A mediados de abril, las calles más céntricas de la llana ribera londinense del Támesis se cierran al tráfico rodado y sus aceras se abarrotan de gente para ver pasar uno de los grandes maratones del mundo: el Virgin Money London Marathon. El pistoletazo de salida tiene lugar al este de la ciudad, donde una vasta planicie de verdes praderas acoge a los madrugadores participantes con una completa organización: amplias instalaciones, servicios adecuados, información continua y acceso cómodo a las zonas de calentamiento y los cajones de partida. Se trata del histórico barrio marítimo de Greenwich, pegado al sur del río, donde el meridiano cero, nacido en el antiguo Observatorio Astronómico, parte el mundo en dos mitades y determina los diferentes husos horarios que rigen nuestras vidas. Los alrededor de cuarenta mil corredores salen hacia el hemisferio este en tres tandas que se acabarán uniendo algo más adelante, a la altura de Wolwich.

Pasado aquí el cuartel de la Royal Artillery, sede tradicional de este histórico regimiento militar británico, el circuito gira al oeste para dirigirse de nuevo a Greenwich, esta vez por el norte del distrito, más cerca del río. Entrando ya definitivamente en el hemisferio occidental y sobrepasado aquí el km 10, justo al sur del gran meandro, el multitudinario pelotón rodea el Cutty Sark, uno de los últimos veleros decimonónicos, famoso por sus récords y sus expediciones comerciales por los mares de Oriente, que hoy saluda a los corredores desde su elevado dique seco, con sus tres altos palos, su blanco velamen y su casco negro de puntas doradas brillando al tímido sol de la mañana dominical.

cutty sark

Siguiendo a contracorriente del curso fluvial, en el meandro vecino e inverso, se alcanzan los Surrey Quays, en la parte sur de los Docklands, los viejos muelles del puerto de Londres, el más importante del mundo en su momento, zona de dársenas y diques y grandes silos madereros hoy revitalizada con moderno empaque. Más adelante, se destaca a la izquierda la esbelta cristalera triangular de The Shard, la cima arquitectónica de singular diseño que sirve de principal mirador urbano.

Paso 1: Medio maratón

Ha llegado el momento de cruzar el río, pues la carrera discurrirá por su margen izquierda ya hasta el final. Y se hace por el puente más famoso, el Tower Bridge, colgante y azul, imponente y victoriano. Los cuervos y los fantasmas de su homónima Torre de orígenes normandos, luego fortaleza-prisión y arsenal, hoy inexpugnable joyero real, saludan a los esforzados atletas que, menos de una milla más adelante, pisan la alfombrilla roja que señala el medio maratón mientras sus cabezas piensan al unísono: aquí, en el quilómetro 21 largo, empieza de verdad la carrera.

towerBridge

Pasado el  puente, han girado a la derecha, siguiendo la corriente, a lo largo de la Highway, la autovía del East End, un largo tramo en paralelo donde los grupos más rápidos, ya en sentido contrario, se cruzan con los más atrasados: buena referencia para aquellos, una pequeña losa sicológica para estos. Bajan luego por el lateral oeste de la Isla de los Perros, zona de antiguas marismas ocupada luego por los muelles del Támesis, aquí los Docklands norte, que se asienta en el terreno que abraza el meandro, mirando a Greenwich, al otro lado del río. Zona de rica vida comercial por el tráfico marítimo hasta bien entrado el siglo pasado, cayó luego en largos años de abandono, ruina y despoblación, para ser recuperada recientemente con moderna red de infraestructuras y transporte (el moderno DLR, tren ligero de los docklands, o el nuevo aeropuerto de la city, LCY), regeneración urbanística, zonas verdes y de ocio y una intensa vida industrial y comercial.

maratonLondres

Sobrepasado el km 25, bordean por el sur la Granja de Mudchute, inesperado remanso rural en pleno núcleo urbano, y suben luego cruzando el canal interior de la isla hasta llegar al Canary Wharf, cuyo nombre deriva del antiguo comercio colonial vía islas Canarias. Constituye este una ampliación portuaria de la City y un motor financiero de primer orden, con sus muelles, su aeropuerto, sus plazas y sus rascacielos, entre los que destaca la altísima cúpula piramidal del One, en la concurrida y moderna plaza de Canadá.

