Mediados de octubre. La tercera ciudad de los Estados Unidos, ubicada a la orilla suroccidental del norteño y gigantesco lago Michigan, bulle estos días en torno a su Maratón, uno de los grandes, que recorre los barrios principales y permite hacerse una buena idea del impresionante y amplio downtown de Chicago. Comienza y termina en el parque Grant, céntrica mancha verde que se estira paralela al lago, remanso de paseos, jardines, estatuas, fuentes y sorprendentes atractivos (y enclave de fiestas y festivales veraniegos), tomado completamente la mañana del domingo por carpas, vallas, puntos de información y demás infraestructura de la carrera, cerrado al público y plagado de participantes, organizadores, voluntarios y policía.
Ambiente general de fiesta y deporte. Se sale hacia el norte, bajo los acordes del himno nacional y entre el azul lacustre, a la derecha, y la esbelta silueta del skyline urbano, a la izquierda, dejando atrás la fuente de Buckingham (simbólico punto de partida de la mítica Ruta 66) y, algo más arriba, el Art Institute, monumental museo cortado en dos por las vías del tren.
Nos despedimos del verde en el Milennium, la zona más visitada del parque, donde la gente se recrea reflejándose en el enorme espejo de acero pulido de la Cloud Gate, una “alubia” gigantesca, plateada y brillante; admirando las metálicas formas aladas e imposibles del pabellón Jay Pritcker, otro asombroso capricho de Frank Gehry, premio Príncipe de Asturias de las Artes de este año; o, en fin, jugando con la luz, el color, el agua y la videotecnología de la fuente Crown, original creación del polifacético catalán Jaume Plensa.
Pasado el río, se cruza la Magnificent Mile (la Mag Mile, salpicada estos días de grandes caballos de cartón piedra y vivos colores, refrescante exposición artística al aire libre que sorprende a los viandantes en plena acera), la milla de oro del ocio y del negocio, de las compras y el barullo, con sus edificios, tiendas y restaurantes de lujo, encajada entre las dos grandes arterias que vertebran el centro de abajo arriba: la calle State (el cruce de esta con la Madison marca el punto cero de la cuadrícula callejera, referencia básica de su orientación y numeración) y la avenida Michigan.
En la primera, volviendo a cruzar el río, ahora hacia abajo, nos da la bienvenida el inconfundible letrero luminoso del Chicago Theatre, todo un emblema ciudadano. Estamos en el Loop (nombre con el que también se conoce el metro aéreo, que sobrevuela en bucle abierto el centro urbano y cuyas instalaciones, insólitas y decadentes, representan un atractivo singular), el centro financiero, comercial y turístico. Desde la distancia, se divisan las antenas de la imponente torre Willis (antes Sears), el rascacielos cuarentón que sigue siendo uno de los más altos del planeta, con su mirador circular sobre calles y tejados, que ofrece las mejores vistas aéreas de la ciudad y un skydesk, balcón colgante de vértigo y metacrilato, desde el que los más atrevidos se asoman al vacío en el piso 103 (¡y no es brandi!).
Viejo barrio de Old Town
Sobrepasado el emblemático edificio, se gira de nuevo río arriba, alcanzando el quilómetro 5 de la carrera. Algo más adelante, entramos en el viejo barrio de Old Town, híbrido de encantadoras casas victorianas, construcciones modernas y tiendas y tabernas populares que se agrupan en torno a la iglesia de Saint Michael, uno de los pocos edificios que quedaron en pie tras el pavoroso incendio que devoró la ciudad hace casi siglo y medio.
Siguiendo hacia el norte, entramos en el parque Lincoln, el mayor de la ciudad. Recostado al pie de lago, este antiguo bosque es hoy un inmenso espacio público de descanso y recreo, con paseos, playa, zona deportiva, zoo, museos, lagunas y estanques, que da nombre a un barrio joven y dinámico, tranquilo y de calles arboladas. Salimos de él superado el quilómetro 10 y continuamos hasta la calle Addison, el punto más septentrional de la carrera. A un paso de aquí, se ubica el Wrigley Field, el estadio de los Chicago Cubs de béisbol.
