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Permítanme el símil cinematográfico mezclado con la expresión de mercadillo para comenzar este post sobre París. Quizás era necesario quitarle un poco de hierro al asunto cuando voy a alabar, por un lado, las grandezas de la que llaman ciudad de la luz (pues que quieren que les diga, no yo vi tantas luces) y a criticar, por otro, las cosas que no me gustaron de ella.

Lo bueno

París no se acaba nunca’. Le robo el título a Enrique Vila Matas y unos de sus más conocidos libros para comenzar porque le viene muy bien a la ciudad. No quiero adelantar las malas noticias (que estamos en la «parte buena»), pero este post girará mayoritariamente en torno a lo demasiado turística que es París. No obstante, lo bueno de esta urbe es que es inmensa, así que hay lugares donde aún se puede conocer la ciudad más auténtica y mucho territorio para marcharse encantado de esta ciudad.

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A los parisinos les gusta vivir bien. A pesar de que una mujer que conocí el primer día de estancia en París me llegó a confesar que sus conciudadanos eran aburridos y en ocasiones, “un gran pastel de mierda” –literal, lo juro- yo vi zonas de París donde parecía vivirse muy bien -comer, beber, salir…-. Además, ¡los franceses inventaron los crepes!

Las cafeterías solían estar hasta arriba (y en estos lugares, desde luego, pocos parecían turistas), y las creperías y las brasseries. En la zona cercana al hotel había un bar, el Aux Follies, no demasiado pequeño y con un ambiente muy animado, donde un par de veces que pasamos, ¡no cabía un alfiler! Al día siguiente, en el barrio que nuestra amiga francesa nos recomendó, había un gran ambiente mañanero y muchos de los presentes se ponían las botas con ostras y vino. A lo grande.

comida

Lo bonito

La Torre Eiffel por la noche. Tengo que reconocer que antes de acercarme al gran monumento de París, no me parecía demasiado bonito. Pero las expectativas crecen cuando estando en la ciudad, sitúes en el lugar que te sitúes, te contempla bajo su atenta mirada y comienzas a darle mucha más importancia de la que en un principio parecía tener. Y cuando llegas a ella, te rindes y le pides perdón por tus prejuicios. Cuando encienden los focos que la alumbran, por la noche, y las luces que dan mayor espectáculo cada cinco minutos, emociona. Llamadme ñoña, pero emociona.

Y lo bueno también es que aunque haya mucha gente, la explanada que está en frente y el área que la rodea son grandes y se puede pasar un buen rato.

Os muestro una imagen a ver si vosotros os podéis resistir:

torre

Un paseo por el Sena. El paseo que rodea el principal río de París sigue siendo nostálgico, bonito, romántico, encantador y reconfortante. Y la razón no la sé. Tiene magia.

Montmartre. Hace tiempo, cuando viajé a la costa francesa el pasado septiembre, ensalcé ya el cuidado que este país ponía a la hora de hacer las cosas. Pequeños establecimientos o decorados cuidados al milímetro fue lo que me embaucó entonces; y en París fue en el barrio de Montmartre donde más disfruté esa virtud fracesa.

Una pena que estuviera tan lleno de gente. Me quedé con ganas de callejearlo más.

Lo feo

Como ya adelanté, en la parte negativa de la ciudad se encuentra principalmente la excesiva cantidad de turistas que la visita. París es la segunda ciudad más turística del mundo según un estudio de MasterCard (sí lo que oyen, la marca de tarjetas de crédito). Y claro eso es signo de que lo bueno y lo bonito abunda. Pero también incordia, irremediablemente.

Otra cosa que puede disgustar en esta bonita ciudad son los precios (¡un café tres euros y medio!), o el olor de los baños públicos, pero poca gente es la que no está advertida de ello cuando la conoce.

Y por supuesto, muy feo quedan los militares con metralletas que merodeaban por la ciudad. Primero los vi en el aeropuerto y supuse que era parte de la psicosis establecida en estos lugares, ya parte del día a día del viajero. Pero no, luego los volví a ver, para mi asombro, en el mercadillo de los Campos Elíseos. ¡Qué mal rollo!

Para acabar, voy a romper una lanza en favor de los franceses y en este caso parisinos, y es que aún a pesar de ser española y haber sido bombardeada también por los clichés sobre el país vecino, yo nunca los pondría en un listado de lo peor de la ciudad. No creo que sea necesario advertir que las generalizaciones no tienen ningún valor científico, así que les contaré mi experiencia. Yo no me encontré con ningún indeseable. En el hotel todos eran encantadores, especialmente el recepcionista, de padre asturiano, que jugaba la baza del idioma. Pero es que en los bares y restaurantes incluso los que no entendían inglés, hacían todos los esfuerzos por entenernos. Y sonreían.

 

por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

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