“A quienes me preguntan la razón de mis viajes les contesto que sé bien de qué huyo pero ignoro lo que busco”. Michel Eyquem de Montaigne
Para quienes consideramos los viajes como una de nuestras mayores aficiones, estos son siempre una forma de aprender. Aprender nuevas cosas, aprender cosas sobre nosotros mismos o aprender a entender mejor a otras personas. Por eso, hoy voy a contaros algunas de las cosas de las que me di cuenta conociendo diferentes lugares del mundo, observando el día a día de ciudades y pueblos, charlando con gente extranjera, analizando las situaciones. Son cosas que aprendí viajando. ¡Seguro que os suenan!
No seguir la corriente. No ir donde va todo el mundo
Hay gente que asegura que una de las grandes diferencias entre un viajero y un turista es que el primero huye de los lugares más frecuentados. Si bien a mí no me gusta demasiado esta separación –pues creo que hay determinados lugares obligatorios y porque no me gustan las etiquetas- sí creo que una de las cosas que he aprendido viajando es que el alma de los lugares no suele estar en estos sitios.
Aunque sigo visitando los hitos turísticos de los destinos, creo que es bueno visitar los barrios con más ambiente, tomarse algo en sus bares, hablar con su gente… intentar no solo visitar ciudades y pueblos, sino vivirlos. Y lo he logrado. Os pongo algunos ejemplos: he disfrutado de un París diferente en tabernas francesas donde tomar un vino es casi una religión, he salido de fiesta en San Petersburgo y conocido otra faceta de los rusos -no tan fría y seria, sino mucho más agradable- o hablado con una lugareña de Machu Picchu pueblo que me reconoció que allí existían espíritus escondidos en las montañas -por entonces leía el libro de Vargas Llosa ‘Lituma en los Andes’ y hablaba de este tipo de creencias-.
Saber idiomas es fundamental
Quizás os haya pasado a vosotros también, pero una de las cosas que he decidido a raíz de viajar es aprender inglés. He vuelto muchas veces frustrada por intentar comunicarme con otros viajeros o locales de un país y no poder.
Hay gente que por naturaleza tiene una facilidad especial para los idiomas. A mí la genética me dio alguna virtud, pero no precisamente esa. Pero estoy mejorando mucho y gracias a los viajes, aún más. Todo sea por viajar.
Hablar con la gente local
Cuando coleccionas recuerdos de distintos lugares del mundo, te das cuenta que los que mejor se quedan grabados en tu memoria son los formados por personas.
A respetar las costumbres
Siempre he sido una persona tolerante, pero uno suele ser más tolerante en la teoría que en la práctica. No obstante, cuando he viajado, me he puesto un pañuelo en la cabeza cuando no soy religiosa para entrar a algunas iglesias por respeto, he pagado propina en New York cuando estoy en contra de este sistema de remuneración a un empleado –allí las propinas son vitales para que los camareros y otros empleos mantengan un nivel de vida digno- y me he quitado los zapatos para entrar a algunos locales de Tailandia.
Como reza el dicho: “Allí donde fueres, haz lo que vieres”.
No hay necesidad de verlo todo. Viajar despacio
Cuando uno disfruta viajando, a veces tiene la necesidad de verlo todo; pero esta sensación es frustrante y al final acaba menoscabando el placer que nos produce viajar. Por eso, últimamente me he relajado y he intentando viajar despacio, dentro de mis posibilidades. Porque siempre es bueno parar a asimilar todo lo que se está viendo.
Hacemos demasiadas fotos
Las fotos son una forma de recordar un viaje, pero en los últimos tiempos parece que viajar es sinónimo absoluto de fotografiar, hasta el punto en que la gente se olvida de lo más importante: disfrutar. Ya se sabe: Todo es mejor en su justa medida.
Ya lo dijo Aristóteles, quien definió la virtud como «la disposición voluntaria adquirida (hábito) dirigida por la razón y que consiste en el término medio entre dos vicios» 🙂
Apreciar las ciudades de noche
Antes creía que la noche era una pérdida de tiempo en los viajes; que solo servía para dormir. Pero un día aprendí a apreciar las ciudades de noche. Las luces, las imágenes, el ambiente… Y ahora me gusta dedicar un día para disfrutar las ciudades por la noche, tanto para pasear como para conocer su cara nocturna. Y siempre hay algo que me sorprende.
Las distintas partes del mundo se parecen
Aunque nos guste dividir el mundo por zonas de desarrollo económico, religión o costumbres, a veces tenemos la sensación de que los lugares se parecen. Y es que al final no son tan distintos. Los lugares están compuestos por personas y las personas somos eso, personas. Familias que llevan a sus hijos al colegio, que preparan la comida, que se juntan para compartir momentos… y aunque se haga de modo diferente, en esencia se comparten la mayoría de las costumbres. Es tan genial darse cuenta de las similitudes como conocer las diferencias y por eso, viajar nos aporta tanto.
Ayy!!! Me ha encantado. Yo tengo cero facilidad para los idiomas y creo que debería mejarlo. Siempre lo digo pero nunca lo hago. A ver si aprendo esta lección de una vez por todas 🙂
Un saludo
Gracias por el comentario Regina!!
No pasa nada con los idiomas, ¡tenemos toda la vida! Yo ya estoy en una academia parloteando todas las semanas, a ver si apaño algo, jeje
¡Saludos!