Antes de pisar París, me enteré de varios conocidos que pasarían allí el fin de año. Entonces, pensé por primera vez en poder encontrarme un París demasiado turístico y atestado de gente. Así fue. Pero a pesar de todo ello, me encantó la ciudad. Me encantó el viaje, pues en cuatro días recorrimos los monumentos y emblemas de la ciudad y visitamos también otros lugares menos turísticos, llenos de vida parisina –mercados populares, bares y cafeterías llenas de encanto- y más auténticos.
París me pareció grande, atractiva, cuidada, bonita, cara, turística, fácil de recorrer, pero larga, enorme, casi tanto como su encanto, sorprendente, curiosa, variopinta; en ocasiones caótica, en otras delicada, fina, elegante.
Vengo con una buena sensación de la ciudad, pero con también con el frustrante pensamiento de haberla visto en fotogramas que se suceden, rápida pero fragmentadamente; de no tener una visión en conjunto. Quizás con el pensamiento también de que París es una ciudad difícil de abarcar; inabarcable. Con la impresión, como dice el libro de Enrique Vila-Matas, de que ‘París no se acaba nunca’.
Las cafeterías
Volviendo al gusto por la ciudad a pesar de tener que hacer colas hasta para comprar en determinadas tiendas y compartirla con riadas de turistas, París tiene como centro de vida las cafeterías. Las brasseries, creperías, bares y restaurantes de la ciudad pueden resultar también encantadoras, pero entre todas ellas, destacan los lugares donde los parisinos toman el café. Las define el que suelen tener terraza, sillas de madera y cuidada decoración. Allí uno se olvida que es un turista y puede flirtear con el ambiente diario de París.
Son lugares clave en la vida social parisina y bonitos decorados de una ciudad de postal. Entre ellas, recuerdo las muy emblemáticas L’ombre de Notre Dame, Les Rouges y Aux Tours Notre Dame, que están en frente de la entrada de la conocida catedral de París. Pero hay muchas, casi siempre en las esquinas, llenas de gente, de amigos charlando o personas leyendo el periódico del día o tomando el café. Eso sí, el precio de este ronda siempre los tres euros.
El París popular
Además de acercarnos a los Campos Elíseos, la Torre Eiffel, Montmartre, el barrio Latino, el Arco del Triunfo, la plaza de la Concordia, el Museo del Louvre, el centro de Pompidou y otras visitas imprescindibles en París, hicimos un par de planes diferentes por distintas recomendaciones, que nos ayudaron a acercarnos a otro París; menos sofisticado, más popular, pero más auténtico.
Por un lado, fuimos al mercado de Beauvau, un espacio situado en la Plaza de Aligre, y que además de los distintos puestos de comida que exponen en la calle y en la zona interior, es un sitio ideal para ir a los bares de alrededor, donde los franceses se dedican al buen vivir: mayoritariamente, comen ostras y beben vino. Nosotras paramos en un bar que se llamaba el Barón Rojo y que además de tener bidones de vino en el propio local, tenía una carta amplia y tapas a un precio muy asequible. Las ostras también se pueden degustar en plena calle. Para llegar hay que parar en el metro Ledru-Rollin.
Además, otro día fuimos al mercado de las pulgas, donde tienen cabida todo tipo de puestos callejeros, tanto de ropa, como de música, literatura, fotografía o cine, así como un gran mercado de antigüedades. Cuando llegamos no había nadie apenas, vimos como a poco la ciudad iba despertando. Era lunes. No apareció mucha más gente. Algunos puestos estaban vacíos.
El barrio donde nos alojamos
Otro punto a nuestro favor y en detrimento del bullicio turístico de París, máxime teniendo en cuenta que fuimos en las fechas de Navidad, fue el alojarnos en un barrio tranquilo de cara al exterior, pero con mucha vida local y con un par de restaurantes y bares que merecían mucho la pena, además de baratos; el barrio de Belleville. Nuestro hotel era el Absolut, situado entre el Canal St Martin, Oberkampf y la plaza de Bastille, que además de bien situado, era barato, tenía el desayuno incluido y un servicio muy agradable.
En la calle Rue du Faubourg du Temple, que parte del Metro de Republique y que estaba justo al lado de nuestro alojamiento, hay restaurantes chinos, tailandeses, vietnamitas y turcos que están muy bien de precio. Además, hay bares muy particulares y llenos de ambiente también baratos. Me gustó mucho el Zorba, donde el precio del mojito es 6 euros y el de las cervezas, 3. Allí conocimos a una parisina que nos recomendaría parte de las visitas que luego haríamos. Un tanto especial, pero realmente encantadora, habló con nosotras en un buen castellano que había aprendido con un novio español que tuvo. Charlamos un buen rato, con ella y mediante traducción con sus dos acompañantes, un dibujante y un realizador de cine con los que departimos acerca del séptimo arte. Muy parisino todo 🙂
Pero sin duda, el bar de esta calle el que más ambiente tiene es Aux de Follies -hasta la bandera dos días que intentamos entrar-, también con precios geniales (2,5 euros la cerveza) y rock and roll a todo volumen. Si no hay sitio, justo al lado hay otro con buen ambiente también. Todos están en el barrio Belleville, ideal para un París diferente y nada turístico.
Siempre he defendido que un lugar es muy turístico cuando es bonito; si no, no lo sería. En París, pasa. Pero, ¿quién disfruta pasándose medio día esperando en una cola para entrar a un sitio, donde luego subes, ves las vistas y ¡voilà! Ya está?
Por eso, lo que en mi opinión mejoró este viaje fue descubrir lugares diferentes, muchas veces callejeando, otras por recomendaciones, que llevamos de Madrid o que surgieron en una conversación de bar. Siempre se puede también callejear los barrios, de modo que se encuentre algo distinto de forma espontanea.
Aún así, algún día me gustaría ver París más vacío. Tener la impresión de que la ciudad es tuya, como cuando viajo a la costa en pleno invierno.
Si te interesa París, te animo a leer el post ‘Lo bueno, lo bonito y lo feo de París‘ o nuestra guía de viaje por tres días en la ciudad.