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Fenicia, romana y andalusí, industrial y turística, Málaga se ha convertido hoy en la capital de la Costa del Sol, siendo una de las ciudades más pobladas de España y el corazón de un área metropolitana que raya el millón de habitantes. Y que, en los últimos años, mantiene en alza una apuesta cultural representada por varios museos de primera línea que se une a la ya tradicional atracción de sus playas, sus muelles, sus monumentos y sus calles bulliciosas. El río Guadalmedina, “río de la ciudad”, que desemboca al lado del puerto, marca el límite occidental del centro histórico, que se extiende al este por las zonas playeras de la Malagueta y la Caleta.

Por aquel lado, muy cerca, rozando la zona del aeropuerto, baja el Guadalhorce al mar y se van sucediendo, a lo largo de la costa, los famosos centros del turismo estival malagueño: Torremolinos, Fuengirola, Marbella y otros; por este, La Victoria, Torre del Mar y Nerja son la mejor alternativa a menor escala. Pero hoy nos quedaremos en la ciudad y, para hacerse una idea global de ella, lo mejor es armarse de un buen plano y tirarse al monte.

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Castillo de Gibralfaro

Este es el monte al que tenemos que tirarnos, una colina boscosa y céntrica que mira a la bahía, desde la que comenzamos la visita urbana. Gibralfaro es el “monte del faro”, un estratégico mirador que domina todo el caserío de la ciudad, apretado habitáculo costero entre las montañas y el mar. En su cima, presidiendo la escena, se levanta el Castillo de Gibralfaro, una sólida fortaleza defensiva construida sobre las ruinas del núcleo fenicio original y rematada como Alcázar musulmán, luego cristianizado. En la entrada, parte superior, cuenta con un centro de interpretación, instalado en el antiguo polvorín, que recuerda su carácter militar (armas, planos, indumentaria, muebles y objetos de los siglos XV al XIX), un pequeño jardín con antiquísimo pozo labrado y la torre mayor.

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Ese amplio patio principal da acceso a la muralla, doble, transitable y dotada de almenas y torreones de vigilancia, que se extiende a todo lo largo del perímetro ofreciendo las mejores vistas. Aquí ya hay que sacar el plano y comenzar a contrastarlo con la realidad para ir ubicando los lugares de interés, ahora todos muy abajo y a la vista, que luego iremos visitando uno por uno. En un plano inferior, el Patio de Armas alberga los barracones, los establos, las mazmorras, los almacenes y otras dependencias.

La Alcazaba

Cerro abajo y adaptado al irregular relieve, los gobernadores musulmanes bajomedievales levantaron un impresionante palacio, reconstruido en sucesivas ocasiones y restaurado modernamente. Es en realidad una sólida ciudadela fortificada, con dos cuerpos doblemente amurallados y defendidos por almenas, saeteras, torres y baluartes. Un vestigio del pasado esplendor nazarí en piedra, agua y verde. Una coracha, estrecho alargamiento de la muralla en pendiente, la comunica interiormente con los muros del Castillo, pero su cierre nos obliga a acceder por la empinada senda exterior, que baja a la entrada principal, en la plaza de la Aduana. Una vez dentro, se cruzan varias puertas monumentales en curva para alcanzar el primer recinto amurallado, ocupado por un precioso jardín que fue patio de armas con torre y garitas defensivas. Dentro de él, por un lateral, se sube al segundo recinto amurallado y bien protegido. Aquí es donde se encuentran las dependencias palaciegas, distribuidas en varios patios consecutivos, con jardines, estanques y torres de excelentes vistas urbanas.

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Entre galerías, bóvedas, arcos, mármoles, columnas, salas, rincones, ventanales, celosías y filigrana mudéjar en piedra, se abre una interesante exposición de cerámica árabe del lugar. Aunque hay zonas cerradas al público (algunos patios, cárcel, pozo, barrio de viviendas, torre mayor), la visita es larga y da una idea del esplendor de los palacios orientales y de la corte islámica de la época. Un paseo por los adarves exteriores permite, además, acercarse al flanco este, donde se puede admirar a breve distancia la esbelta Torre del Homenaje, que aún se mantiene, incompleta, no lejos del corredor que sube en zigzag interior hacia el Castillo. Hoy es difícil imaginar que las aguas del Mediterráneo llegaban por aquel entonces a los muros más bajos y exteriores de esta fortaleza, ya desaparecidos y que enlazaban con la muralla de la vieja medina.

