Como no hay mal que por bien no venga, el Park Güell se fraguó a costa de un sonoro fracaso: el de la urbanización de lujo que, a las puertas del siglo XX y en terrenos de la zona norte de Barcelona, el empresario y amigo de Gaudí, Eusebio Güell, había encargado al arquitecto. El cambio forzoso del proyecto dio lugar, así, a otro capricho arquitectónico del artista: un jardín inglés privado que, con el tiempo, se iba a convertir en el parque público más original y atractivo de la Ciudad Condal. Y aquí estamos nosotros, un siglo después de su terminación, dejando el metro en Lesseps, en pleno distrito de Gràcia, para rendir visita a esa joya del modernismo. Una vez dentro del parque, bajamos a la entrada principal para comenzar el recorrido. Todo es inmenso, colorista y de cuento de hadas. El autor, profundo creyente, quiso impregnar el conjunto de un sentido religioso (el cercano monte Carmelo, el Calvario en el alto mirador de las Tres Cruces, el propio parque como jardín del Paraíso, la profusa simbología cristiana y mistérica) pero hoy predomina el aire de un museo al aire libre donde se mezclan, sublimados, el triunfo del progreso burgués, el de la geometría arquitectónica más fantasiosa y el de la paz verde del campo sobre el caos bullicioso de la gran ciudad.
La entrada ya anuncia la grandiosidad y el estilo, con sus originales pabellones, su inmenso vestíbulo de distribución y su impresionante escalinata central, blanca y simétrica, que entre muros almenados deja a un lado los frondosos y cuidados jardines y, al otro, el colegio público que alberga el recinto. Destacan en ella la salamandra-dragón, ya todo un símbolo del lugar, y las tres grandes fuentes con esculturas, claro homenaje a los países de cultura catalana propio de otra de las grandes querencias del arquitecto: su sentido catalanismo. Nos lleva directamente a la Sala de las Columnas, colosales y asimétricas, que sostienen un techo abovedado y celeste de porte catedralicio, que da paso a la Plaza Central, ovalada y de profusa decoración simbólica, cuyo elemento destacable es el gran banco ondulado que rodea todo el borde y sirve de balcón sobre toda la ciudad.
Además, por todos lados, se abren acogedores caminos, con muchos tramos en forma de viaductos, galerías abiertas, pasadizos porticados, columnas antropomórficas, helicoidales y de otras formas inimaginables, salpicados de variados y sorprendentes elementos arquitectónicos. Y todo ello integrado de manera eficaz en un entorno natural de tierra, roca, plantas, árboles y agua, y decorado con sorprendentes diseños y colores vivos que destacan el uso del mosaico polícromo de teselas cerámicas (conocido aquí como trencadís) en revestimientos de muros, columnas, pisos, techos, asientos, esculturas y demás vistosas superficies. La parte alta exterior al recinto, ya de uso gratuito, se continúa en una zona boscosa que limita con las calles de la ciudad y está también surcada de estratégicos miradores con excelentes vistas del amplio casco urbano barcelonés, sus torres, monumentos y edificios destacando sobre un fondo de cielo azul y Mediterráneo y unos contornos montañosos y verdes, y frecuentada por numerosos vecinos, paseantes, corredores, ciclistas o simples turistas y curiosos que suben del Parque.
Turno para la Sagrada Familia
Siguiendo tras los pasos de Antonio Gaudí, nos vamos volando, claro que en el tren subterráneo, hasta la zona de la Sagrada Familia, su tesoro interminable, encerrada allí donde el Ensanche se estrecha hacia el norte. Pero antes hay que reponer energía. Y lo hacemos en el cercano restaurante El Señorío de Perú, asequible y feliz encuentro con una interesante gastronomía variada y distinta, de reputada actualidad, llevados de la mano de la dulce Güendi (no confundir con la Wendy de Breaking Bad, esa serie que se resiste a los embates piratas de Internet) y su querido Peter Pan cepedano, amigos y anfitriones sin par. De lo que vamos a tardar en reponernos es de la grandiosidad del templo neogótico, de su ornamentación de orfebre, detallista y barroca, de su geometría inverosímil.
