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La costa de Granada se halla protegida por la cercana sierra de la Almijara y por los altos y algo más lejanos picos de Sierra Nevada que frenan las corrientes frías del norte. Por todo ello, goza de un clima cálido, con sol y altas temperaturas a lo largo de todo el año pero siempre suavizado por la refrescante brisa marina, y de una vegetación y unos cultivos propios de las tierras tropicales, de ahí que sea conocida como la Costa Tropical. Marcada por el paisaje natural de los Acantilados de Cerro Gordo, se halla una de sus localidades más turísticas: Almuñécar. Un rosario de calas y playas jalonan su recortada costa, ideal para los deportes acuáticos, mientras sus alrededores de ruta, risco y río atraen todo tipo de senderistas, montañeros y barranquistas. Os contamos qué ver y hacer en Almuñécar.

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El centro de Almuñécar

Llegamos en coche desde la malagueña Nerja. Ya desde la carretera general costera, al divisar la vega litoral donde se asienta el pueblo, sorprende una extensa mancha de verdeclaros. En la recta larga de entrada descubrimos la sorpresa: son grandes plantaciones de frutales tropicales propios de tierras americanas, que aquí tienen poco de exóticos debido a ese clima especial y se dan en cantidades industriales. Nos recibe la Puerta de Almuñécar, un monumental triple arco de triunfo, que aquí quiere ser de homenaje a Blas Infante, el prócer del andalucismo, así como a la vieja convivencia de las tres culturas y, por extensión, a todos los pueblos que ocuparon el lugar desde los más lejanos tiempos. Ya a pie, entramos al casco viejo, entramado de callejuelas con dibujado piso de piedra, placitas escondidas, escaleras y bifurcaciones de calles para perderse con calma.

La Puerta de Almuñécar:

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Entre casas encaladas, plantas, alguna estatua ornamental y mucho ambiente comercial, gente y terrazas, rebasamos la Casa de Cultura, viejo edificio remozado y brillante entre banderas, palmeras y farolas, y nos desviamos unos pasos para acercarnos a la iglesia de la Encarnación, levantada sobre los cimientos de una vieja mezquita. Construcción del Barroco inicial, su esbelta torre-campanario alberga un moderno reloj que compite con el de la fachada principal, este de sol; el interior es luminoso de blancos y dorados. Algo más abajo, la coqueta y concurrida plaza de la Constitución alberga la sede del Ayuntamiento, edificio de corte colonial en blanco y crema, con fachada blasonada  de balcón abanderado y amplios ventanales. Siguiendo en dirección al agua, nos topamos con la fuente renacentista del Pilar Real, donde la piedra esculpida en figuras y escudo recibe el agua de un viejo desaguadero romano.

Ayuntamiento de Almuñécar:

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Iglesia de la Encarnación:

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En fin, ahora toca trepar las empinadas callejas del casco histórico. En primer término, el sótano de un antiguo recinto abovedado abre hoy sus puertas como moderno Museo Arqueológico que puede presumir de muestras de culturas muy diferentes, halladas en yacimientos y necrópolis locales: un vaso de los faraones, un león fenicio, una diosa romana y restos de ajuares, cerámica, monedas y otros objetos de diversos orígenes. Nada extraño dado el lugar donde nos encontramos, el barrio de San Miguel, una colina donde nació esta localidad allá en la noche de los tiempos y por la que se fueron sucediendo distintos pueblos a lo largo de la historia: neolíticos, tartesios, fenicios, romanos, godos, moros, cristianos.

Todos ellos dejaron su impronta, aunque el nombre actual es claramente árabe, así como el aire morisco de sus calles y el cantarín acento de sus gentes. Arriba, al otro lado, corona el promontorio el Castillo de San Miguel, antes alcazaba musulmana, que hoy solo nos enseña sus ruinas, encerradas en dobles y macizas murallas de sólidos torreones. Pero no podemos perder el paseo interior (que hoy, sin esperarlo, nos sale gratis por ser jornada especial, bajo la recomendación, eso sí, de no dar de comer a las numerosas palomas que pululan por el recinto): arco de entrada fortificado, puente levadizo, torres, troneras, adarves almenados, mazmorras y demás, amén de una moderna exposición de documentos y objetos relacionados con la historia del fortín. Y sin contar con la extensa panorámica de maravillosas vistas del pueblo y sus alrededores que regalan estas estratégicas alturas.castillo-almuñecar castillo-almunecar-caminocastillo-interior-almunecar