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El Teatro Romano

Bajo las puertas de la Alcazaba, justo donde muere el inclinado talud del monte, un yacimiento arqueológico se abre a la vista del público. Son las ruinas del Teatro Romano, que solo mantienen parte de las gradas, algunos mármoles, columnas, estatuas y diferentes restos en piedra. Sobre el solar se ubicaba un antiguo centro cultural, demolido a raíz del hallazgo para reconvertirlo en lo que es hoy, un enclave histórico para el conocimiento y el disfrute ciudadano en una de las plazas más concurridas del casco viejo. Se sabe que allí mismo había estado la ciudad púnica originaria y luego otros monumentos coetáneos en la época imperial, como unas termas descubiertas en el subsuelo, luego funcionó como fábrica de salazón y más tarde como necrópolis para acabar recuperando, en la actualidad, su carácter artístico con un nuevo escenario de madera donde se representan obras y espectáculos diversos.

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Además, aunque se pude observar desde fuera, permite la visita interior guiada y complementada por el Centro de Interpretación adosado, que ofrece mayor información a partir de medios audiovisuales y de una colección de las piezas rescatadas en las correspondientes excavaciones del lugar. Es buen momento para tomarse un respiro y algo más en el Pimpi, una bodega-restaurante con encanto local que ocupa una típica casona dieciochesca,  con terraza, y diferentes espacios de bar y comedores, un laberinto de niveles y llamativos rincones con original decorado, plantas, fuentes, fotografías y mesas siempre repletas, más un flujo continuo de gente que entra y sale por una de sus dos calles aledañas con el pasmo contenido y la cámara quemando, que la cosa está de foto. La salida trasera da a la calle Alcazabilla, estrecha, peatonal y transversal de norte a sur, a pie de Judería, comienzo de la gran zona comercial y de ambiente del centro que se extiende camino de la plaza de la Constitución y del río.

La Catedral

Si de la Edad Media musulmana hemos bajado a Roma, regresamos ahora al Renacimiento cristiano, continuando una línea casi recta desde la cima del cerro encastillado hasta el mismo corazón de la vieja urbe. La Catedral de la Encarnación, que nació gótica sobre las ruinas, cómo no, de una mezquita anterior, acabó siendo principalmente renacentista con algunos añadidos barrocos posteriores. De enormes dimensiones y aspecto macizo, destaca afuera por su artística fachada principal renacentista, de columnas y estatuaria clásicas y grandes medallones, y por sus portadas con torres de aspecto palaciego, frontones y hornacinas, iluminada por ventanales redondeados y vidrieras. Su descomunal y única torre (la que completaría su simetría no llegó a construirse, como algunos otros elementos, parece ser que por falta de presupuesto, quién lo diría), que se eleva camino de los cien metros, tiene un original campanario abierto en arcos y poblado de campanas. Jardines y patio la completan.

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Dentro, entre otros tesoros artísticos, destacan sus altísimas bóvedas, el semicírculo columnado de su altar mayor y, sobre todo, la talla barroca del Coro, magnífica muestra de sillería manierista. La visita puede rematarse subiendo a las cubiertas, inacabadas y ahora adaptadas como oportuno mirador sobre la ciudad. Cerrando todo un lateral de la plaza, se abre el Palacio Episcopal, sede del Museo Diocesano y gran monumento arquitectónico cuyo interior rodea dos patios de arcos y balcones y cuya fachada principal es una joya barroca que deslumbra en su portada de retablo y balconada, con un portón blasonado y esbeltas columnas que alternan el blanco y el rosa.

El Centro

Entre el río y Gibralfaro se extiende un conjunto de plazas, avenidas, calles y callejas que constituyen el núcleo monumental, económico, social y cultural de la ciudad moderna. El corazón de ese centro es la plaza de la Constitución, antes plaza mayor, que se abre en todos los puntos cardinales, y su arteria más concurrida es la calle Larios, una avenida elegante y peatonal cuyos grandes edificios de noble arquitectura albergan las tiendas, galerías y pasajes comerciales más importantes. Bajando al sur, finaliza en las inmediaciones de la plaza de la Marina, donde se abre la oficina de turismo, a un paso ya del puerto y sus instalaciones. A su derecha, la Alameda Principal baja al río; al otro lado, el Paseo del Parque, el gran jardín arbolado de sombra, recreo y descanso que, alargándose hasta las faldas del Gibralfaro y la Plaza de Toros, forma con este monte el gran pulmón verde del centro.

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En la parte de arriba, alineados entre el parque y los muros de la Alcazaba, destacan los regios edificios de la Aduana, el Rectorado y el Ayuntamiento, monumental y llamativo trío entre bellos jardines; abajo, el Paseo de los Curas; y, mirando al agua, el moderno paseo del Muelle, de aula-museo, pérgola y palmeral. En el ángulo oriental del muelle, se abre el Paseo de la Farola, que lleva al antiguo Faro, se prolonga hasta la terminal de cruceros y enlaza, a nivel superior, con la playa de La Malagueta, la más céntrica y concurrida junto con la subsiguiente de La Caleta.

