“(…) Ni yo era el mismo de aquella época, ni mis amigos seguían siendo los que eran, ni Madrid era ya la misma ciudad que entonces. Como nosotros, había cambiado profundamente, empujada por el ritmo de su modernización«.- El cielo de Madrid- Julio Llamazares.
Hay ciudades que te tocan la fibra y con las que uno no puede ser objetivo. En mi caso, esa es Madrid. La tengo totalmente idolatrada y amo su cielo, metáfora de todas las cosas que pueden pasar en ella; su caos, que se olvida pronto tomando una caña en cualquier bar castizo que te acoge como en casa; su intento constante de disfrutar de la vida. Por eso, cuando hace tiempo leí un post del blog Gastando Suela sobre que no era capaz de verle ese “algo” a la ciudad, sentí que tenía que intentar contar al mundo por qué creo que Madrid es encantadora y maravillosa. He tardado, pero aquí está.
Como os podéis imaginar, esto no será un relato informativo y distante, sino que hablará de los lugares que me han marcado desde que viene a esta ciudad a estudiar para hacerla mía para siempre. Por eso he titulado este post como ‘El Madrid de mis emociones’. Hablaré de lugares pero sobre todo de lo que me hicieron sentir; de lo que supusieron para mí. Espero, no obstante, que el viajero pueda apuntar algún nombre que le sugiera el texto y disfrutar, como yo, de las múltiples virtudes de esta ciudad.
Malasaña, refugio constante
Es curioso como ese sentimiento de nostalgia que relata Julio Llamazares en su libro ‘El cielo de Madrid’ lo puedo sentir yo también, 40 años después. Me pasa especialmente con Malasaña, el barrio donde pronto me di cuenta de que encajaba. Seguramente fui sucesora de aquellos que vieron nacer música entre las cuatro paredes de un bar; de buenos amantes de las canciones y la vida. Ellos pensarían que yo era una impostora, cuando el único fin de mi existencia en los mismos lugares y años después era hacerme con una lata barata que poder beber a gusto en la calle. Y ahora yo me quejo de quienes pueblan el barrio con barbas recortadas y cupcakes al gusto. Lo que aprendí en este barrio es que las cosas exteriormente cambian lentamente; pero en el interior, cambian de manera fulminante.
Por eso, hoy no pueden visitarse algunos bares de la época (El mítico Lozano con sus minis baratos; el Candi y sus cantares a altas horas de la mañana; el Peor para el Sol para los amantes de la música española; o el Garaje Sónico), pero aún resisten otros como El Laberinto -típico lugar al que vas siempre aunque no te guste especialmente-, El Rey Lagarto -templo para los amantes del rock y del heavy- o la inquebrantable Vía Láctea, un bar para todos los gustos.
Pero si algo marcó mi vida cuando llegué a Madrid y comencé a disfrutar de ella, fueron dos plazas de Malasaña donde siempre había ambiente -y sigue habiendo-. Se trata de la Plaza 2 de Mayo y del ‘El Grial’ (plaza de San Ildefonso), centro de reunión de jóvenes de todo tipo y condición, surtidos por la venta ilegal de cervezas a un euro y sobrados en ganas de agotar la noche. Allí todavía siguen muchas de las personas encargadas de mantener vivo el espíritu malasañero. Y aunque a veces me escaqueo, algún día ellas también soy yo.
Lavapiés, la segunda opción
Lavapiés es un barrio vivo, cultural, amigable, divertido, despierto… y por eso, también, siempre fue un placer recorrer sus bares o sus calles en aquellos días en los que buscábamos algo diferente. Lavapiés era la segunda opción, pero también quizás por eso no nos aburríamos nunca; y por eso, también, a día de hoy vuelvo muchas veces sin dudar de que aún tiene mucho y muy bueno que ofrecerme.
Lavapiés era un lugar donde llevar a los amigos que venían de fuera, pues tenía opciones alternativas de teatro que resultaban asumibles para nuestros estrechos bolsillos. Porque era colorido y estaba lleno de arte urbano. Ya no encuentro referencias de la sala Tis, donde disfruté de alguna obra que no entendí especialmente pero que me gustó, pero sí de otras como La Escalera de Jacob, con multitud de opciones y situada en una zona del barrio con mucho encanto.
Para tomar algo después del plan cultural, siempre tirábamos de El Chiscón, hoy cerrado. Pero en Lavapiés, como en otras partes de Madrid, lo difícil será no encontrar un bar. Hoy por hoy, cualquiera de Argumosa ofrece buen bebercio y comida; pero si me paro un rato a pensar, elijo el Café Chinaski, para tener una amplia carta de cervezas artesanales o cualquiera del Mercado de San Fernando.
