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En nuestro recorrido en coche por la isla, venimos de la costa meridional y estamos en pleno territorio del Parque Rural de Teno, al noroeste, cuyo Macizo homónimo conforma un relieve escarpado y abrupto que baja hasta el mar. Comenzamos aquí la visita a la costa norte tinerfeña, dedicada hoy a la Isla Baja, una comarca que abarca los municipios de Masca, Buenavista del Norte, Los Silos, El Tanque y Garachico, pueblos del norte de Tenerife llenos de encanto. Zona tranquila y con lugares menos frecuentados por el turismo ocasional, depara al visitante impresionantes sorpresas y rincones que no se pueden perder.

Masca: el peñón imponente    

Subiendo del sur entre plataneras inmensas, con el agua a la izquierda y las montañas peladas y oscuras al otro lado, seguimos la ruta costera por carreteras curvadas que salvan la altura de un relieve abrupto y rocoso y culminan en la de acceso a Masca, auténtico deporte de riesgo que pone los pelos de punta al más osado.masca-tenerife masca2 Aunque merece la pena contemplar todo el valle de esta aldea de cuento colgada entre altísimos peñascos, impactante mezcla de abismo, belleza y vértigo, con una interesante arquitectura rural y un espectacular barranco que te conduce directamente hasta la misma playa. Dicen que fue antiguo nido de piratas y refugiados, y no es de extrañar, quién era el osado, claro, de ir en su busca hasta este intrincado rincón perdido que hoy, paradojas del destino, recibe caravanas de turistas por una carretera de película, desafiante, endiablada, única.

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Teno o lo que parece el fin del mundo

Estamos llegando al poniente alto de la isla. Y a la entrada del pueblo de Buenavista del Norte, tomamos una carretera local en busca de otro de sus escondidos tesoros: la Punta de Teno, un cabo que parece del fin del mundo.  Son solo un puñado de quilómetros de pavimento bueno y carretera cuidada, pero el perfil sinuoso, la estrechez que nos encajona entre los amenazantes peñascos gigantescos del monte y los acantilados cortantes a muchos metros sobre el agua, con la sensación de estar perdido dentro de un paisaje a la vez inquietante y espléndido.faro teno

Gracias que el desvío a Masca nos ha servido de excelente escuela, ya que no de escarmiento. La parte final, recta, abierta y sin precipicios de peligro, viene anunciada por una llanada costera plagada de enormes invernaderos frutales que brillan al sol. Al final, la estampa rojiblanca del Faro de Teno, cerrado al público, en lo más alto del acantilado, los magníficos miradores conectados por pequeños senderos de tierra oscura.playa teno

Un finisterre mágico y exótico de impresionantes panorámicas de mar y montaña (en días claros se divisa el perfil de la recortada costa sureña, hasta los Acantilados Gigantes). Sin duda, otro de los mayores hallazgos de nuestro viaje, quizá por aquello del magnetismo impactante de lo desconocido, pues no sabíamos ni de su existencia. Un buen lugar, pensamos, para desconectar del mundanal ruido, recuperarse de las tensiones acumuladas y sentirse uno con la naturaleza. Ojo: el acceso por carretera solo está abierto algunos días de la semana.

Los Silos: un pueblo de tradición

Entre los escarpados barrancos que mueren como acantilados o como ramblas marinas en los puertos y las playas que jalonan el agua, no tarda en aparecer el típico paisaje de grandes granjas plataneras, protegidas por altos muros, que se asoman a la carretera y que hacen de esta zona costera una de las más importantes en producción de plátanos, esa joya amarilla de las islas (la otra sería el rico valle de La Orotava, que luego visitaremos). Hacemos una breve parada en Los Silos, pueblo de arraigadas aficiones musicales rodeado de verde frondoso y de numerosas y variadas rutas senderistas con estratégicos miradores.

los silos hornos

El centro, al lado de la carretera, es un recoleto rincón de plaza y parque, iglesia y convento y regias casonas reformadas como la actual sede de los servicios municipales. La bajada al agua, una calle larga y empinada que nos pone directamente en las playas, negras y pedregosas. En medio, el diminuto puerto de pescadores conocido como el Puertito, arropado por dos de los antiguos hornos de cal, remozados para su conservación como bienes patrimoniales.los silos playa-

Muy cerca, la negra playa del Charco de la Araña, seguida del recomendable Charco de los Chochos, en una zona de baños bien urbanizada, con mirador y parque gimnástico al aire libre, y reconocida por su gigantesca escultura metálica de un esqueleto de ballena a tamaño natural, da paso a caminos de tierra y polvo que surcan el alto acantilado.