Ahora toca bajar otra vez de vuelta al río, en paralelo al tramo de subida. A la altura del quilómetro 15, hay mucho ambiente festivo de música y animación para los corredores. Cruzado el puente de Franklin st., se alcanza el quilómetro 20 y, otra vez en el Loop, se pasa el Canal Sur girando al oeste a lo largo de la calle Adams. Pronto se alcanza el medio maratón, ecuador de la carrera, en la antesala del barrio más de moda en la actualidad (la instalación en él de los multimedia Harpo Studios, de la poderosa Oprah Winfrey, parece ser que supuso su defnitivo impulso): el West Loop.
Su animado ajetreo de nuevos restaurantes, galerías de arte y lofts a la última se plasma en una concurrida expectación de la carrera, que entre gritos de ánimo y música en vivo y en directo deja a la derecha, algo más adelante, el United Center, célebre estadio compartido por los Chicago Bulls (los “toros” de la NBA, entre los que volaba Michael Jordan “Air” y a los que acaba de unirse nuestro Pau Gasol) y los Chicago Blackhawks (los “halcones negros” del hockey sobre hielo).
Greektown, Little Italy, Chinatown
En seguida se regresa al este en paralelo a lo andado y, en el quilómetro 25, se entra en Greektown, el barrio griego, donde se puede visitar el museo National Helenic y saborear el patrimonio y la arquitectura clásicos. Tomamos ahora rumbo al sur, donde, en plena Little Italy nos saluda la escultura de Joe DiMaggio, la gran leyenda del béisbol, siempre dispuesto a batear la bola desde su pedestal de columnas y fuentes romanas, en el corazón de la Ciudad Universitaria. Entre esta y su Hospital está el quilómetro 30, que da entrada a Pilsen, el barrio latino. Colonizado primero por alemanes e irlandeses que levantaron el ferrocarril y luego por emigrantes del este europeo (de ahí el origen checo de su nombre), es en la actualidad mayoritariamente mejicano, como lo prueban los grupos de mariachis y las tradicionales figuras gigantes que marcan la carrera y empujan con su alegría y su aliento al esforzado pelotón.
Que ahora cruza la rama sur del Canal de nuevo y encara como puede, a duras penas, el dichoso “muro” de los 35 quilómetros para entrar en Chinatown, donde el público saluda y aplaude entre disfraces de dragón y estimulante música tradicional. Más abajo, la calle 35 señala el límite meridional del recorrido. Solo hay que remontar hacia el norte la larguísima recta de la avenida Michigan para alcanzar el quilómetro 40, ya en el South Loop, luego de pasar al pie del Convention Center, el imponente pabellón donde estaba instalada la Feria del Corredor previa a la prueba, punto obligado de recogida del dorsal para los participantes, y no muy lejos del Campus de los Museos, sobre el muelle lacustre y verde, donde nos esperan el museo Field de Historia Natural (con el esqueleto del gigantesco tiranosaurio Sue a la entrada), el Acuario y el Planetario.
Veinte hectómetros más de avenida y se gira a la derecha para sufrir el irónicamente conocido en el argot atlético local como “mountain Roosvelt”, un repecho de la calle homónima, pequeño pero matón a estas alturas de la película, con 26 agotadoras millas en las piernas y en el alma, que culmina, a la izquierda, con los últimos 195 metros llanos y triunfales. Hemos vuelto, por fin, al parque Grant, donde nos esperan la meta, la medalla y la fiesta final.
¡Uf, qué alivio! Bienvenidos al mundo de las felices agujetas. Ese Chicago os aguarda con los brazos abiertos, hay mucho que ver. Y más: desde seguir las huellas de Al Capone, rendir un homenaje a los revolucionarios mártires de mayo o gozar de la variada estética arquitectónica hasta saborear sus especiales hamburguesas, vivir la noche americana, darse un inolvidable paseo acuático en el asequible taxiboat, disfrutar del otoño en sus parques o, simplemente, dejarse llevar por sus calles repletas de sorpresas, locales únicos y animado ambiente. Hay mucho que ver.
[…] Ver artículo completo aquí … […]