Donde la provincia gallega de Ourense, al sur, y el Alto Minho portugués se dan la mano. Cuenta la leyenda que el río Limia fue confundido con el río clásico del infierno y de la desmemoria por los romanos en su avance por el noroeste ibérico: si lo cruzabas, caías en el olvido. Por eso, cuando el general de turno lo hizo y fue llamando a sus soldados por su nombre, estos se atrevieron a vadearlo y así deshicieron el mito. Nace cerca de Xinzo de Limia y corre hacia el sur, rompiendo en cuña la mole granítica de la sierra del Xurés (Peneda-Gerês en la vertiente portuguesa), Reserva de la Biosfera en su conjunto, y entrando, antes de la mitad de su recorrido, en territorio de Portugal (donde se le conoce como río Lima), para desembocar luego en el Atlántico por Viana do Castelo.
Como por estos pagos los ríos bajan de norte a sur, son las sierras transversales que los encajonan, con sus imponentes agujas verticales, las que determinan la frontera natural, conocida aquí por eso como la Raia Seca. Este limes, quizá el más viejo de la vieja Europa, territorio histórico de guerrilleros, contrabandistas y bandoleros, rompe lo que siempre ha estado unido, la comarca arraiana, que no distingue lo portugués de lo gallego: mismo paisaje, misma lengua, misma cultura subyacen, aún hoy, a la pretendida diferenciación oficial.
Que se lo pregunten, si no, a los caballos «garranos» y a las vacas “cachenas” pequeñas y cornilargas (“vacas piscas de corna lírica e ollos de vampiresa malencónica” en palabras del patriarca vivo de las letras gallegas, Xosé Luís Méndez Ferrín) que corretean y pastan en libertad por estos montes sin preocuparse de a qué lado están.
Toda la provincia de Ourense es reconocida por sus cálidas aguas medicinales de origen geotérmico, privilegio que comparte (como comparte ríos, paisaje y viñedos) con toda la zona fronteriza portuguesa. Estamos muy cerca del pequeño pueblo gallego de Lovios, a un tiro de piedra de la frontera hispanolusa, donde se abre un estupendo balneario a orillas del río Caldo, pequeño afluente del Limia. Además de contar con un hotel y complejo termal de alta calidad, pegadas a él hay unas “pozas” de agua caldeada de uso público que aprovechan los sobrantes del mismo manantial.
La mayor, construida a modo de piscina, se sitúa sobre una bonita zona verde acondicionada cerca del río; la otra, más pequeña y natural, es un charco grande cerrado con piedras sobre el mismo cauce. Ambas muy frecuentadas por vecinos portugueses, bien pertrechados de indumentaria y útiles playeros. Subiendo paralela a las aguas del río, se ha abierto también una preciosa senda peatonal, arbolada y sombría, llana y cómoda, con regreso optativo por la zona boscosa, no menos bonita, que termina casi a las puertas del recinto termal, un paseo que hace las delicias del visitante.
Los más preparados para la caminata pueden alargarla a su gusto: subiendo el exigente monte de la llamada Cabaniña do Curro para contemplar las espectaculares cascadas y pozas naturales de la Corga da Fecha, que se suceden monte abajo entre las gigantescas rocas características de la sierra para desaguar en el río; o, más fácil, siguiendo de frente hasta toparse con la huella de Roma en el tramo reconstruido de calzada y en los miliarios de piedra que marcaban las distancias, ya en la carretera que lleva a la Portela do Homem, la vieja frontera.
Los romanos, en su conquista de Hispania en busca de nuevas tierras y minerales valiosos, también ocuparon Galicia, extendiendo caminos, creando asentamientos, abriendo minas, explotando todo lo aprovechable (las fuentes termales, por ejemplo, muchas ya preexistentes). La senda en cuestión no es más que un pequeño tramo de la Vía Nova, la gran arteria de comunicación del noroeste que unía las ciudades de Astorga (Astúrica Augusta) y Braga (Brácara Augusta), una de las mejor conservadas.
Por eso, casi al final, ya a menos de un quilómetro del balneario y pegada al camino, podemos visitar una mansio, especie de posada donde los mandos, los funcionarios o los viajeros nobles de la época hacían noche. Es la Aqvis Originis, cuyas ruinas aún dejan entrever las diferentes partes de un “hotel” del viejo imperio: recepción, cocina y comedor, dormitorios y baños, talleres y cuadras. Y en el mismo pueblo de Lovios, a menos de una legua de las termas, se abre el Centro de Información e Interpretación de la parte española, el Parque Natural Baixa Limia–Serra do Xurés, donde el interesado puede asesorarse ampliamente por medio de planos, fotografías, libros, notas e información personal.
Este Parque de la montaña gallega abarca las tierras altas de seis concejos orensanos, asentadas sobre cuatro zonas serranas: de oeste a este, Laboreiro, Quinxo, Santa Eufemia y Xurés. El embalse de Lindoso, que sucede al de las Conchas, ensancha el río Limia y lo convierte en frontera fluvial partiendo en dos la sierra, un conglomerado granítico de grandes piedras redondeadas y desnudas, abrupto y arrugado, donde se suceden crestas rocosas, valles verdes, ríos de aguas impolutas que se despeñan en saltos imposibles de gran belleza y un rosario de pueblos con historia y encanto, de coquetas ermitas, antiguos molinos, viejos puentes, aguas calientes y playas fluviales, lugares lacustres de embalse o montunos en laderas de impensables desniveles.
Subiendo de Lovios por la carretera general de Ourense, en poca distancia podemos completar un recorrido histórico. Nada más cruzar el río, en su margen derecha, a la salida de Entrimo, entramos de lleno en el barroco de las fachadas de Santa María la Real, verdaderos retablos de columnas, hornacinas, figuras, gárgolas y escudos tallados en piedra que nos remiten al arte compostelano. Volviendo a la carretera principal y cruzando a la orilla izquierda del embalse de As Conchas, tras pasar la playa fluvial de Muiños, alcanzamos el parque arqueológico con un yacimiento megalítico de los primeros pobladores de la zona.
Algo más adelante, nos espera una pequeña joya escondida a la izquierda de la carretera, la iglesia visigótica de Santa Comba de Bande, sólida en su sencillez de planta griega y austeridad interior, con pila bautismal y fuente, solitario testigo en pie del prerrománico gallego (antes, a la entrada al pueblo, está la iglesia parroquial, cuyo atractivo radica en el original y cuidado cementerio que la abraza por completo).
Volviendo al embalse, en fin, nos encontramos de nuevo con Roma. Bajando al agua, en Portoquintela, y dejando a la derecha una playa fluvial bien acondicionada, de verde y picnic, nos encontramos con el Centro de Interpretación de la Vía Nova-Aqvis Qverqvennis, donde podemos recrearnos con toda la información sobre esa larga calzada romana y conocer los hallazgos arqueológicos descubiertos en las excavaciones de este último yacimiento, abierto algo más allá del pequeño museo. Hay que dejar el coche y seguir a pie bordeando el embalse, entre el agua y la sombra boscosa de los robles que le dan nombre al lugar. Se trata de un campamento romano reconstruido en planta con los restos de piedra conservados, donde se asentaba un destacamento militar para control y vigilancia de la carretera. Foso y muralla se abren en varias puertas de acceso a las dependencias interiores: cuartel central, barracones de mandos y tropa, dormitorios y hogar, hornos, establos y granero, baños y desagües, foro y templo, administración y armería.