Unos breves apuntes sobre diferentes aspectos, algunos poco conocidos, que definen el paisaje vital de la capital de la República Checa, Praga, y sus alrededores. Un pequeño aperitivo para que puedas luego pisar sus viejas calles adoquinadas y saborear todos los rincones de esta ciudad sorprendente, medieval y misteriosa, dinámica y moderna, que te espera con los brazos abiertos en pleno corazón de Europa.
Un río: El Moldava
La columna vertebral de Praga es líquida. El Moldava (Vltava) es un ancho río completamente checo que, nacido en la Selva del sur del país, vierte sus aguas a un caudaloso Elba que desemboca en el mar del Norte. Cruza la ciudad de abajo arriba a lo largo de más de treinta kilómetros y sus puentes comunican los barrios más céntricos, dando acceso a todos los puntos de mayor interés.
Temido por sus peligrosas crecidas, diferentes presas regulan su caudal en la zona más candente, alrededor del puente Carlos, para uso turístico, y pequeñas centrales hidroeléctricas ubicadas en algunos de sus islotes aprovechan las fuertes corrientes. Surcan sin descanso sus aguas y las de sus canales, habitadas por docenas de cisnes y patos blanquísimos, visitantes en barcas de pedales, lanchas deportivas, pequeños veleros y barcos turísticos. Y en sus riberas se agolpa la vida callejera: pescadores, embarcaderos, zonas verdes, restaurantes, mercadillos, galerías de arte y una incesante marea humana que va y viene disfrutando con ansia las muchas maravillas del lugar.
Un balcón
Praga no es ciudad de alturas, lo que favorece su visión de conjunto, ese aire señorial de estampa antigua con su blanco caserío de bellas fachadas y tejados rojizos resaltados de torres, cúpulas y agujas con vistas panorámicas.
Hay miradores más altos y mejores en la ciudad (Torre Petrin, Castillo, Torre de la Pólvora, Casa Danzante…) pero la subida al de la torre-campanario de la iglesia de San Nicolás, a las faldas del castillo y a un paso del río y de su puente más emblemático, es una experiencia múltiple: la prueba de que estás en forma, pues su escalera de caracol en piedra representa un esfuerzo de varios cientos de escalones, estrechos y oscuros; la visita a las viejas dependencias de los guardianes de la torre, remozadas sin perder su pátina de la época, mobiliario y pertrechos incluidos; al viejo campanario, con su enorme campana, su maquinaria y su trabazón de vigas y anclajes; y a una exposición bajo la cubierta, repaso de los avatares históricos de la propia torre; y, en lo alto, el mirador circular pegado a la verde cúpula eclesial, un balcón con vistas, un plano vivo de lo que abajo te espera.
Un tranvía
Una ciudad pequeña como esta, con el transporte público bien organizado y sencillo de manejar, resulta cómoda y fácil para el visitante. La red de autobuses urbanos alcanza los puntos más alejados del área metropolitana, aeropuerto incluido. El metro solo tiene tres líneas, dos diagonales y una que las cruza de norte a sur, y el acceso a las estaciones es totalmente libre, sin el engorro de tornos o barreras. Pero es el tranvía, ese híbrido de tren y bus, el que más llama nuestra atención, la huella de sus raíles en plena calle, puentes y túneles incluidos, su inadvertido transitar silencioso, su rojiblanca y alargada silueta.
En Praga son muchos, funcionan sin cesar, complementan el metro y el bus y son el mejor medio para moverse por el centro mientras contemplas la ciudad. El 17, por ejemplo, que sube y baja a la orilla del río y enlaza con los principales destinos, puede resultar de mucha utilidad. Ojo, eso sí, al cruzarse con ellos: tienen preferencia, no se pueden desviar y son grandes, muy grandes. Lo mejor, en todo caso, es la tarjeta única, con la que podrás optar siempre a conveniencia.
