RUTA: PR.AS-170
CONCEJO: Gijón
ORIENTACIÓN: de S a N
EXTENSIÓN: 4 km y medio
DURACIÓN: 2 horas
PERFIL: muy fácil, primero bajada fuerte y luego llano (en sentido contrario, pues, presentaría mayor dificultad)
PISO: camino de monte natural: tierra, piedras, hojas, raíces…
PANORÁMICA: al contrario que las rutas anteriores, esta no es una senda costera propiamente dicha sino un itinerario interior boscoso que comienza en la rasa litoral, a más de cien metros de altitud, y termina en pleno mar Cantábrico, con un recorrido muy cerrado y sombrío.
ACCESO: en las cercanías orientales de Gijón, desde la autovía del Cantábrico A8/E70, salida 378 a San Miguel de Arroes/Quintes/Quintueles – carretera Lloreda-Deva 2A – carretera vieja de la costa N-632 dirección Santander: cruza el campo gijonés de golf de La Llorea.
SALIDA: Campo Municipal de Golf de La Llorea (parroquia de Deva, ayuntamiento de Gijón)
LLEGADA: Playa de La Ñora, arenal de unos 250 m de largo, semiurbana y con buen oleaje, frontera entre los concejos de Villaviciosa, al este, y Gijón.
RECORRIDO: Dejamos el coche dentro de las instalaciones golfistas de La Llorea (hotel, hoyos, greens y demás). Al lado de la última zona de aparcamiento, está el letrero que anuncia el inicio de la senda peatonal. Entrar en ella, casi desde el principio, es entrar en un bosque de cuento, un bosque encantado donde no sería extraño toparse con una hermosa xana o sufrir las bromas de algún trasgu juguetón. El camino, que comienza con un breve rellano verde, pronto se hace fuerte y prolongada pendiente de curvas pronunciadas.
El piso es natural, de tierra y roca, con breves tramos de piedras, surcos y raíces que obligan a andar con cierto cuidado y que, en época de lluvias, se convierten en un lodazal resbaladizo y algo más complicado. Hemos dejado atrás el sol, casi incapaz de penetrar la exuberante espesura verde que envuelve toda la ruta como una verdadera galería vegetal de variada flora: un bosque atlántico de ribera, con robles, abedules, laureles, avellanos, helechos, musgos, líquenes y tupido matorral, sobre todo. El río se presiente al fondo, a nuestra izquierda, pero aún ni se vislumbra.
Tiene que haber mucha fauna silvestre en esta maravilla natural, sobre todo aves, alimañas, corzo y jabalí; nos lo confirmarán algunos paneles de información que toparemos más adelante, referidos en concreto a este último animal, a la trucha y al lobo, pero ninguno se deja ver con facilidad, apenas alguna mariposa, algún pájaro o algún lagarto grande y verde.
Hasta el final de este tramo de bajada hemos acompañado, siempre a cierta distancia, al río Llorea, el humilde arquitecto de esta inimaginable brecha natural, regato cantarín que baja de los montes de Deva y que desemboca, justo aquí abajo, en el río Ñora, al que llegamos tras cruzar el primer puente-pasarela de madera de los varios que hay en toda la senda, que viene de las vecinas tierras maliayas y será ahora el que nos guíe hasta su playa homónima para desembocar en el Cantábrico. Ya estamos en la ribera, más llana, más profunda, más húmeda y aun más frondosa, más sombría.
En las laderas aparecen las primeras matas de eucaliptos, esos australianos que plagan la costa cantábrica; en el agua reinan la trucha y la sanguijuela (antes lo hacía el cangrejo de río autóctono, pero se extinguió a manos de otra plaga, su hermano americano, que se come hasta las plantas, acuáticas y terrestres). Para no perderse basta con seguir la corriente, que cruzamos varias veces, yendo de un municipio a otro sin enterarnos de cuándo estamos en Gijón, cuándo en Villaviciosa. Pero la ruta está bien señalizada, con postes de madera y signos pintados. También parece bastante cuidada: limpieza, pasarelas, información, zonas de recreo, pícnic y baño… Al pie del camino, a la derecha, vemos, la primera casa (hay otras, pocas pero escondidas, en las huertas y terrenos que se abren aquí y allá): una casería de labranza en una finca milagrosamente soleada en este reino de sombras, en el solar donde antaño funcionó un desaparecido molino de agua.
El paisaje fluvial que estamos disfrutando parece de película: el camino de tierra pisada, ahora menos pedregoso; los coquetos puentecillos de madera; los estrechos ramales que se pierden en el bosque con rumbo desconocido; la verde planicie ribereña; los árboles asomados a la orilla y los troncos caídos sobre el cauce como pasarelas naturales; las grandes piedras dentro del agua y verdecidas por el musgo; la corriente que rompe en ellas, caudal y saltarina, en espuma que mancha de blanco el espejo del río; los saltos de agua y las cascadas que salvan los desniveles imprevistos; los pozos, remansos profundos, que invitan al baño, la mejor crioterapia; el silencio, la soledad, la calma, en fin, que se respiran en este pequeño paraíso.
El ruido de algunos coches que se oyen cercanos y de un salto de agua, quizá el mayor de todos, con su cascada y su presa, anuncian la parte final de este tramo, sin duda el más interesante de toda esta preciosa ruta, poco antes de llegar a la estrecha carretera asfaltada que une Cabueñes (Gijón) con Quintueles (Villaviciosa) y que corta en dos la senda. Al otro lado comienza el que puede considerarse tercero y último tramo, al que se accede a través de una amplia pradera ribereña que acoge el llamado Molín del Pilu, una casería habitada en su planta alta y en cuyo bajo alberga lo que queda de otro antiguo molino hidráulico de los muchos que antiguamente existían y que han ido desapareciendo en manos de otras energías más modernas. Continuamos siguiendo el río, ahora a nuestra derecha, y entramos en una zona muy verde donde el camino se desdobla en dos breves tramos alternativos, paralelos y convergentes que conducen a otra más amplia y abierta, primero en cuesta y luego en bajada. Perdida la vista del río, que corre aún muy cerca, el suelo anuncia ya la cercanía del mar: se va volviendo blanquecino de arena y sal que arrastran hasta aquí las mareas. Cruzamos el río por la última pasarela, el Puente Ñora, y dejándolo a nuestra izquierda recorremos los últimos doscientos metros del aparcamiento bajo el enorme acantilado que nos llevarán directamente al arenal entre montañas abierto al mar astur. Estamos en la Playa de la Ñora, de donde saldrá, rumbo a Gijón y de nuevo por la costa, nuestra próxima ruta. Es la hora del baño.
VISITAS OPCIONALES: Hacia el este, las localidades de la ría de Villaviciosa: Villaviciosa, con la Playa de Rodiles, Tazones y El Puntal, marineras y gastronómicas, ya en la Comarca de la Sidra; al este, Gijón, con su variada e interesante oferta.