A pesar de que nuestro viaje duró cinco días, fue un viaje bien aprovechado; eso seguro. Llegamos a Marruecos para la hora de comer, rápidamente, ya que la gente del tour que habíamos contratado para ir al desierto vinieron a buscarnos al aeropuerto. Nuestro hotel estaba magnfícamente situado, muy cerca de la plaza Jemaa El Fna y nos sirvieron té al llegar (riquísimo, uno de los mejores recuerdos de la ciudad), por lo que comenzamos con muy buenas vibraciones. Por si os interesa, se llama Riad Maissoun y además de una buena localización, cuesta alrededor de 12 euros la noche, el servicio es muy amable y atento, con desayuno (¡buenísimo!) incluido, una zona de estar y terraza y buenas habitaciones y camas.

Disfrutando de la plaza Jemaa El Fna

Después de comer en una de las terrazas de la Medina -hay muchas a precios económicos-, decidimos que lo mejor para situarnos sería comenzar a pasear e intentar hacernos una idea del terreno. Tuvimos nuestro primer contacto con los cientos de puestos que pueblan la zona antigua de Marrakech y ya con los primeros voluntarios a hacer nuestro viaje más fácil, siempre a cambio de algo. Al principio, estábamos muy distantes, yo al menos, pero es también vigorosa la capacidad de persuasión de la gente de esta parte del mundo. Pronto nos olvidaríamos de esa desconfianza, quizás producida por los primeros momentos.

No obstante, el primer local cumplió su palabra y nos indicó tan solo el camino para el Mellah, el barrio judío de Marrakech, de perfil muy similar al zoco aunque quizás algo más tranquilo.

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Conociendo el Palacio de Bahía

Caminando nos encontramos el Palacio de Bahía, uno de los monumentos que queríamos visitar, así que entramos. Hoy quizás ya no goce del esplendor de la época en que fue habitado, pero merece la pena por hacerse una idea de su envergadura: tardó 10 años en construirse y contiene 150 habitaciones y 8 hectáreas de jardines. Este tamaño fue fruto de la intención de su creador de hacer uno de los palacios más grandes del mundo. Fue construido por Si Moussa, gran visir del sultán, para su uso personal.

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Continuamos por las calles de la Medina, un poco sin rumbo hasta que alguien supo sacar partido de nuestra relajación. Un hombre nos preguntó si nos interesaba conocer la zona de los curtidores de cuero, de la que también habíamos oído hablar y que teníamos pensado ver más adelante. Como no parecía que nos pidieran compromiso accedimos a ir con un hombre que supuestamente trabajaba allí (luego nos daríamos cuenta de que no era así, al verlo pasear de nuevo por una zona alejada y curiosamente con el hombre que nos había ofrecido ayudarnos altruistamente).

…y llegar al barrio de curtidores

El lugar está en un barrio situado en uno de los extremos de la Medina, en una zona donde los niños juegan al fútbol en la calle, los hombres negocian o simplemente están sentados a la puerta de sus casas y las mujeres conversan. Por eso, me gustó a pesar de que los locales nos seguían diciendo cosas constantemente -aunque la gente pueda pensar que sean piropos, lo peor es que muchas de las cosas que decían o no tenían sentido o eran a mala leche, como «gorda»- y llegaban a ser un poco pesados.marruecos2
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*Nota: Creo que aquí tengo que hacer una reflexión. Y es que aunque yo siempre había creído que no podía hacer este viaje solo con chicas, Marrakech es un destino seguro. De lo que no hay duda es que no te tratan igual. No obstante, sabiendo a qué atenerse no es difícil ser chica y sobrevivir en Marruecos. Quizás a base de normalizar a las mujeres viajeras en este país podamos pensar que en un futuro esta situación cambie. Quién sabe.

Ya en la zona de curtidores de cuero, un hombre hace la visita por un módico precio de 10 dirhams y te da un poco de menta para aliviar el olor que se produce en este lugar. Aunque lo explica, su nivel de castellano no es suficiente para que nos quedemos con todo, pero se puede uno imaginar el proceso. Lo que más sorprende es que uno de los pasos es echarle excremento de paloma a la piel para ablandarla; de ahí el olor. Después te toca la visita rutinaria por la tienda de la cooperativa, donde servidora se compró un bolso de cuero por 25 euros.

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… y seguimos pecando de novatas

Tras esta visita, quisimos hacer una parada en el camino y buscamos un bar donde nos pusieran una cerveza -aún sabiendo que sería difícil ya que en la mayoría no venden-. Pecando de novatas, preguntamos a un hombre que nos acompañó al bar y que se puso un poco pesado para sacar algo a cambio. No obstante, nos llevó a una maravilla de local, llamado el Dar Nejjarine, con cerveza y unas vistas maravillosas, donde incluso volvimos el último día de lo que nos había gustado.

De hecho, ahora, habiendo Roaming y avances tecnológicos que permiten no depender de la típica pregunta al prójimo, no tendréis problemas en moveros en Marrakech por vuestra cuenta. El problema es que nosotras ni planificamos ni íbamos preparadas. El coche es evidente.

Este primer día había sido intenso y al día siguiente partíamos al desierto bien pronto, así que cenamos en la plaza Jemaa El Fna por un módico precio de 6 euros y rechazamos la invitación de uno de los camareros de conocer una discoteca de la ciudad. Bastante fiesta habíamos tenido ya todo el día. La fiesta que supone conocer un lugar tan diferente.

por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

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