Ya hemos visto el relevante papel de la piedra en la historia de Antequera, desde los dólmenes prehistóricos y sus yacimientos arqueológicos hasta las modernas construcciones civiles y religiosas, pasando por los ocultos asentamientos romanos y la ciudadela amurallada de su medina musulmana. Pero esa misma piedra, modificada por el agua a lo largo del tiempo, ha conformado también un paisaje natural único en la vega antequerana y en sus alrededores montañosos. Hace muchos millones de años, cuando los dinosaurios se paseaban triunfantes por el planeta sin sospechar el bombazo que se les venía encima, parece ser que toda esta zona se hallaba bajo un mucho más amplio mar y que la orografía actual se formó a partir de grandes cataclismos que hicieron emerger esas tierras sumergidas, plegadas luego en estos valles y altas montañas penibéticas. Así surgió la vecina sierra sureña de El Torcal, tras un largo proceso de erosión con resultados pétreos caprichosos y singulares, uno de los grandes atractivos geológicos de la zona. Casi a su altura, pero algo más lejos al oeste, pegado a los embalses del límite municipal, el río Guadalhorce ha abierto un tajo profundo entre las paredes rocosas de su cauce que atrae también al visitante ávido de paisaje y ejercicio al aire libre: la senda conocida como el Caminito del Rey. Hoy nos escaparemos en una excursión de 1 día para explorar estos bellos rincones naturales.
El Torcal de Antequera
Saliendo de Antequera hacia el sur por la carretera de Villanueva de la Concepción, una desviación anunciada nos sube a la sierra de El Torcal. Su nombre alude a la existencia de numerosas torcas o hundimientos redondeados del terreno con paredes irregulares, verticales y escabrosas. Son lo que los geólogos denominan dolinas, que aquí se alternan con rocas de todos los tamaños y originales formas que despiertan la imaginación del visitante, con crestas, paredes, estratos, grietas, simas, entrantes y salientes, cuya desnudez no impide que la vegetación, desde pequeños matorrales a árboles centenarios, aparezca por todos lados. No es más que un ejemplo de relieve cárstico, aquí con resultados muy vistosos, que el agua va labrando, lenta pero inexorable sobre los suelos de roca caliza, por erosión química continuada.
En las entrañas de estos terrenos, aparecen las cuevas de estalagmitas y estalactitas y los ríos subterráneos. En la carretera de subida que lleva a la entrada, además de interesantes miradores sobre el valle, ya van apareciendo las grandes rocas grises características del lugar, algunas espectaculares. Arriba, donde se superan con creces los mil metros de altitud, además de la probable niebla, el frío y el aparcamiento, nos espera el Centro de Visitantes Torcal Alto, el punto general de partida y llegada de los distintos paseos que se pueden hacer para conocer tan especial orografía. Además de servicios de cafetería, tienda y sala de actividades, destaca el área de interpretación, donde, por medio de recursos audiovisuales e interactivos, se explica en extenso la historia evolutiva de este paisaje, tanto desde el punto de vista geológico como de los seres vivos que lo han ido poblando. Para el aficionado a los astros, hay también un oportuno observatorio de altura.
Pero aquí se viene a andar, la única manera de recorrer y comprender este antojadizo relieve. Por eso se han abierto y señalizado diferentes sendas peatonales entre el intrincado laberinto rocoso, pues de otro modo sería fácil desorientarse o sufrir algún percance. Aparte de las visitas guiadas, algunas aderezadas de tintes románticos o poéticos para turistas sensibles, las libres más frecuentadas son dos, ambas circulares, de suelo pedregoso y algunas dificultades fácilmente salvables, con salida y llegada en la zona de recepción citada, de dificultad media-baja, que comparten un primer tramo de recorrido.
La más corta, de apenas una milla, ofrece ya un panorama bastante completo: camino estrecho de tierra y piedras, pequeños repechos, tramos con algún corto escarpe, formaciones variadas sueltas o en grupo, zonas de descanso, vegetación aislada o boscosa, aves y huellas de demás fauna huidiza, toda una lección de geología en vivo y en directo, amén de un sano paseo por el campo. La segunda es el doble de larga y de piso algo más irregular y pedregoso, lo que solo representa un mayor desgaste de energía y más atención para el caminante. Que debe exprimir el coco y la imaginación visual, además, para ver en muchas de las formas pétreas la silueta de un animal, una planta, un objeto o una persona. A ver quién gana.
Otras opciones hay para todos los gustos y ánimos. Una de bastante mayor dificultad es la que une las dos zonas de aparcamiento: la que hay abajo, en el inicio de la carretera de subida, donde hay que dejar el coche en los días punta, con esta de arriba en la que estamos. Sería, pues, de ida y vuelta, se acercaría a los cuatro quilómetros y, pasando pastizales, cañadas y cotas de alta panorámica, llegaría arriba por la zona del monumento natural conocido como El Tornillo, una auténtica “tuerca” de piedra que emparentaría con el nombre de todo el conjunto. Claro que, para alcanzar este, los caminantes más desganados pueden hacerlo desde arriba fácilmente por un lateral del mismo aparcamiento del Centro, pateando en pocos minutos una minisenda abierta al efecto. Y aún más corta es la que lleva desde delante del Centro a un mirador cercano sobre el horizonte rocoso. Se recomienda, eso sí, buen calzado senderista y ropa de abrigo, que aquí la temperatura no es la de abajo.
