Dice la RAE que la magia es el “arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales”. No soy yo persona de fantasía o de fe. Y de hecho, ¿por qué inventar, crear seres imaginarios o huir de la realidad cuando muchas veces la vida nos regala momentos mágicos? ¿No es mucho mejor buscar esos momentos en las situaciones cotidianas, las conexiones con la gente, los pequeños detalles, un momento que por alguna razón nos emocione, el sitio y el modo exacto en el que queramos estar…? Os voy a contar mis secretos para que esto suceda en los viajes; momentos idóneos para este fin, pues nos libramos de la rutina que mata la imaginación o liberación necesaria para que surjan los mejores momentos de vivir.
Aunque no los nombre directamente en el post, hubo cientos de momentos mágicos en mis viajes: arrancar un viaje sola de 22 días a un país de una tierra mil veces imaginada; una canción callejera que me tocó la fibra; descubrir una calle donde quería quedarme a vivir en Nueva York (calle Elizabeth, en Nolita); descubrir que si viviera en Londres iría a Candem para casi todo; adoptar como costumbre ir a ver el atardecer en bicicleta en las Islas Gili; tomar una cerveza en un bar de Berlín donde querría volver todas las semanas de mi vida…
Nota: los consejos que vienen a continuación están pensados sobre mi forma de viajar, lo que servirá a algún tipo de viajero, pero a otros les estará de más. No obstante, haciendo lo que viene a continuación y disfrutando intensamente de lo vivido, raro es que esa magia no surja. En última instancia, esto es un artículo personal y no debe tomarse al pie de la letra.
Planificar el viaje
Así a bote pronto este consejo puede parecer todo lo contrario. A muchos les costará entender por qué planificar puede estar en un artículo donde lo que se pretende es generar momentos mágicos y es que sin cierta planificación, nos iremos de viaje sin objetivo y bastante perdidos. Sin planificación no tendremos expectativas -que harán que todo sepa mejor o peor-, puede llevar a malentendidos con nuestros compañeros de viaje (quizás al no hablarlo, los objetivos del viaje eran diferentes) y puede que nos perdamos en una ciudad, acabemos en un lugar que no nos diga nada y todo se vaya al traste. Aunque siempre se puede volver a empezar…
Cuando planificamos un viaje, recopilamos información sobre aquello que vamos a ver o sobre las formas que tenemos para hacer un determinado plan, lo que nos llevará a elegir el que más ganas tenemos de hacer y a determinar la experiencia. Si sobre el terreno es como imaginamos, la magia surgirá con mayor facilidad.
Para explicarme mejor pondré un ejemplo: cuando viajé a Budapest, no hubiera conocido los «bares en ruinas» si no hubiera buceado bien en la información sobre la ciudad. Hubiera sido muy difícil que por casualidad me encontrara a más de uno de ellos, perdiéndome sin duda uno de los lugares que más me gustaron del periplo. Y sobre todo, podría haber ido a alguno sin haberlo planificado -de hecho así me pasó con uno- pero nunca hubiera entrado en el mejor de todos ellos, pues tiene la típica entrada donde nadie espera nunca que detrás vaya a haber algo bueno. Se trata del Szimpla Kert, sin duda el más atractivo de todos ellos.
El contexto
El contexto es otra maravillosa forma de generar expectativas y diseñar momentos grandes que después poder vivir. Para explicarme mejor pondré varios ejemplos: ¿sería lo mismo visitar Rusia sin haber leído algún libro de sus grandes historias literarias? ¿Y Bali sin imaginar los infinitos campos de arroz y playas con atardeceres mágicos? ¿Y recorrer Nueva York sin imaginar a través de las películas las cientos de miles de vidas que buscan allí un futuro mejor, un futuro en la industria musical, unos meses de vida en la ciudad de las ciudades…? ¿Y visitar La India sin conocer mínimamente su cultura y tremenda complejidad?…
La naturaleza como aliada
Pocas son las personas que viven en paisajes naturales que son visitados como atractivos turísticos. Y entonces nos estamos perdiendo lugares mágicos, formados por la naturaleza, que pueblan el mundo para hacerlo más bonito. Yo siempre me he considerado de ciudad y aún así, cada vez más disfruto los paisajes de cada país. El desierto, playas preciosas, paisajes montaña, atardeceres imposibles… hay mucha magia en todos esos lugares y si lo has probado, sabrás de lo que te hablo. A veces no necesitamos más que un lugar bonito y buena compañía para sentirnos flotar.
¡Viva las expectativas!
Este es un factor puramente psicológico. El profesional Robert Rosenthal demostró en el pasado cómo las expectativas pueden tener un efecto real sobre lo que se va a vivir. Realizó un experimento con alumnos a los que dijo que eran los más preparados y otro grupo a los que no dijo nada, viendo cómo los primeros tuvieron un desarrollo de su coeficiente intelectual mayor que los segundos. Así que investiga, imagina y piensa cómo será tu viaje y este viaje será mejor. La imaginación te dispondrá para disfrutar en mayor medida. Dicho de otro modo, a mayores expectativas, más magia.
Estos efectos evidentemente no surgen por «arte de magia». En el caso de los alumnos, el hecho de que los profesores consideraran a los primeros más aptos para el estudio hacían que de forma inconsciente les sonrieran más, les mantuviesen más tiempo la mirada o señalaran más claramente sus elogios. En el caso del viaje, uno estará más predispuesto a disfrutar de ese lugar que tanto tiempo imaginó y reafirmará una posición ya tomada de antemano. Por eso, tenemos tantos nervios antes de un viaje y de conocer un destino; y acabamos disfrutando tanto pasar horas y horas allí. Aunque aquí hay un problema y es que si no nos gusta el destino, será aún peor al no cumplir las expectativas. Por ello, a veces, no tener expectativas también juega de nuestra parte, ya que hay mucho camino por recorrer y entra en juego el factor sorpresa.
