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Un paseo por el centro de París es ineludible. Por eso, seguramente, se piense en conocerlo lo primero de todo. Es además fácil de recorrer a pie, al menos varios de los emblemas más conocidos, desde el Louvre hasta el Arco del Triunfo (a excepción de la Torre Eiffel). Hoy, en la primera parte de la descripción de nuestro viaje a París en 3 días nos detendremos en esta zona, para pasear por la tarde en una zona menos turística, el barrio de Marais, muy recomendable para disfrutar de una vida más parisina.

El primer día salimos de Madrid muy pronto (a las 7 de la mañana). Ya en París, agradecimos que fuera fácil ir del aeropuerto al metro; el bus de enlace se coge en la salida (el Orlybus, servicio del aeropuerto que por 6 euros te lleva a la estación de Denfert-Rochereau). Esto no sucede en todas las ciudades. Una vez en el suburbano, con las indicaciones, llegamos perfectamente al hotel.

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A las 11 ya estábamos en la oficina de Turismo de París, dispuestas a comenzar a pasear, un lugar ideal pues está al lado de la Ópera de París y la plaza Vendome, dignas de una visita. Recogimos nuestro ticket para tres días de transporte en la urbe y nos enteramos de que el día de Nochevieja el transporte es gratis en París. La Pass Paris Visite vale para 1, 2, 3 ó 5 días y dependiendo de la zona que abarque vale distintos precios. Por ejemplo, el nuestro de 3 días para las zonas 1-3 costó 23,40 euros. En la página oficial están todos los detalles y se pueden reservar los billetes.

En el primer paseo por la ciudad, de camino al Louvre, nos fuimos percatando del lujo y la elegancia que rodeaba la ciudad en esta zona. Esta sensación se mantuvo casi hasta el final del viaje, aunque contrastó con la impresión de otras partes de la ciudad, mucho más populares. Digamos que vi poco término medio.

Como habíamos decidido no entrar en ningún museo por el tiempo que teníamos (y por la decisión de callejear más que entrar en monumentos/sitios de interés), estuvimos un rato en el Louvre y nos sentamos contemplando el gran ambiente del lugar, pero pronto nos fuimos. Paseamos a ratos por el Jardín de las Tullerías y en otros momentos por la orilla del Sena.

Poco a poco, íbamos viendo a lo lejos la noria de la plaza de la Concordia y a lo lejos la Torre Eiffel, que a mí personalmente no me atraía mucho (luego le pedí perdón, la había infravalorado). Es muy bonita y sobre todo, por la noche. Pero ya tendrá ella su momento. No habíamos andado mucho, pero ya estábamos muy cansadas, así que paramos allí, en unos bancos, a comer. Como París es caro, fuimos preparadas con cecina de León y compramos el pan en un supermercado.

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Después seguimos andando, echando un ojo a los puestos de Navidad y divisando al otro lado del río el Museo de Orsay (muy recomendable porque acoge la mayor colección de los pintores impresionistas –muy conocidos a los ojos del mundo- y con menos colas que el Louvre. Apuntado para la próxima visita) y el Gran Palais, un edificio imponente.

Ya en los Campos Elíseos, cerca del Arco del triunfo, comenzamos a sufrir las aglomeraciones que se sucedían en la zona. Sinceramente, fue quizás la parte que más me decepcionó. La gran avenida tiene encanto pero con tanta gente, lo único que alcanzaba a ver eran las fachadas de las tiendas de ropa y concesionarios. Al final llegamos al arco, al que ya habíamos decidido no entrar y presenciamos una actuación callejera de breakdance que nos divirtió unos minutos.

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En este punto cogimos el metro al barrio de Marais (metro Bastille), que sabíamos que era menos turístico y en el que esperábamos encontrar más vida de la gente local. Así fue, aunque llegamos casi de noche y las tiendas estaban ya cerrando, nos gustó pasear sus calles, comenzar a ver el verdadero encanto de la ciudad: sus cafeterías, crepeterías y brasseries llenas de gente. Además, fuimos a las plaza de Vosges, peculiar y bonita, a la que muchos destacan por su armonía y que tiene una estatua de Luis XIII en el centro. Para mí gusto su mayor encanto reside en los soportales en forma de arco y los establecimientos que acoge; tan encantadores. En la misma plaza está la que fuera residencia de Víctor Hugo, en el número 6, que es gratis y en la que podemos ver cómo vivía el escritor.

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Como ya estábamos cansadas de todo el día y comenzó a llamarnos la atención las bonitas cafeterías del barrio, hicimos una parada para tomar algo caliente. Después de desechar varias cafeterías, acabamos en el Café L’Angora, en la rue Amelot, donde nos dieron un colacao por chocolate y donde nos dimos cuenta de lo verdaderamente caro en París: el café (y salir a comer o cenar). Tres euros pagaríamos a partir de entonces. No obstante, este local parecía más idóneo para tomarse algo por la noche; tenía actuaciones de música en directo y en sus sillones campaba a sus anchas un perro, al cual no me imagino en otro tipo de cafés parisinos.

Recogimos para cambiarnos y luego salir a cenar. No conocíamos mucho la zona del hotel (Metro de Republique), así que decidimos subir la calle Rue du Faubourg du Temple, que parecía principal, dirección Metro Goncourt y tras buscar algo barato, acabamos comiendo un kebab en la misma vía. Nos llamó la atención el ambiente que había por las calles y es que estábamos en pleno barrio de Beauville, una zona ideal para tomar algo barato y para tomar algo tranquilamente. Acabamos en el Zorba, un local de copas, donde el mojito estaba a precio español.

Al rato de estar sentadas, una mujer nos preguntó en un buen castellano si éramos españolas. Tras la respuesta afirmativa, comenzó una animada conversación que duró cerca de dos horas y un par de mojitos. Ataviada con un traje, sombrero y zapatos dorados, nos habló sobre la vida en París –aburrida, a su parecer, nada comparable a España-, sobre los parisinos –que tenían, según ella, aire en el cerebro-, sobre cine –sus acompañantes pertenecían al mundo de la cultura, uno dibujante y otro director de cine- y sobre lugares que visitar al día siguiente. Un curioso encuentro que nos hizo reflexionar sobre lo humano y lo divino, pero del que además nos llevamos apuntados un par de sitios diferentes para visitar el día siguiente.

Unas horas después, cambiaríamos nuestro recorrido para conocer una zona poco frecuentada por turistas pero llena de ambiente y donde pudimos sentirnos un poco más francesas.

por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

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