Garachico o sus piscinas naturales

Siguiendo nuestra ruta, a la salida de una curva apretada entre el agua y los altos peñascos que circundan el lugar, entramos en Garachico, uno de los nombres que más suena de la zona. La carretera cruza el pueblo a lo largo del paseo marítimo.

Hoy es un conglomerado de caprichosas rocas volcánicas, desgastadas y negruzcas (una de ellas, hoy emblema de la ciudad, es el llamado Roque de Garachico, un pequeño islote rocoso en medio del agua y muy cerca del litoral), conocido como el Caletón, donde se abren retorcidas charcas naturales que han sido convertidas en un precioso balneario abierto de piscinas y solárium.piscinas garachico

En medio, pegado al paseo, se levanta lo que queda del Castillo de San Miguel, un sólido torreón defensivo de piedra oscura, garitas de vigilancia y emplazamiento artillero, que hoy sirve de mirador y recuerdo de mejores tiempos. Cuando el puerto desaparecido era el más activo de toda la isla, la gallina de los huevos de oro, antes de que la fatídica erupción, que no causó víctimas, lo trocase en ruinoso pedrero y truncase así un esperanzador futuro; aunque, hay que decirlo todo, también regalase al pueblo este terreno antes inexistente creado por la solidificación de los materiales eruptivos que hoy se enfrentan al embate de las olas, incluida la zona de baños, y que es la auténtica seña de identidad del paisaje local.

calle-Garachico

Garachico tiene un centro histórico muy concentrado e interesante. El ayuntamiento forma un bello conjunto con el antiguo convento franciscano, que hoy sirve de centro de exposiciones y alberga la biblioteca municipal y cuyas instalaciones, en proceso de recuperación, merecen una visita, solo sea por su patio central, sus galerías típicas y la variada colección de arte que albergan sus muros y pasillos. Al lado, algo elevada, la plaza central, alargada y concurrida, guarda una estatua de Simón Bolívar, el libertador americano, con orígenes familiares en la localidad. Y a dos pasos, la iglesia de Santa Ana, blanquísima de torre y reloj, como todo el caserío,  y rica en retablos e imaginería, que presume de exótico tesoro: un cristo mejicano de maíz, elaborado al estilo de los viejos ídolos aztecas. A la salida del pueblo, nos despide el pequeño puerto de pescadores actual.plaza-Garachicogarachico-pueblo-tenerife

Icod de los vinos y su árbol

Cuando nos damos cuenta, estamos ante la desviación a Icod de los Vinos, reputada villa de balconadas, galerías y techos de madera, edificios históricos y calles empedradas, colgada sobre una pequeña bahía.

Además de la Cueva de los Vientos, un larguísimo tubo volcánico que puede ser visitado con guía y un poco de espíritu aventurero, la gran atracción local es el drago milenario, ese dragón verde, colosal y único, que destaca en medio de un jardín botánico situado detrás de la oficina de turismo, pero del que se obtiene una más completa panorámica aérea desde el pequeño parque emplazado delante, algo más arriba, por encima del propio recinto que lo acoge. El árbol, si no tan viejo como dicen, tiene unas dimensiones que a nadie dejan indiferente y que lo han convertido, amén de los ancestrales usos rituales y médicos propios de su especie, en uno de los principales símbolos de la naturaleza canaria.icod (drago)

El tronco, tan largo en la circunferencia base como en su altura, es un asombroso conglomerado arbustivo de ramas nudosas, ampliamente ahuecado en su centro, que se remata con una frondosa copa colosal. Y no está solo. Lo acompañan multitud de plantas endémicas del archipiélago cultivadas sobre un vasto terreno ganado a un barranco seco y reconvertido así en el Parque del Drago, un recinto de ocio de exhibición floral. Merece la pena pagar la entrada, nada cara por otra parte, para disfrutar del lugar y de su longevo protagonista, además de contribuir a su conservación.

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

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