Por fuera, en sus esbeltas torres cónicas horadadas de ventanas y vitrales, en sus fachadas y portales esculpidos de historia sacra y en tantas y tantas sorpresas de piedra, donde uno se pierde, la vista no alcanza, se queja el cuello y harían falta horas y horas para saborearlo todo; y por dentro, que al traspasar el umbral de entrada te ves dentro de un bosque de altísimas columnas imposibles, arboladas y ramificadas, que sostienen un entramado de bóvedas entrecruzadas bajo cúpula y cubierta y distribuyen naves, capillas y galerías laterales, la luz natural jugando con las sombras desde los múltiples vanos y las grandes vidrieras de colores, y todo ello adornado de multitud de formas, relieves y símbolos extraños. Obra inacabada de un genio visionario, deja al más avezado lleno de agradable estupor y medio ciego ante tanta belleza. Parece ser que la idea actual es terminarla para el año 26, coincidiendo con el centenario de su muerte, cuando un tranvía en plena calle se lo llevó a sus cielos tan ansiados, esas inalcanzables alturas a las que su magna obra apunta. Sea cuando sea, él siempre supo que (al igual que tampoco la empezó) no llegaría a rematarla ni de lejos pero también que, una vez terminada, todo el mundo se rendirá a un milagro vertical de nada menos que ¡18 torres!
A la salida nos espera una maqueta en escala del futuro templo terminado, las viejas Escuelas de los hijos de los trabajadores, la inevitable tienda de recuerdos y el museo donde se exponen planos, diseños, fotos, objetos y elementos biográficos del arquitecto y sus colaboradores, una sala audiovisual y un taller-exposición de maquetas. Abajo, la cripta donde reposa el artista; en lo más alto, la atracción de las torres, que se nos queda solo en eso porque hoy el acceso está cerrado por un acontecimiento oficial. No se preocupen los responsables: volveremos, si los hados nos son favorables y el túnel del AVE, que se abre amenazador bajo sus cimientos, lo permite.
Cuando llegamos a la Plaza de Cataluña, dispuestos a perdernos por las animadas e históricas callejuelas de la Ciutat Vella (que no solo de arte vive el ser humano), aún es de día. El barrio de El Raval nos recibe pleno de vida y nos trae de lleno el recuerdo de Roberto Bolaño. Aquí estaban uno de sus domicilios y algunos de los locales que más frecuentaba, como el Café Cèntric, por donde arrastraba sus penurias y rastreaba situaciones y personajes como un auténtico detective salvaje. Algo más abajo, entramos a Casa Almirall, el almirante de los bares de copas. Con más de siglo y medio en sus mesas de mármol, sus ventiladores, su puerta de madera y cristaleras modernistas y sus actuaciones en vivo, no es arriesgado suponer que, de echarse una cana al aire, el bueno de don Antonio lo haya visitado en alguna ocasión.
Descendiendo en diagonal hasta La Rambla, aún tropezaremos dos veces con la huella del genio, primero en la magnífica fachada del Palacio Güell y, ya en el barrio Gótico, en las farolas modernistas que en la Plaza Real compiten con las palmeras y la fuente. El hambre nos lleva por las estrechas callejuelas del casco antiguo a otro templo de culto local, esta vez gastronómico, minúsculo y en pie desde los tiempos de la posguerra. La Plata es tan pequeño que para ir al baño hay que salir a la calle y a ciertas horas los clientes parecen sardinas en lata, que no otra (boquerón fresco, eso sí) es su especialidad junto con otros tres platos, pero la calidad y el servicio están garantizados. Volvemos sobre nuestros pasos, ya de noche, y recalamos en la zona de Drassanes en una covacha musical con encanto, El Pastís, una reliquia de la bohemia barcelonesa de inspiración parisina donde disfrutamos de una actuación en directo.
Al fondo, apretados en un escenario de guiñol, un dúo de guitarra y voz desgrana con oficio su acertado repertorio de música francesa, hispana y conocidas melodías. Su original licor casero de regaliz da nombre a este diminuto bar, destartalado y oscuro, con las paredes forradas de fotografías, dibujos, poemas y carteles reivindicativos. Muy recomendable, la pena es que está sentenciado, así que hay que darse prisa en conocerlo antes de que llegue la piqueta municipal y lo cierre so pretexto de contaminación acústica. Y gracias que el David que lo regenta, viejo resistente curtido en todas las batallas nocturnas, mantiene a raya de momento al Goliat oficial. Con el gaznate engrasado y las canciones a flor de piel, nosotros salimos en busca de otras noches, de otras músicas.
¡Qué bonita es Barcelona! Mucho de este encanto se lo debemos a Gaudí. Una pena que ahora haya que pagar para entrar en el parque Güell y no se pueda disfrutar gratuitamente las veces que se quiera de este magnífico parque.
Gracias por el comentario Flavia 🙂
Desde luego. No sé si molaría tanto Barna sin los lugares ideados por Gaudí, aunque tenga mucho encanto también en otros sitios!
Saludotes,
Irene
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