El mar

Bajamos del castillo por calles y escalinatas en picado que dan directamente al paseo marítimo. Aquí, para ir de playa, no hace falta salir del pueblo, todo el frente sur es un encadenamiento de calas y arenales, algunos de ellos a mano en pleno centro. Nosotros recalamos en el Altillo, playa y paseo muy bien acondicionados que continúan, por el oeste, la zona playera central de la Costa Tropical. Allí topamos, en medio del paseo, con el Monumento a los Fenicios, homenaje en bronce a los antepasados. La contigua playa de la Caletilla nos lleva a los Peñones de San Cristóbal, un saliente alto y rocoso que cierra el arenal y se rompe en otros más pequeños que sobresalen del agua, muy abajo. Unos pendientes escalones abiertos en la roca nos llevan a la cima, amplia explanada donde se ha levantado una cruz gigantesca, por si los moros, verdadera terraza con vistas por tierra, mar y aire.

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Abajo,  al pie de la entrada, en un pequeño jardín sobre la calle, nos saluda Abderramán I, el omeya  que desembarcó aquí y llegó a dominar todo el emirato cordobés, ahora una estatua gigante de turbante y cimitarra. Culminamos el paseo marino, de nuevo en el coche, siguiendo la costa hasta La Herradura, cercano núcleo turístico, entre calas, chiringuitos y ambiente asegurado. El día, soleado y casi veraniego, se lo merece.

El acueducto

Roma, entre otras cosas, dejó también aquí sus avances técnicos en obras de canalización y transporte de agua. Porque, aunque Almuñécar fue fundada por los fenicios, fueron los romanos los que le dieron empaque de ciudad, impulsando la construcción pública y los servicios urbanos. Su traída de aguas, un largo acueducto de varios quilómetros de longitud, aún en uso parcial, aprovechaba el caudal de los barrancos del río Verde (que baja de la sierra y llega al cercano Mediterráneo bordeando por el este el caserío almuñequero) a la altura del pueblecito serrano de Jete y lo canalizaba por todo el centro de la ciudad alcanzando las cercanías del mar. Constaba de distintos tramos superficiales, soterrados y aéreos, estos en forma de pequeños o grandes acueductos.

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Dos de estos destacan hoy y merece la pena acercarse a conocerlos. El primero (que, aun siendo ambos simples partes de una única instalación transportadora, llamaremos Acueducto de Almuñécar para distinguirlo del otro) está en el mismo casco urbano, a la entrada por la N-340, en la zona de la Carrera. De un solo cuerpo y numerosos arcos de escasa altura, algunos parcialmente deteriorados, cuidado y protegido, llama la atención en plena calle, a la vista de cualquier viandante; hoy parece impensable que tamaña construcción sobrevolase la ciudad romana, remontándose hasta el cerro de San Miguel y bajando finalmente hasta las inmediaciones del paseo marítimo. En uno de sus extremos se muestran los restos ruinosos de unas Termas Romanas de la época.

Para alcanzar el segundo (que llamaremos, pues, Acueducto de Sexi, denominación fenicia de la localidad), salimos en coche por la carretera paralela al río, que sube contra corriente en dirección a Jete y Ótiva, cruzando la carretera nacional. Muy cerca, a las afueras del pueblo, nos desviamos hacia el río, a la izquierda, hasta el aparcamiento acondicionado al efecto. A pie, por una corta senda adornada de vegetación, entramos a un claro en medio de un verdadero bosque tropical, donde nos sorprende por sus dimensiones un imponente acueducto de dos cuerpos macizos, casi veinte metros de altura y más de setenta de largo, con tres vanos en su corta pero sólida base y nueve arcos en el piso superior, rematado por el canal de conducción.

El Acueducto de Sexi

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Cruzamos el hueco central y entramos en un auténtico jardín arbolado, distribuido en terrazas cortadas por un pasillo central y bordeadas por otros laterales que suben hasta la altura superior del monumento y permiten contemplarlo también desde arriba. Aunque amenazan no lejanos los elevados viaductos de hormigón de la carretera, aquí se respira la paz de un reconfortante paseo verde, la mejor manera de despedirse de la amable población sexitana. Gentilicio este, por otra parte, que ha provocado a primer golpe de oído más de un malentendido, puesto que induce a pensar, sí, en eso que a cualquier desavisado lector se le está viniendo ahora a la cabeza. Nada que ver, al parecer, con el inocente significado orográfico de la raíz púnica originaria. Los “falsos amigos” de la etimología a primera vista.

*Esta visita fue realizada en un viaje por el sur, que abarcó también otros lugares súper interesantes como Málaga capital, Nerja, el Caminito del Rey o el Torcal de Antequera, Frigiliana y Cómpeta o Úbeda y Baeza. Os recomendamos todos y cada uno de ellos porque tienen un alto interés turístico. ¡No dejéis de leer los post que lo demuestran!

por Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres.

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