Un pintor: Alfons Mucha
Sí, pintor modernista y mucho más. Alfons Mucha fue uno de los máximos representantes del Art Nouveau de entresiglos. Ilustrador, escenógrafo, decorador, diseñador, historietista y dominador de todo arte manual. Checo de Moravia, marchó muy joven a París, donde perfeccionó su técnica y destacó como cartelista. Afincado más tarde en Praga, no pudo soportar la humillación de ver su capital ultrajada por la ocupación nazi y murió al poco tiempo.
Aunque lo abarca todo, su tema principal era la mujer, real o simbólica, como en sus famosas series de las artes, las estaciones o las horas. Estilizada, de vaporosa filigrana y fuerte colorido, con un estilo afrancesado muy reconocible, su obra puede hoy contemplarse en locales públicos, publicidad, joyas, vidrieras, muebles, sellos, libros y todo tipo de recuerdos y objetos cotidianos. O en el pequeño Museo praguense de su nombre, ubicado en el barroco palacio Kaunický del número 7 de la calle Pranská, entre las plazas Venceslao y República. Aunque no lo conozcas, reconocerás su particular estilo al instante y te sorprenderá.
Un escultor: David Cerny
Un trabant, el viejo utilitario germano-oriental, con patas; un tanque soviético pintado de rosa; un san Venceslao sobre la barriga de su caballo muerto y vuelto; culos humanos como pantallas de vídeos; un clásico bus londinense haciendo planchas. Todos al aire libre. Son algunas de las esculturas posmodernas, cibernéticas y móviles que David Cerny ha instalado por toda su ciudad natal. El artista praguense, que raya la cincuentena, utiliza su arte como crítica, denuncia y reflexión, con instalaciones inesperadas que destacan y provocan a primera vista. Generan polémica pero nunca indiferencia. En plena calle, reclamando su atención a la vista de todos. Y hay bastantes más: Kafka montado a hombros de un oscuro personaje sin rostro ni brazos; su cabeza, aparte, gigante y metálica, girando sobre sí misma; sólidos y brillantes bebés que gatean por un edificio o juegan arrodillados a los agachaditos; un inconsciente Freud colgado de un brazo a una fachada; gigantes de bronce desnudos que orinan sobre un mapa del país. Un museo para pensárselo. Saldrán a vuestro encuentro.
Una música
Siguiendo la tradición centroeuropea, Praga rezuma música por todos los rincones y en todos los formatos. Desde las últimas tendencias hasta su expresión más culta. Es frecuente la actuación improvisada de músicos callejeros, los establecimientos te reciben con amena ambientación musical y muchos bares ofertan al atardecer diferentes recitales en vivo y en directo. Pero si algo distingue a la ciudad es su afición por la música clásica. No podía ser menos en la patria de Dvorak y Smetana.
Festivales y encuentros de temporada aparte, orquestas y grupos de cámara se dejan oír en muy diferentes marcos. El Rudolfinum, sede de la Filarmónica checa; el Palacio Municipal, sede de la Sinfónica local; el Conservatorio; la Catedral y su Abadía vecina; el Teatro Nacional; el Clementinum; y, en fin, en numerosos palacios, salones, iglesias, salas de concierto y escenarios diversos. Sin olvidar, por supuesto, su papel en la ópera, el teatro (el llamado Teatro Negro es una de sus señas artísticas) o el arte de marionetas, sus otros grandes espectáculos. Y todo con un excelente nivel de calidad-precio.
Una historia
Poco conocida. Segunda Guerra Mundial. El teniente general R. Heydrich, sanguinario hitleriano, gobierna Checoslovaquia con mano dura. Los checos son maltratados y condenados a trabajar en las fábricas de armas del país, que abastecen al ejército alemán. Los aliados preparan un plan para matar al responsable en Praga, donde el Castillo le sirve de cuartel general. Aquel muere tras el atentado, los responsables se esconden por la ciudad y son fieramente buscados casa por casa. Cunde el pánico: o hablas o mueres. Carta blanca para la tortura y las ejecuciones indiscriminadas.
