El agua y el tiempo, grandes escultores de la Naturaleza, van erosionando las rocas del suelo dando lugar a diferentes formaciones de la corteza terrestre: cauces fluviales, acantilados, barrancos, gargantas, cavernas, fuentes, depresiones, elevaciones, crestas y variedad de paisajes. Los mármoles de la sierra de Almijara han dejado pasar el agua a través de sus grietas para que esta trabajase, durante millones de años, en dos direcciones: una de desgaste, abriendo pozos y galerías subterráneas; otra de formación, depositando los minerales que contiene y solidificando en formas caprichosas. Y el ejemplo más conocido de este doble fenómeno en la zona es la ya famosa Cueva de Nerja. Por otra parte, el agua llena también los ríos y manantiales que han sido aprovechados desde la antigüedad por la comunidad de regantes local, dejando una arquitectura agrícola e industrial que aún hoy resiste en parte el paso del tiempo.
La Cueva de Nerja
Hace ahora setenta años que un grupo de jóvenes en busca de murciélagos entraron a una vieja mina en las afueras orientales de Nerja y descubrieron lo que más tarde se abriría al público como una de las cuevas histórico-geológicas más importantes del mundo, que se acabaría convirtiendo en la mayor atracción turística de la ciudad malagueña. Cobijada bajo las faldas de la sierra de Almijara, es uno de los abundantes ejemplos de carstificación, un paisaje de quebradas y peñascos y de simas y ríos subterráneos que el agua y el tiempo labran en los esponjosos suelos calizos. Si el torcal de Antequera o los desfiladeros del Chíllar y los Gaitanes lo eran en superficie, la Cueva de Nerja es un impresionante modelo subterráneo.
Y no lo es solo por su belleza, un mundo de piedra de formas fabulosas y enormes dimensiones aún sin descubrir ni estudiar por completo, sino también por la importancia de sus pinturas rupestres y restos arqueológicos, muestra de que sirvió de hogar y refugio a nuestros antepasados prehistóricos. Su sobrenombre lo dice todo: la catedral natural de la Costa del Sol.
En su acceso, donde en temporada alta se forman grandes colas, existe un pequeño museo explicativo y buenos servicios al visitante que se siguen renovando cada día. La entrada se hace en grupos guiados y algunas zonas son restringidas para su estudio y nuevas aperturas. El recorrido se inicia a través de una escalera que lleva a la primera de las salas y, desde aquí, se va bajando a las demás, situadas a gran profundidad, por corredores, pasadizos y tramos escalonados, entre un bosque de estalactitas, estalagmitas, columnas, balconadas y otras caprichosas formaciones pétreas que despiertan la imaginación del espectador y sugieren todo tipo de figuras.
De ahí las acertadas alusiones de los nombres con que se han bautizado las distintas dependencias: fantasmas, belén, cascadas, torca, que culminan en la Sala del Cataclismo, la mayor de las visitables, con una gigantesca columna de récord en medio, la joya del lugar. En su techo, una luz roja señala el acceso a la zona privada, donde trabajan los científicos y los operarios de turno, cuyas galerías altas y nuevas representan una superficie mucho mayor que la abierta al público: basta saber que una sola de ellas se conoce como la Sala de la Inmensidad. Todo ello sin desdeñar el interés de otro de sus atractivos modernos, el Festival de Música y Danza, veraniego e internacional, que llena una de esas salas, la del Ballet, con actuaciones de gran relevancia artística.
A la salida, como colofón de la visita, hágase la luz, no viene mal un breve paseo por la sierra. Partiendo del parque arbolado que hay a la salida de la cueva, se inicia una ruta corta (pero ampliable si se desea), la del Sendero Cuevas de Nerja, que zigzaguea monte arriba entre piedras y matorral escaso hasta una altura que hace de excelente mirador de los alrededores: detrás, los montes serranos; delante, entre la carretera y el mar, la huerta de verde e invernadero, que salpica la vega y trepa por las colinas; al fondo, colgadas sobre los acantilados, las blancas postales de Maro, de frente, de Nerja, a la derecha, y de las primeras poblaciones granadinas, a la izquierda.
La senda no presenta gran dificultad, está perfectamente señalizada, con paneles de información sobre el lugar y el propio yacimiento, con rincones panorámicos y de descanso y no deja de ser una buena manera de recuperarse de la oscuridad y el frescor del interior subterráneo. Tampoco vendría mal una visita al cercano Maro, un pueblecito nerjeño de origen romano y tradición pesquera y agrícola que hoy ofrece al visitante la tranquilidad de sus calles, su calas escondidas y, sobre todo, las sendas que recorren el paraje singular de los Acantilados de Cerro Gordo.
Los acueductos de Nerja
El campo de Nerja está lleno de huertas e invernaderos de frutales que necesitan agua. Por eso, en una tierra seca de lluvias escasas como esta, la tradición morisca de pozos, acequias y canalizaciones ha creado una completa red de regadío que aún perdura en gran medida y que se basa, principalmente, en el aprovechamiento del agua que el río Chíllar aporta desde la sierra cercana. Entre esas estructuras de riego, destacan dos grandes obras de ingeniería industrial decimonónica que todavía se mantienen en pie, y funcionando: los acueductos.
Bajando de la Cueva de Nerja, desde el puente de la carretera nacional de entrada al pueblo, hay una estupenda panorámica del Puente del Águila, un monumental acueducto de unos cincuenta metros de altura y cuatro pisos en ladrillo rojizo de arcos superpuestos que salva el abismo del impresionante Barranco de Maro en su bajada al mar. Rematado por una esbelta veleta en forma de ave rapaz, de ahí su nombre, este enorme canal de conducción fue construido para llevar el agua a la vieja Azucarera-Alcoholera de esa pedanía vecina. Hoy es propiedad del municipio, que lo ha restaurado como atractivo y emblema.
Es accesible por una senda cercana que lleva a su misma base, cruzada por la trocha caminera que, con un tramo final pedregoso y de angosto túnel vegetal, baja a la Cala del Barranco, un pequeño pedrero de cantos rodados casi tomado y aislado por el mar, aquí atronador e imponente. El lugar está salpicado de improvisados habitáculos de cueva o talud, donde residen como trogloditas aislados algunos amantes de la libertad y la naturaleza, la mayoría extranjeros, que han huido del ruido y las tensiones de la sociedad actual.
Algo más adelante, a la entrada de Nerja, un desvío en redondo a la izquierda nos lleva al acueducto de El Tablazo, en la margen derecha del Barranco de Burriana, sobre la playa homónima. Pegado a la orilla de la calle, que cruza en pronunciada pendiente una gran urbanización sin salida al mar sobre el acantilado, cerrando una extensa finca y sin el porte ni las dimensiones del anterior, es sin embargo una grata e inesperada sorpresa toda vez que su publicidad es nula y parece abandonado a su suerte, más céntrico que el anterior pero casi desconocido. Con veinticinco grandes arcos de medio punto en mampostería y ladrillo en un solo nivel, semeja un formidable viaducto de gran longitud con un pésimo estado de conservación. Por razones económicas y de atracción turística, no le vendría mal un buen remozado antes de que se caiga. Lo que sería una verdadera pena.
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