El Caminito del Rey
El río Guadalhorce, uno de los más importantes de Andalucía, nace en la frontera montañosa de Málaga con Granada, al noreste de aquella provincia, cruza hacia el oeste la comarca de Antequera y baja al Mediterráneo muy cerca de la capital malagueña. Entre su valle fluvial y la comarca antequerana, el río ha ido labrando un espectacular tajo de varios quilómetros de largo, una hoz profunda y estrecha que se conoce como el Desfiladero de los Gaitanes, que ha sido aprovechada para la construcción de embalses y cuyo espectacular paisaje rocoso es frecuentado por caminantes, montañeros y deportistas varios. Hace ahora casi un siglo, para trasvasar el agua entre embalses con el fin de alimentar una central hidroeléctrica, se construyó un canal y su correspondiente camino de acceso sobre los altos acantilados de vértigo. Inaugurado por el entonces rey de España, se conoce hoy como el Caminito del Rey y es una de las sendas artificiales más concurridas del país.
Durante un tiempo fue utilizado por montañeros y vecinos, pero algunos accidentes mortales y su estado de deterioro provocaron su cierre. Hace pocos años, la Diputación de Málaga se encargó de su recuperación y fue reabierto al público. Se trata de una moderna pasarela de madera, que aún deja entrever las viejas tripas de antaño, dotada de barandilla y de todo tipo de seguridad, con tramos de más o menos pendiente escalinata y un puente nuevo que cuelga sobre el abismo fluvial ante la mirada atenta y ruinosa del antiguo, ya clausurado.
La longitud del paso sobre el desfiladero no llega a los cuatro quilómetros, pero no hay hasta él acceso rodado, por lo que es necesario, antes y después de realizar la ruta elevada propiamente dicha, caminar durante un tiempo por una pista forestal, resultando un paseo total cercano a los ocho quilómetros. Tampoco el uso del tramo colgante es libre sino que está controlado de manera oficial por la administración malagueña, lo que implica pagar una entrada, reservar cita y cumplir unas estrictas normas de utilización y comportamiento durante el recorrido en relación con la seguridad y el cuidado del medio ambiente.
El sentido obligado de la marcha es de norte a sur, más favorable, y se inicia cerca del pueblo de Ardales, al pie del embalse del Guadalhorce. Aquí nos recibe el Centro de Recepción de visitantes, que ofrece aparcamiento, cafetería, información y visitas guiadas. Donde también comienza la caminata libre, cruzando el túnel anexo o, mejor y más corto, el que se abre a unos doscientos metros y comunica con un camino de tierra y bosque, de apenas dos quilómetros, que nos pone directamente en la puerta de inicio del desfiladero, donde se forman los grupos limitados de entrada, se recoge el casco obligatorio de rigor y se reciben las instrucciones previas. Lo normal, para evitar inconvenientes de última hora, es llegar con algo de antelación a la cita prefijada en la correspondiente reserva online (en la web oficial de la Diputación de Málaga está toda la información y la venta de billetes y transporte de vuelta). Pero si no has reservado hay truco, como siempre, basta con madrugar. Porque, a quien madruga, la organización-dios le ayuda ofreciendo un cupo reducido de entradas en taquilla para los desprevenidos que duermen poco o se animan, vía despertador, a ver si hay suerte.
Una vez cruzada la entrada, cada uno lo lleva a su ritmo, aunque el casco los haya unificado a la partida. Y comienza el espectáculo. El río, embalsado a presión, toma impulso de espuma y, aún cercano, penetra la montaña abriendo una estrecha garganta que se va haciendo cada vez más profunda, con las altísimas paredes sobre nuestras cabezas y el agua tronando abajo, a un centenar de metros. La pasarela cuelga por la margen derecha como un largo mirador inigualable, los caminantes paran y arrancan repetidamente en cada esquina, atónitos y encantados, pero las cámaras no paran ni un minuto: hay que llevarlo todo grabado, cosa imposible.
Estamos cruzando el Tajo de la Encantada, que se abre, al final, en el embalse de su nombre. Hay alguna zona de descanso, se ve algún tramo del canal, se cruza algún pequeño túnel, asoman los de la vía férrea y, con suerte, pasa el tren, se afronta el vértigo de un mirador de cristal sobre el agua y un moderno puente colgante cambia el camino a la orilla izquierda del río. El último tramo, de pendientes escaleras, pronto nos deposita en la puerta de salida, donde la hoz fluvial se abre a un paisaje más amplio y luminoso. Aún tenemos que caminar por pista de tierra algo más de dos quilómetros hasta rematar el recorrido en la terminal del bus lanzadera de El Chorro, a pie de embalse, que nos devolverá por carretera al aparcamiento inicial. Todo un sensacional escenario de cine que De Niro o Sinatra, entre otros, pudieron compartir y rescatar en su momento para el séptimo arte.