Hasta destruir y asesinar pueblos enteros. Los nazis llevan a cabo una verdadera masacre. Alguien “canta”, descubriendo la guarida donde se ocultan con sus armas a punto los valerosos protagonistas, y los rodean. ¿Desenlace? Mejor os lo cuenta el escritor Florentino García Martín en su interesante novela “Praga 1942. La verdadera historia”, editada en Ende. Luego, podréis completarlo con una visita “antropoide” a la iglesia-museo de Cirilo y Metodio, no lejos del río, por detrás de la Casa Danzante.
Un café
Ciudad con rancia solera, Praga conserva aún algunos de los viejos cafetones donde se mataban el tiempo y el frío, se hablaba de lo divino y lo humano y se reunían las tertulias de intelectuales y artistas. Kafka, Rilke o Havel, entre otros, han pasado por sus salones. Todos esos establecimientos de época han sido bellamente restaurados, manteniendo en lo posible materiales y mobiliario, sin perder la elegancia y el empaque de antaño.
La mayoría siguen el estilo art nouveau, propio de la transición del siglo XIX al XX, conocido entre nosotros como Modernismo: barroquismo formal, brillo de luces, forja y maderas nobles, mármoles y mosaicos. En la ciudad Pequeña, el Savoy deslumbra con sus candelabros y sus camareros de etiqueta roja. En la Nueva, el Imperial presume de lámparas, muebles y bajorrelieves; y el Eslavia añora los viejos cenáculos de entonces. En la Vieja, el Louvre hace honor a su nombre con su aire parisino y su ornamentación de museo francés; pero es el Gran Orient, sin embargo, el que destaca por su originalidad: es el único café cubista de la ciudad.
Una escapada
Aunque Praga puede dar para mucho, merece la pena verle la cara al resto del país, al menos conocer otros lugares cercanos de interés que puedan visitarse en una jornada. Si buscas historia, te espera al norte Terezin, gueto judío y campo de concentración nazi, con sus tenebrosos pasillos subterráneos y la angustia de su crematorio a orillas del Elba (40 min). Al sur alcanzarás C. Krumlov, la perla checa, pequeña ciudad medieval amurallada que mira a Austria desde el curso alto del Moldava, con castillo, iglesias, puertas, miradores y arquitectura de cuento (2 h). Kutná Hora, al este, sueña aún en plata con su pasado minero desde las tres torres de su catedral gótica y el impactante osario-capilla, bañada por el Vrchlice (1 h).
Al oeste, no lejos de la frontera alemana, la ciudad balneario de Kárlovy Vary, la de los tres ríos, monumental y hermosa, casi imprescindible, te ofrece sus fuentes de aguas curativas libremente y en plena calle, un reclamo termal famoso en todo el mundo (1h 45 min). En cualquier caso, puedes escaparte fácil por tu cuenta o bien en viajes organizados y guiados. Tú eliges.
Una pivo
Así es como se dice cerveza en checo. Los checos pasan por ser los mayores privadores de birra en todo el mundo, el país está lleno de grandes fábricas y de cocinas familiares donde hierven la malta y el lúpulo, y el caldo dorado es un símbolo nacional con especial denominación geográfica. Una visita triangular te pondrá al día. Empieza en el Museo de la Cerveza, en plena Ciudad Vieja: desde el puente Carlos, toma de frente la siempre concurrida calle Karlova y, casi al final, gira a la derecha por la Husova hasta el número 7.
Baja luego directamente hacia el sur en busca de la calle Vodickova, en cuyo número 20 el restaurante-fábrica Novemetsky Pivovar no solo te refrescará con su cerveza casera, también podrás conocer en directo todo el proceso de su elaboración. Y, remata la jornada, camino del río, en la cervecería más vieja del lugar, la U Fleku de Kremencova, 11 donde podrás brindar con su cerveza negra y ligera y chupitos de Becherovka, disfrutando y participando en un inesperado espectáculo musical. Na zdraví! ¡Salud!
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