Quien más quien menos, todos hemos sentido siempre una atracción especial por los animales. Sobre todo por los grandes y exóticos: las fieras del circo, los enjaulados del zoo, los semilibres de los parques naturales, los salvajes del mar, la selva o la sabana. Pero lo que más nos atrae es poder contemplarlos en su medio natural, eso que en suajili, la lingua franca del África oriental, se conoce como safari, palabra de origen árabe relacionada con las ideas de viajar y cazar.

Porque los safaris han sido siempre expediciones de caza por las grandes praderas y montañas africanas, que los aventureros blancos organizaban en su propio beneficio y en las que el uso y abuso de las armas de fuego pusieron en peligro la existencia de las especies más codiciadas. Por fortuna, las actuales medidas de protección y conservación solo permiten safaris fotográficos, con limitadas excepciones cinegéticas al alcance de muy pocos como la que no hace mucho protagonizó, con más pena que gloria, un magno compatriota.

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La oferta de safaris para turistas y viajeros está muy extendida en algunos países africanos, para los que representa una buena fuente de ingresos, siendo fácil contemplar un gran número de animales en libertad por sus extensas sabanas. Lo que ya no resulta tan sencillo es encontrarlos en el interior de una montaña, como es el caso del Ngorongoro. Es este un volcán apagado que se encuentra al norte de Tanzania, en la reserva natural homónima, entre el alto Kilimanjaro, al este, y el vastísimo Lago Victoria, y en cuyo cráter (una olla gigantesca de 300 km cuadrados de extensión y 20 km de diámetro, situada a más de 600 m de profundidad) se ha formado un hábitat de sabana húmeda y feraz que acoge una completa y nutrida representación de toda la fauna del trópico africano, libre, protegida y a salvo de la letal depredación humana, riqueza inimaginable en tan reducido espacio. Es como un ecosistema natural en miniatura, con todos los animales a mano, en vivo y en directo. Su gran ventaja: en unas horas se puede avistar lo que en un Parque Nacional (sin ir más lejos, en sus vecinos del Serengeti o del Tarangire, de dimensiones mucho mayores) llevaría varias jornadas, y en un paisaje incomparablemente más bello y variado.

Cómo llegar al Ngorongoro

Para llegar hasta ese vergel de ensueño, lo mejor es aterrizar en el aeropuerto internacional de Arusha, contratar en esta ciudad tanzana (también se puede gestionar previamente en España) las condiciones del safari (tiempo, vehículo, guía, comida… precio) y viajar luego por carretera hasta la entrada del Parque, a menos de cien kilómetros, donde nos recibirán unos simpáticos babuinos sueltos y un Centro de Interpretación de la reserva. Desde aquí, ya por caminos boscosos de tierra rojiza, se sube (no perderse la panorámica desde el mirador instalado arriba, al borde del camino: la aparición repentina del edén a vista de pájaro) a la cima de la montaña para pasar la noche al borde de los 3 000 m, en plena corona, bien en tienda de campaña o en un lodge de lujo, según posibles, y bajar por la mañana temprano, en picado por las selváticas laderas interiores del volcán (en la parte alta, se puede ver alguna aldea de los masái, los únicos moradores de la zona), al fondo de la honda caldera en el todoterreno de techo panorámico levadizo que servirá de segura atalaya de observación.

Ngorongoro, el paraíso de los animales

Abajo, un valle grandioso y fértil en el que hay de todo lo que un animal puede desear: libertad, comida, refugio, aire purísimo, ríos, riachuelos, charcas, lagos, lagunas, salinas, árboles y arbustos, pedregales, montículos, escarpados bordes selváticos y, sobre todo, pradera de hierba fresca, una inmensa llanura abierta, siempre verde. Hierba, mucha hierba, que la cadena trófica no se puede detener jamás. Visto desde arriba, en su conjunto, es lo que más se acerca a la idea del paraíso terrenal. Y, por si fuera poco, repleto de animales.

Además de los llamados “cinco grandes” (león, leopardo, elefante, rinoceronte, búfalo), se podrán avistar centenares de mayor o menor tamaño, cercanos o lejanos, solos o en grupo. Ingentes manadas de cebras y ñus, antílopes, impalas y gacelas, monos, guepardos, chacales, zorros y hienas, y otras especies menores o menos conocidas (como el facóquero, un jabalí verrugoso y feo que come de rodillas). Y miles de aves de todo tipo, desde los pájaros de todos los colores, las acuáticas y las acechantes rapaces y carroñeras hasta las zancudas como avestruces, marabúes y flamencos, estos últimos formando nubes gigantescas y rosáceas en los bordes lacustres.

Los hipopótamos, señores del agua, lo contemplan todo hundidos hasta los ojos y defendiéndose del enorme calor ambiente, su único enemigo. No se puede pedir más. Comienza el espectáculo. ¡Acción, cámaras!

Imagen: Flickr

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

Un comentario en «Ngorongoro: Reserva de la naturaleza y paraíso animal»
  1. Sin duda alguna, el Ngorongoro es uno de los rincones más bellos de Tanzania y casi podríamos decir que de todos los países vecinos. No es sólo por la gran cantidad de fauna que se puede encontrar: su paisaje y su valor geológico son también indiscutibles. Ver atardecer desde el borde del volcán, pensando íntimamente que eso fue, es una de las experiencias más conmovedoras que se pueden tener en un país realmente intenso! 😉

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