es complicado no sentir en ocasiones miedo. Viajar lejos impone. Conocer países que no son el tuyo es toda una aventura y sin riesgo, no hay aventura. De hecho, las imágenes y las cosas malas se recuerdan mucho mejor; así que los medios de comunicación y los grandes desastres a veces tampoco ayudan.

Una de las mejores ideas para superar esas limitaciones es una frase que alguien me dijo una vez: “Piensa que todo el mundo, en las diferentes ciudades que hay, come, duerme y va al cine”. Vamos, que se puede ir y a excepción de cosas puntuales, no suele haber problemas. O otra de las visiones que tiene mucha gente hoy en día y que es cierta: Tienes la misma posibilidad de que te pase algo en España que esos países, seguramente. “Tienes más peligro de que te mate un coco de que lo haga un tiburón”, me dijo una amiga hace poco. ¿Convencidos?

Sentir envidia sana todo el rato

Hay una cosa terrible en la libertad de poder cogerte vacaciones cuando quieras: que otro estará de vacaciones cuando tú no lo estés. Y verás en Facebook sus fotos en la playa, descansando o disfrutando del arte de viajar, sin más. Hay gente que es fuerte y disfruta viendo las aventuras de otros. Yo no. Que no digo que no me alegre por ellos, pero aumenta mi frustración. Aumenta mis ganas de huir. Aumenta mis ganas de matar 🙂

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La sensación de querer huir

Hay en ocasiones otra sensación que me invade: querer huir. La idea de que todo lo nuevo es mejor. De que estás en una ciudad pero tu cabeza está repartida por medio mundo, con los sueños de un viaje futuro esperando en cada ciudad. No estar nunca del todo en tu ciudad ni fuera. En fin: no saber bien si lo que tienes es lo que quieres. O si lo que quieres sería en realidad aquello que querrías tener. Esa duda, esa posibilidad de dejarlo todo… o no cambiar nada.

A pesar de todo ello, viajar merece la pena. No cambiaría nada ahora mismo por un fin de semana en cualquier sitio desconocido, buena compañía –o no- y conocer, conocer y conocer. De hecho, todas las cosas tienen su parte mala, o al menos es así como yo pienso. Y prefiero conocerla y analizarla (también es que yo pienso mucho) que obviarla. Es lo que hay.

por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

4 comentario en “Los viajes: ¿También generan sentimientos frustrantes?”
  1. Hola Irene! pues sí, reconozco la mayoría de estas frustaciones y seguro que hay alguna más, je, je.
    Sobre todo me identifico con la última, esa eterna duda de dejarlo todo o seguir como siempre, viajando a cachitos y suspirando por poder hacerlo más y con más calma, venciendo tus miedos a dejarlo todo.
    Sobre todo cuando vas conociendo cada vez a más ejemplos del «lo dejo todo y me voy sin billete de vuelta» y ves que se puede hacer y no pasa nada. Por supuesto no es tan fácil, implica renuncias importantes y convivir con una incertidumbre constante aunque sea sólo en el tema monetario-ingresos. Pero tampoco es imposible. Y en esa eterna duda andamos 😉

    Un abrazo, y buen tema para reflexionar
    Alicia

  2. Gracias por el comentario Alicia!

    supongo que la última es esa que a todos se nos pasa por la cabeza. Yo tengo mi razón para no hacerlo y la tengo ahora muy clara, así que quizás sea la que menos problemas me dé. En ese sentido, me frustra mucho más la primera, ya que al final, queremos todo y todo no se puede tener en ocasiones. No obstante, al final es rara la vez que no acaba venciendo el «ya llega».

    Muchas gracias por el comentario y por cierto, muy bueno tu blog! 🙂

  3. Muchas veces no sale todo lo planeado, pero siempre hay mil cosas que aprender en nuestra ruta, siempre se nos presentara la oportunidad y solo hay que tomarlo y no hacer tanto drama.

  4. Hola, Galápagos,

    claro, de eso hablo en el post. Pero frustraciones hay! se trata de simplemente reconocerlo, ponerle nombre y afrontarlo!

    abrazo,

    Irene

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