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La modernización de la zona, con el museo Pompidou como punta de lanza, ha convertido este paseo en uno de los ambientes más animados de la ciudad, donde se da una concentración única de bares y terrazas de todos los estilos y culturas, un lugar muy agradable para comer o tomar algo, pasear mirando los yates y grandes barcos atracados al lado, practicar deporte al aire libre o asistir a alguno de los muchos espectáculos musicales, artísticos o deportivos que aquí abundan.

Los Museos

Siempre ha sido Málaga una ciudad abierta a la cultura en todas sus manifestaciones y donde han proliferado un gran número de museos de mayor o menor entidad dedicados a muy diferentes temas: la música, lo religioso, el mar, el automóvil, la ciencia, el vino, el deporte, la literatura, la moda, entre otros. Pero en los últimos años se ha hecho un gran esfuerzo por convertir a la capital malagueña en sede de importantes franquicias museísticas de renombre mundial que hoy suenan en malagueño y complementan lo que ya era una realidad, sobre todo a partir del impacto cultural de su hijo predilecto: Pablo Picasso. Y, aunque ese esfuerzo se ha visto algo empañado por el reciente fracaso del proyecto multicultural avalado por otro de sus hijos destacados, Antonio Banderas (que, sin embargo, no le ha impedido impulsar el de reapertura del Teatro del Soho, cercano a la estación de bus del muelle portuario), el empuje y la oferta siguen yendo en aumento.

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El Museo Picasso, con sede en un palacete condal que mira a la cercana plaza del Teatro Romano, ofrece un recorrido por toda su obra, con una exposición fija y otras temporales, que se puede completar algo más arriba, en la plaza de la Merced, donde su Casa-Museo natal alberga la sede de su Fundación y, además de otras obras suyas y de diferentes artistas, muestra sus objetos, fotos y recuerdos familiares y realiza actividades de promoción y documentación de todo lo relacionado con este creador universal. Muy cerca, el imponente palacio neoclásico de la Aduana, en la plaza homónima arriba citada, se ha reconvertido en el Museo de Málaga por partida doble: una primera sección de arte que reúne la Pintura de los dos últimos siglos, con atención especial a la Escuela local; una segunda de arqueología, resumen histórico de la evolución de la ciudad en muestras de ajuares prehistóricos, urnas fenicias, mosaicos romanos o alfarería andalusí.

Los centros más modernos parecen haber buscado la dispersión y cierta cercanía al mar. Pasando la plaza de la Constitución hacia el río (quién puede pensar que este cauce ahora totalmente seco, espacio aprovechado por perros, paseantes  deportistas, podría aún seguir causando peligrosas riadas, como ocurría antaño, si no fuera por su moderna regulación aguas arriba), el Museo Thyssen Málaga, el más interior, ocupa un palacio renacentista de reciente restauración y ampliación y, aparte de las exhibiciones temporales, destaca su rica colección permanente de viejos maestros y del siglo XIX español y andaluz: religiosidad, costumbrismo, paisajismo que alcanzan la cima con obras de Zurbarán, Fortuny, Sorolla o Zuloaga. Situado más al sur, entre el río y la Alameda de Colón y a un paso ya del puerto, el edificio histórico del viejo Mercado mayorista alberga el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga, un moderno centro cultural y expositivo que atiende a todo lo relacionado con el estudio y difusión del arte de vanguardia.

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Muy cercano a él, rayando con el paseo del muelle, abre sus puertas la Colección del Museo Ruso de San Petersburgo, que muestra y fomenta la vida y el arte de la Rusia histórica a partir de actividades culturales (un ciclo de cine ruso, actualmente) y de exposiciones anuales o periódicas de temática y autores rusos: cartelismo soviético, realismo socialista, iconos, zares, poetas, viajeros, mujer. Al extremo opuesto del puerto, en fin, en el ángulo de entrada al muelle de la Farola, nos sorprende un hexaedro gigantesco de colores, en cristal y acero. Semejante a un cubo de Rubik, no es más que la cara visible del flamante Museo Pompidou de Málaga, la única sede no francesa del centro parisino en todo el mundo, blanquísimo por fuera y por dentro. Sus salas subterráneas mantienen una colección permanente, aunque renovable, de casi cien grandes obras de los principales creadores de la modernidad, cuya temática actual aborda las utopías contemporáneas en obras de Kandinsky y Saura, entre otros. Pero ese recorrido por el arte total (pintura, escultura, audiovisual, diseño, instalaciones) de los dos últimos siglos se complementa con exposiciones paralelas temporales y con actividades muy variadas: música, danza, cine, charlas, talleres. Como se puede ver, hay para rato y para todos los gustos.

*Esperemos que os gusten las recomendaciones que os hemos dado en la ciudad de Málaga. Si queréis seguir recorriendo la zona de nuestra mano, os invitamos a conocer la cueva de Nerja, disfrutar de la naturaleza en el torcal de Antequera o el Caminito del Rey o recorrer Frigiliana y Cómpeta, dos pueblos encantadores.

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

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