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Después de la experiencia de la noche anterior junto a la extravagante amiga francesa que hicimos, nos sentimos un poco más cerca de París. Además, a medida que iba pasando el tiempo nos acostumbramos a lo rápido que cambian allí de color los semáforos o a tirarnos temerariamente a la carretera para cruzar, como hacen ellos. Pero también teníamos compromisos con los monumentos importantes de la ciudad. De hecho, elegimos, según lo previsto, visitar Notre Dame lo primero, pues supuestamente la larga cola para subir a las torres disminuía a primeras horas de la mañana.

Después de visitar la catedral por dentro –de entrada gratis e interesante, con altísimos techos y preciosas vidrieras- buscamos la cola para subir a las torres – su precio es de 8,50 euros-.

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Justo al salir por la parte derecha de la catedral, se encuentra, pero había gente que estuvo más despierta que nosotras y que ya había comenzado a esperar para subir. Comenzó pues una larga espera –dos horas y media-, en la que pasamos algo de frío pero que aproveché para hacer fotos a los cafés de la calle.

Reconocí el restaurante L’Ombre de Notre Dame, del que había sabido gracias a la revista Traveller y donde escribió en su época el conocido escritor de la “generación perdida” Ernest Hemingway. Cerca, a su izquierda, se encuentra el gran Aux Tours de Notre-Dame (del que no hablan muy bien como restaurante, además de ser caro) y la Creperie du Cloitre.

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Cuando por fin llegó nuestro turno, subimos las empinadas escaleras y contemplamos en lo alto unas preciosas vistas de París. Es un buen ejercicio para repasar la geografía de la ciudad y para reconocer, desde lo alto, los distintos emblemas parisinos. La visitamos en su aniversario, cumplía 850 años.
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Al salir del monumento, cogimos el metro para ir al mercado de Beauvau, situado en la plaza de Aligre, una de las recomendaciones que nos había hecho la chica que conocimos la noche anterior. Cuando llegamos el mercado no era gran cosa, pero los establecimientos de la zona y su ambiente nos ganó desde el principio. Luego, comenzamos a fijarnos en los nombres de los bares y reconocimos alguno que nos habían recomendado.

Así que ese era el encanto de esa zona: los bares. Desde luego algo muy turístico también y lugares donde uno siempre se siente a gusto. Entramos en uno que se llamaba Le Baron Rouge, que solo por la gran cantidad de gente que se agolpaba en su puerta dejaba entrever su encanto. Y nos encantó. Era del todo auténtico, con barriles de vino en el propio bar y una larga lista de opciones de esta bebida; “tapas” a precio económico y gran ambiente. Hasta yo, que soy cervecera hasta la médula, me animé a probar un vino (2,5 euros). Lo acompañamos con una tapa de foie gras (6 euros). Nos hizo gracia también el servicio, pues los camareros eran todos bastante mayores y uno de ellos, el que nos atendió, pareció no recibir muy bien que le habláramos en inglés, pero después fue muy agradable (haciéndonos señas incluso para hacerse entender).

barrio aligre

Comimos en una plaza cercana y para cumplir con lo que habíamos pensado inicialmente, fuimos a la parada de metro de Saint Michel para pasear por el barrio Latino. Allí, recorrimos los puestos callejeros al lado del río Sena y después hicimos una parada en la librería Sheakspeare & Co, que se ve fácilmente desde el paseo. Aunque es muy turística no deja de ser una absoluta preciosidad, sobre todo por el exterior, donde la gente podía sentarse en una mesa con sillas para leer.
libreria Shakespeare & Co

Luego continuamos nuestro recorrido, paseando bastante, visitando la Sorbona, el Panteón y la iglesia Saint Étienne du Mont, que era muy bonita por fuera pero un poco lúgubre por dentro (entrada gratis). Después, paramos a comernos un increíble crepe en la calle Galande, cerca del Sena. Me llamo la atención de parte de las calles de París, como esta, en la que las fachadas están inclinadas, recordándome a la calle Cuchilleros en Madrid, la favorita de mi ciudad.

Después de reponer fuerzas continuamos andando por el borde del Sena para adentrarnos en la Île Saint-Louis, que también nos habían recomendado. Llegamos a ella a través de un puente donde había los típicos candados en señal de amor, pero sobre todo me llamó la atención la bonita vista que se obtenía de Notre Dame, lo cual mejoró mi impresión hacia ella.

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Seguimos caminando y callejeando la segunda isla de la ciudad en importancia –tras la cité, donde está la famosa catedral- e incluso entramos alguna tienda. Recuerdo que me llamó la atención una gran librería de segunda mano, cuyo nombre no puede olvidar un buen amante de la literatura: Ulysses.

Aún nos quedaba por ver la Torre Eiffel ese día, así que fuimos hacia un metro y finalmente, cogimos el RER (el tren urbano de la ciudad), que nos llevó directamente al famoso monumento. Ya antes de situarnos en la explanada que lo precede, no pudimos aguantar las ganas de fotografiarlo, buscar el plano perfecto. Y después, ya algo más cerca, asistimos al encendido de las luces que rodeaban a la torre.

He de reconocer que yo iba con algún que otro prejuicio a este monumento y cuando lo vi, se me quitaron todas las dudas de que era el símbolo de la ciudad y que, mirases por donde lo mirases, imponía. Le pedí perdón a mí manera y prometí hablar mejor de él de lo que hasta entonces lo había hecho.

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Pero aún nos deleitamos varias veces con la imagen de la Torre Eiffel, bien pasando el puente que te lleva al plaza de Trocadero, bien en esta misma zona. Aquí hay también otro mercadillo navideño y una pista de hielo, donde nos echamos unas risas viendo al personal patinando a toda prisa. Tras dar un paseo por la zona, volvimos a casa.

Ya por la noche, repetimos en el barrio de barrio de Beauville, la zona de nuestro hotel, pues el día anterior habíamos visto un restaurante tailandés que tenía muy buena pinta. Cenamos y después intentamos ir de nuevo al bar donde siempre había gente, pero volvía a estar lleno –Aux Follies-. Fuimos a su vecino, el Au Vieux Saumur, también un lugar con mucho encanto –y menos gente- donde nos tomamos una cerveza. Estábamos rendidas.

Al día siguiente nos esperaba el mercado de las Pulgas, Montmartre y el fin de año. Se dice pronto.

Podéis consultar la primera parte del viaje para no perderos detalle de qué hacer en la ciudad durante tres días.

por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

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