El centro de Madrid: el lugar donde siempre quiero volver
En las líneas anteriores, hablé de lugares a los que fui casi siempre de noche. Pero alguna tarde aproveché también en los primeros años en los que fui descubriendo Madrid. No hay nada como las primeras veces; como los momentos en que vas conociendo una ciudad. Y el centro de Madrid da para mucho. Desde Sol a Conde Duque; desde Chueca a Alonso Martínez; y desde Chamberí hasta Cibeles, paseé muchos rincones a los que he vuelto otras veces. Para no cansarme. Para hacerlos míos. Para saber que son el lugar donde quiero quedarme; para saber que son el lugar donde siempre quiero volver.
Me gustaba caminar por la calle Mayor desde Sol hasta la Almudena; para después sentarme frente al Palacio Real, algunas veces acompañada por la preciosa melodía de un harpa tocado como los ángeles. Si era invierno, a veces paraba antes, en la Plaza Mayor, con unas castañas asadas y buena compañía, suficientes para disfrutar de un buen rato. San Ginés y sus churros vinieron después y aún hoy en día disfruto de un buen producto y un local detodalavida. Aunque últimamente haya “que pegarse” para entrar.Solo en algunas ocasiones, en mis primeros años en Madrid, podíamos permitirnos comer fuera de casa y siempre elegíamos un restaurante mexicano, colorido y lleno de vida llamado La Panza es Primero, en la calle Libertad. Allí mismo, años después, frecuentaría el local del número 8 para escuchar a varios cantautores que fueron banda sonora de muchos de esos años (Marwan, Luis Ramiro, Andrés Suárez…). ¡Cuántas noches disfrutando de ti, Madrid! La Boca del Lobo, la sala Clamores y Galileo Galilei también me brindaban la oportunidad de escuchar esa música, así que tampoco pueden faltar en una ruta del Madrid de mis emociones.
A Chueca también fui a tomar cafés los domingos; casi todos sus bares merecen una tarde sin prisa. En el barrio de las Letras, busqué un lugar al que ir recurrentemente y a pesar de que no lo encontré, disfruté de los paseos por la zona sin esperar nada. Quizás por eso me gustó tanto. Por su lado, La Latina me ofreció ambiente, terrazas y visitas esporádicas al espacio exterior del mercado de La Cebada, ahora cerrada al público. Y sin duda, de sus rincones me quedo con El Viajero, un bar especial que hace referencia a aquello que tanto me gusta y además proporciona, cerveza en mano, una preciosa vista de la ciudad.
Buscar una estampa bonita de Madrid siempre fue mi objetivo y por eso he pasado por el Templo de Debod, la terraza de Cibeles, la del Círculo de Bellas Artes, el Parque de las Siete Tetas, muchos bares con buenas vistas… y sigo haciéndolo. Si de algo no me canso es de seguir contemplando Madrid y su cielo. Un cielo bajo el que -como siempre creí- casi todo es posible.
El Madrid tranquilo: mi Madrid en la actualidad
Mi Madrid preferido hoy en día es un Madrid tranquilo. Una ciudad donde disfrutar de un buen libro en una cafetería como La Fugitiva o La Infinito; de una exposición -en Caixa Fórum, en los museos más conocidos, en Fundación Mapfre…- de libros y papelería en La Central; de cientos de restaurantes donde descubrir nuevos sabores; de una shisha en la Tetería Hayati de Lavapiés; o de una caña en cualquier bar de la esquina o en todos los barrios que ya os avancé.
He crecido; de eso no hay duda. Me han salido canas y nódulos; no salgo los jueves y me duelen las resacas. Madrugo y no me importa. Disfruto de Madrid a la luz del día y me gusta especialmente en los momentos previos a caer la noche. Pero como la vida y los gustos cambian, Madrid lo ha hecho, aún conservando su esencia. Con todo ello, sigue siendo irresistible y le sigo poniendo los mismos ojitos desde que la conocí. Me sigo ruborizando ante la certeza de que ninguna otra puede hacerle frente. Y es que cuando algo te llega de esa manera, incluso una ciudad, no hay vuelta atrás.
En definitiva, Madrid ofrece planes y lugares para todos los gustos; y eso la hace especial. Eso la convirtió y la sigue haciendo mi lugar favorito en el mundo.
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