Perderse
Aquí la prueba de que planificar e improvisar no están reñidos. De hecho, yo creo que son perfectamente complementarios. Los viajes al dedillo dejarán poco margen para las situaciones improvisadas y la magia de descubrir las cosas por ti mismo; los viajes sin planificación alguna, se perderán en el sinsentido de descubrir tan solo lo que te vas encontrando, perdiendo otras tantas cosas solo por no querer informarte -ahora mismo, hay cientos de miles de opciones-.
Perderse supone dejar el mapa por un momento y callejear, abriendo bien los ojos, parándote cuando sea necesario, fijarte para poder volver a ese bar que te enamoró pero que pensaste “mejor luego”. Provoca ese luego, provoca esos momentos de disfrutar lo que has ido conociendo por el camino. Ahí está la magia; totalmente personalizada y filtrada por tus gustos. El momento en que haces tuyo el destino que visitas.
Interactuar
Si me habéis leído reflexiones anteriores, sabréis que soy bastante contraria a las generalizaciones. Es muy común la frase de “los viajes son las personas”. No estoy de acuerdo; la verdad. Yo pienso en viajes y lo primero que me viene a la mente es un paisaje o una ciudad llena de posibilidades; después una terrible sensación de libertad y conciencia de mí misma y de mi suerte; y después pienso en con quién viajo y con quién me encuentro en el camino.
Los viajes son las personas y mucho más; aunque claro que las personas son vitales a la hora de dar forma a los lugares. De hecho este apartado va en relación a ello. Para mí es una máxima también a nivel personal; a nivel de vida. Me gusta ser abierta, conocer gente y conocer realidades para ser consciente de que hay muchas formas de ser, de vivir…y me acuerdo muy bien de la gente que he ido conociendo por el camino. En los viajes. En la vida.
Ellos hicieron surgir la magia porque dieron sentido a los lugares que visité. Otro buen consejo es que salgas de fiesta en los lugares que visitas. Yo no suelo hacerlo siempre, pero cuando lo hago aprendo mucho de los lugares y me llevo una impresión mejor del país. ¡De fiesta todos los países molan! Al menos todos los que yo he vivido…
Parar
Hace relativamente poco, leí acerca de cómo estar en permanente actividad no ayudaba a ser más productivos/creativos, al contrario de lo que se puede pensar. Sin embargo, un estudio realizado apuntaba a que los participantes que estaban más aburridos eran también los que mejores resultados obtenían en un test de creatividad. De ello se puede inferir que cuando estamos sin hacer nada podemos encontrar las mejores soluciones.
Yo relaciono este tipo de situaciones con los viajes y cómo cuando paro a tomar algo o a asimilar todo lo que estoy viendo, recuerdo en mayor medida esos momentos. Me acuerdo de cómo comentando lo que he visto con mi compañero/a de viaje, analizo el lugar y lo encumbro si me ha gustado. Lo saboreo en mayor medida. Le doy posiblemente otra dimensión y el hecho mismo de pensar sobre lo que me ha gustado una visita, le da una magia especial al viaje y al momento de pensarlo.
Por supuesto, si la compañía del viaje es la idónea, estos momentos de parar a pensar sobre lo vivido y bien comer o tomar algo son los momentos más mágicos que se recuerdan de los viajes. Comenzar a hablar, con sensación de hacerlo sin necesidad de mirar el reloj, lejos de casa y con total libertad, dan mucho juego. ¡Y hay que aprovecharlos, que vuelan!
Parar de verdad
Cada vez más, últimamente, necesito que esos parones en los viajes sean más largos. Darme días de descanso. Parando a asimilar que estoy de vacaciones. De vacaciones de las vacaciones, pues se convierten estas a veces en algo tan intenso que es necesario parar. Porque a veces uno no va con las pilas cargadas y necesita energía, un poco de sol, leer… en definitiva, descansar.
Estos momentos serán también ideales para conectar con quién viajamos, disfrutando de otras pequeñas cosas como un desayuno en una terraza al sol, un rato de piscina y relax o una comilona en un sitio de primera.
La magia está ahí también; en esos pequeños pero grandes momentos cuando uno está de vacaciones.
Ser consciente de lo viajado (y lo vivido)
Ser consciente de las cosas te hace vivirlas más intensamente. Por ello, la magia surge también cuando somos conscientes de la suerte que tenemos viajando y cuando somos conscientes de que estamos disfrutando de un planazo. Cuando pensamos en lo que nos ha costado llegar hasta ahí (las mañanas de madrugones, el trabajo duro…) y lo sabemos como un premio; como la recompensa a todo lo anterior. Cuando pensamos lo que vivimos y nos gusta. Incluso tendemos a idealizarlo…
Conozco el bien que hace en mí los viajes y por ello, me gusta saber que la magia, además de en mi día a día cuando me lo permiten, está en esas ciudades donde aún no estado pero estaré. En la sensación de llegar a un sitio nuevo; de salir a un lugar diferente y hacerte a él poco a poco; a hablar en inglés o de cualquier manera con tal de entenderse; en las mariposas de cuando compras un billete y comienzas a imaginar el destino; en contar los días que quedan para el siguiente viaje…
¿Es mágico o no? Decidme…