Paso principal entre la Andalucía interior y la costa mediterránea, la ciudad de Antequera se asienta sobre una fértil vega de olivo y cereal rodeada por las pedregosas elevaciones de la Sierra de su nombre, siendo capital de una céntrica comarca de relevancia económica y logística en la provincia de Málaga. Hoy la recorremos por plazo de 1 día para descubriros sus mayores encantos.
El Torcal calizo vecino le da la piedra y el río Guadalhorce, embalsado o libre, el agua, formando un paisaje único y de fuerte atracción para los amantes de la Naturaleza. Su rica historia, por otra parte, ha convertido al casco urbano en un museo al aire libre de arquitectura religiosa y civil.
Antequera
La Puerta de Estepa, presidiendo la plaza de la Constitución y monumental con sus tres arcos y esculturas en caliza roja, nos da la bienvenida al centro. A su izquierda, la Plaza de Toros. Siguiendo la calle principal, tras pasar un elegante edificio, está el antiguo Convento de los Remedios, hoy sede del Ayuntamiento; pegada a él, la iglesia homónima, completa el buen entendimiento, o eso parece, entre el misal y el bastón civil. Justo enfrente, al otro lado de la calle, otra iglesia compite en bello porte con una noble casona. Al final de la calle, las iglesias de San Agustín, a la derecha, y de San Sebastián nos dejan en la plaza de este nombre, con fuente, esculturas y ambiente de terrazas, que se abre en diferentes bocacalles.
A la derecha, un elegante arco de piedra; a la izquierda, la amplia plaza del Coso Viejo, donde se abre la oficina de turismo, con palacio-museo y convento que miran hacia la estatua ecuestre del infante libertador, escultural en su centro; de frente, la subida al recinto monumental de la Alcazaba, entre arcos y fuente. La toma de esta fortaleza musulmana, que defendía la antigua medina y domina el lugar desde su alto promontorio, tuvo importancia capital en el desenlace final de la conquista cristiana. A pesar del deterioro, aún conserva gran parte de su sólida construcción, destacando el anillo de sus esbeltas murallas, el patio de armas, la cárcel y las torres, en especial la del homenaje y la del reloj.
Un paseo por sus senderos de piedra y sus espléndidos jardines árabes es como un viaje al medievo. Fuera, a su lado, se levanta la Real Colegiata, construida como símbolo del nuevo reino cristiano. Exenta de culto, es hoy una sala de actividades culturales, renacentista en su elegante fachada de sillería y con aires de salón italiano en su austero interior de arcos y columnas clásicos. Asomándose sobre el alto muro del recinto, pueden contemplarse los restos de unas termas romanas, piedra, mármol y mosaicos que apuntalan la existencia de un asentamiento dependiente de Roma.
Estamos en uno de los miradores urbanos más interesantes, desde el que se contempla como en un plano la ciudad y sus alrededores, con la Peña de los Enamorados siempre inevitable al fondo. El regreso al punto de partida por calles más sureñas del mismo centro, con gran ambiente comercial y de terrazas repletas de gente, sigue siendo una lección de arquitectura histórica: iglesias, capillas, conventos y monasterios que se alternan armoniosamente con palacios, casas señoriales y notables edificios.
Los Dólmenes
Al noreste de Antequera se encuentran los Dólmenes. Enclavados en las afueras de la ciudad, son tres los principales y se accede a ellos por la carretera vieja de Málaga, en coche o en el autobús urbano. Son túmulos funerarios (el actual cementerio antequerano, por cierto, está pegado a ellos), a modo de montículos redondeados y cubiertos de hierba, que han estado ahí durante varios milenios desde los tiempos neolíticos. Conforman un paisaje histórico que se complementa con el paisaje natural de la Peña de los Enamorados, un peñón calizo donde se han hallado antiguas pinturas rupestres, y el de la sierra del Torcal, con abundantes cuevas de asentamiento troglodita.
Esas sepulturas monumentales responden a la misma construcción de amplias tumbas con rocas gigantescas: un atrio adintelado, un pasillo y una cámara interior, con paredes, columnas y techo que impresionan. Hoy están bien conservados y cuidados. El dolmen de Viera y el de Menga, los más cercanos, forman un conjunto único al lado mismo de la carretera. Se llega a ellos por una pequeña subida campestre después de visitar el Centro de Recepción, el Centro Solar (las construcciones megalíticas se orientaban por el sol) y el olivo centenario que presidía el dolmen mayor y hoy rinde homenaje a todos sus protectores. Un moderno Museo de todos estos yacimientos arqueológicos se está construyendo al pie de la plaza de bienvenida. El primero de los dos monumentos citados es más pequeño y de cámara cuadrangular; el segundo y principal no solo tiene mayores dimensiones sino que su cámara es redondeada y posee, al fondo, un profundo pozo.
Se orientan ambos en una línea que los une, en la breve distancia, con el tercer dolmen y con la Peña de los Enamorados, que se yergue enfrente en forma de gigantesca cabeza humana tendida sobre el suelo de la Vega y visible desde todos los alrededores: el símbolo natural por excelencia, la inevitable referencia del lugar. Dicha figura, según la tradicional leyenda que corre por la zona, representaría la tragedia de dos jóvenes enamorados, un Romeo cristiano y una Julieta musulmana que prefirieron tirarse peñón abajo cuando vieron que su amor era imposible en una época de cruzada y reconquista.
Un mito elegíaco con acertado fondo poético en esta tierra de poetas. A su sombra, en un desvío a corta distancia, se levanta el tholos de El Romeral, junto a un pequeño centro de interpretación y con un sendero perimetral sobre el túmulo que invita al paseo. El nombre de este dolmen proviene de que sus dos cámaras son circulares; está orientado a la cota máxima de la sierra de El Torcal, uniendo así todo el paisaje con un simbolismo telúrico y espiritual de unos pueblos antiquísimos y bastante desconocidos, de una civilización rupestre y solar que fue capaz de dejarnos estas impensables construcciones propias de un pueblo de gigantes.
Como en otros casos de antiguas civilizaciones desaparecidas, uno se asombra ante su alto nivel técnico y se pregunta cómo se arreglarían para arrancar, modelar, transportar y manejar tales descomunales piedrecitas. Como en la canción, la respuesta está en el viento.
Tanta noble piedra, moviendo a uno de un lado a otro y vuelta al origen, es capaz de abrir el apetito a cualquiera. Así que ahora toca disfrutar de la rica gastronomía antequerana, hacerse con unos litros del reputado aceite local y sentarse a digerir este interesante paseo por el tiempo y el espacio. ¡Y que salga el sol por Antequera!
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