Paso 2: El muro

Las piernas empiezan a notar el esfuerzo cuando se gira definitivamente a poniente, dejando no muy lejos, a la derecha, la original cúpula transitable del O2 Arena, una especie de gran carpa blanca claveteada por grandes tirantes de metal amarillo, que cubre una gigantesca sala multifuncional dedicada a espectáculos deportivos, musicales, artísticos y demás. Se rodea por arriba el barrio de West India, astillero vikingo y viejos muelles, donde una gran parte del gentío animador luce rasgos e indumentaria orientales, y se vuelve a tomar la autovía, esta vez en sentido contrario, para alcanzar el fatídico muro del km 35, donde ya se dejan ver entre los corredores  los estragos efectuados por la larga distancia. Es el turno de la cabeza, de la resistencia mental.

san-paul-londres

Terminado el tramo paralelo, de nuevo a la altura del ilustre puente y de su torre, se avanza por las calles bajas y altas del Támesis que llevan a la City, coronada a la derecha por la cúpula y las torres barrocas de la Catedral anglicana de Saint Paul’s; a la izquierda, queda el puente del Milenio, una pasarela peatonal metálica que la enlaza con la Tate Modern, antigua central eléctrica reconvertida en uno de los museos de arte moderno más importantes del mundo, al otro lado del río. A la altura del puente de Waterloo, se sigue el cerrado giro del agua a la izquierda, con rumbo sur, alcanzando el ansiado quilómetro 40. Ya no se puede fallar, el deportista siente la llegada a un tiro de piedra y se dispone, roto pero confiado y feliz, a un último esfuerzo, aupado por los gritos del entregado público, cada vez más numeroso. Entre los muchos carteles que se exhiben desde las aceras, uno muy original anima a su manera: Now only run, beer soon. Música, disfraces, pancartas, aplausos, bromas, fiesta. Entramos en el meollo turístico de la gran urbe.

[ad]

Paso 3: La meta

A un paso, en Charing Cross, está el punto que señala el quilómetro cero (aquí la milla cero) de la ciudad y del país; pegada a él, la estatua del almirante Nelson domina la plaza de Trafalgar y sus museos y la vecina zona de Piccadilly, la de los grandes luminosos publicitarios, cuyo punto de encuentro sigue siendo la escalonada Fuente de Eros (o quizá de su gemelo, el dios Anteros); arriba, comparten el vecindario norteño las zonas del Covent Garden, el antiguo mercado reconvertido en auditorio y rodeado de un moderno ambiente, y el Soho, el sempiterno barrio de la noche, los pubs y la Carnaby Street, un icono de los años setenta que aún brilla, moda y diseño, con luz propia. Pero al corredor todo eso le queda muy lejos en estos momentos (aunque se promete rendirles visita esta misma tarde, con agujetas incluidas), concentrado en acabar la maldita carrera.

Así que apenas puede echar una ojeada al caudaloso río y al London Eye, la exitosa noria-mirador que gira al otro lado, al fondo a su izquierda, cuando se topa con el puente de Westminster (de luto por el reciente atentado con camión suicida) y el Parlamento, impresionante mole de torre y Big Ben (la simbólica campana del reloj, tan conocida, que tiene una hermana pequeña, el Little Ben, en plena calle Victoria, justo al lado de la boca de metro homónima), que lo obligan a girar bruscamente a la derecha, apartándose definitivamente del río, para rematar, ya triunfante, el último quilómetro.

bigben-foto

La Abadía y los próceres en bronce de su pequeño parque verde, con un gigantesco Churchill a la cabeza, saludan su paso y lo llevan en volandas hasta el parque de Saint James, que bordea por el sur. Va a chocar ahora con el Palacio de Buckingham, el hogar de la reina, cabeza del Reino Unido, de la Iglesia Anglicana y de la Commonwealth por la gracia de dios ( God save the Queen and save Mexico from Trump!, reza la reivindicativa camiseta de un corredor hispano).

buckingham palace

La Royal Standard, su cuatricuadrada enseña, ondea en lo alto, señal de que doña Isabel está en casa, acaso siguiendo la prueba tras los regios cristales, pero quién es el guapo que la localiza con tantas ventanas. El corredor, ya en el respiro de los últimos metros, no se molesta en intentarlo, menos aun si piensa en que fue otra Windsor la que obligó por su propia comodidad aumentar el recorrido del maratón original en más de dos quilómetros, ¡real y caprichosa broma real!

MemorialVictoria

La dorada Victoria alada que se yergue escultural ante palacio introduce a los atletas, ahora satisfechos y sonrientes, en la alfombra roja de la espaciosa alameda de las grandes ceremonias, el Mall, ornada para la ocasión con las grandes banderas tricolores y aspadas al aire, donde el arco de meta los recibe y premia con la correspondiente medalla y la emoción de las sentidas felicitaciones: Well done, finisher, congratulations!

medalla-maraton-Londres

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies