Llevamos una vuelta casi completa por la costa tinerfeña. Hemos partido de los amplios dominios capitalinos, recorrido todo el sur, luego el noroccidente y ahora nos encontramos de nuevo en el alto norte, cerrando el círculo litoral. Para rematar el periplo isleño, nos adentraremos finalmente en el enclave mítico del Teide, alegoría y emblema de la isla y de todo el archipiélago. Recorremos Puerto de la Cruz, Orotava y Teide, detallando que ver en estos lugares del norte de Tenerife.
Valle de la Orotava
Acabamos de dejar Icod de los Vinos, último tramo de la Isla Baja. Luego de algunas calas y pueblecitos costeros que se van sucediendo sin apenas interrupción, con la montaña rocosa, cortada por barrancos impenetrables, amenazante a nuestra derecha, alcanzamos la A-5, autopista del norte, a la altura de Los Realejos, municipio surgido de las antiguas haciendas rurales y hoy rico en playas y turistas, sendas camineras, miradores y pequeñas ermitas. Estamos ya en el Valle de la Orotava, rico y muy poblado, donde se concentra el turismo de playa norteño bajo la expectante silueta del padre Teide.
Puerto de la Cruz: buen lugar para alojarse
Y en un tris entramos en Puerto de la Cruz, blanco de hotel y residencia, oscuro de piedra volcánica, azul de aguas oceánicas y cielos recortados por la ubicua presencia del Teide y sus montañas en el alto horizonte. Su paseo marítimo de ambiente y piscinas, sus playas rocosas y negras, su preciosa fachada marina y el ambiente de sus calles más peatonales, todo en un puño, merecen una tranquila visita.
Desde Martiánez al Castillo de San Felipe, pasando por el concurrido centro de las plazas del Ayuntamiento y El Charco, hay mucho que ver y saborear, además de unas impresionantes puestas de sol sobre el agua. Y si te parece poco, puedes elegir entre el contundente Jardín Botánico, al este, si te va lo verde, y el Loro Parque, al lado contrario y pegado a varias atractivas playas, un zoo de atracciones con animales marinos, aves y fieras que hacen las delicias de niños y mayores, si prefieres seres vivos más complejos y ruidosos.
La Orotava: arte por fuera y por dentro
Y no se te ocurra perderte La Orotava, a tiro de piedra y asentada en un valle verde entre el mar y la alta montaña, una villa activa y bulliciosa que te sorprenderá sobre todo por su arquitectura religiosa y civil, verdadero museo al aire libre cuyas piezas más valiosas son las iglesias de San Agustín y de la Concepción, el Ayuntamiento y, por encima de todo, un conjunto interminable de nobles casonas entre las que destacan la de la familia Lercaro y la llamada Casa de los Balcones, barrocas de porte, patio y ventanales, cuyas dimensiones y riqueza constructiva y de interiores hablan bien a las claras de la potente economía local nacida al cobijo del antiguo comercio transatlántico con las colonias americanas, su época dorada.
Solo sus fachadas componen todo un fresco de historia y arte, gratuito y apenas publicitado, para el paseante atento e interesado. Junto a la céntrica plaza de la Constitución, también llama la atención el conocido como Liceo de Taoro, un palacete de rojiza fachada elevado al fondo de un magnífico jardín arbolado, con amplia escalinata central, donde radica la sede de una conocida institución cultural de la ciudad.
Precisamente, a unos pasos de las altas rejas de su entrada, las notas de una rondalla nos van a deparar una tan agradable como recomendable sorpresa: en uno de esos regios edificios, dentro de su precioso patio cerrado por refinadas galerías típicas, los componentes de una nutrida agrupación coral del centro de mayores local, ensayaban su repertorio ante un reducido público.
El Teide: la joya natural
Y como guinda de nuestra vuelta a esta isla con silueta de ave que parece remontar el vuelo hacia la península, no puede faltar la joya de la corona, el centro donde radica el corazón de su endiablada orografía y sus variadísimos paisajes: el territorio mágico de la montaña más alta. Los viejos macizos costeros y las cordilleras interiores, rotos por barrancos que bajan al mar, recubiertos de frondosos bosques e interrumpidos por feraces valles, conforman un anillo montañoso exterior a ese núcleo central que constituye la gigantesca caldera volcánica del Teide.
Es esta un producto de las sucesivas erupciones a lo largo del tiempo, responsables de un conjunto de formas y colores de otro mundo: altas elevaciones, tubos, agujas y conos volcánicos, llanuras de escorias, roques y coladas y, en medio, como un rey en su trono, la imponente cima de la isla y de todo el país: El Teide, uno de los mayores volcanes del mundo, aún vivito y coleando, dominando un inabarcable horizonte de tierra y agua desde sus casi cuatro quilómetros de altitud.
La corona forestal exterior, Parque Natural verde de laurisilva y brezo, y luego pinar, ha dejado paso al Parque Nacional, más arriba, que se va desnudando de verde hasta hacerse tierra y piedra de marrones y arenas y, ya camino del gran cráter, blancos de lava y nieve.
Estamos en El Portillo, con centro de información, restaurante y pequeño museo de la zona. Aquí se pueden realizar caminatas a pie por un terreno ya totalmente extraterrestre. Y comienza el espectáculo, preparen las cámaras.
Pasado el inicio de la ruta a la Montaña Blanca, a la derecha de la carretera, enseguida dejamos atrás la base del teleférico, algo elevada, también a la diestra. Más arriba, bajo los largos cables del artilugio, que se pierden en la altura, suben y bajan las cabinas que transportan al visitante hasta las cercanías de la cima.
Una parada casi obligada al pie de la Cañada Blanca, casi una playa de arenas, roquedos y dunas volcánicas que invita a perderse y a soñar despierto por rutas de cuento, nos pone, en su parte final, al lado del centro de visitantes y del Parador Nacional (Detrás, el oscuro paredón del Alto de Guajara se enfrenta al Teide, pero sabe que no puede competir con el gigante que le saca un quilómetro de estatura).
Parada casi obligatoria: Roques de García
Aquí hay que detenerse con más tiempo, pues a tiro de piedra tenemos una de las estampas más bonitas del lugar: los Roques de García, caprichos rocosos de todas las formas y tamaños bajo la mirada completa del gran volcán, imponente y cercano.
El más conocido es el llamado Roque Cinchado, un verdadero árbol de piedra, una forma distinta y destacada que la imaginación popular ha calificado como el “dedo de dios”. Entre ellos se abren varias sendas para todos los gustos y en todas direcciones. La circular, bastante asequible, enlaza con la que lleva al vecino Llano de Ucanca, cañada mágica y plana como un mar desecado, donde los meteoros han culminado el milagro geológico de estos parajes con una policromía de ocres que remite a otros mundos pero está en este.
Seguimos luego la carretera, que baja a esa llanada de cuento, y a la altura de su salida del Parque con rumbo sur, nos lleva a Boca Tauce, un mirador con centro de información y pequeño museo etnográfico.
Rutas para ver El Teide
Entre las muchas sendas y rutas de pequeño o largo recorrido que cruzan el Parque Nacional en todos los sentidos, todas ellas bien señaladas y cuidadas, hay algunas que llevan directamente a la cima del volcán, aptas para senderistas entrenados y bien avenidos con la altura, las cuales se pueden alcanzar desde diferentes puntos y niveles, casi a gusto del consumidor, y ofrecen una variada gama de miradores, paisajes y perspectivas del circo y del propio Teide.
Si eres uno de ellos, puedes optar por la ruta oeste, vía Pico Viejo (el segundo volcán más alto, que forma unidad con el Teide; a su lado, asoman las conocidas como Narices del Teide, dos cráteres volcánicos nacidos de sus erupciones), por la oriental de la Montaña Blanca, ambas largas y de dificultad probada, o por la más cómoda, directa y central, el teleférico. Las tres enlazan en la estación superior, desde la que aún tienes que subir un tramo final duro pero no muy largo: la ruta Telesforo Bravo.
El problema radica en los permisos, pues no se puede acceder a la cumbre sin hacerse antes con el pase oficial obligatorio. Claro que siempre queda algún posible arreglo: por ejemplo, si reservas una noche en el Refugio de Altavista, subes andando hasta él por la segunda de las rutas citadas y sales al día siguiente de buena madrugada para coronar temprano, ya que de noche está abierto el paso, regresando antes de las nueve de la mañana, hora de cierre diario, puedes hacerlo libremente por tu cuenta, siempre que estés dispuesto a sufrir varias horas de duro ascenso; la bajada puedes hacerla por la misma vía, pero te queda la alternativa de coger el teleférico si no te ves con ganas o energía suficientes.