Es una suerte que en los últimos días de un viaje quede algo interesante que hacer para no perder el ánimo cuando está cerca el temido final. En nuestro viaje a París en 3 días y medio tuvimos suerte porque para el tercero nos quedaba aún el bonito Montmartre, sumado al mercado de las pulgas por la mañana, y además, era el día de Nochevieja y dentro de lo que cabe, siempre es algo especial.
Y lo era, era mi primera Nochevieja fuera de España. Estábamos en París. Teníamos todo el día para hacer lo que nos diera la gana; que sería, básicamente andar y andar, buscar cosas nuevas, sorprendentes, patear la ciudad hasta cansarnos, siempre alerta por el espíritu viajero.
Como he dicho, en este tercer día decidimos comenzar por algo menos turístico por la mañana. En realidad lo decidimos así porque era un mercado, pero además, hubiera estado bien hacerlo por haber menos gente, pues fue una gozada estar prácticamente solas en algún lugar de París. Este mercado es como el rastro madrileño, con más material por ejemplo en tema de antigüedades y libros o discos de segunda mano, pero con algo menos de ambiente (también hay que tener en cuenta que fuimos un lunes).
Para llegar hay que ir a la parada de Metro de Puerta de Clignancourt, que además da nombre a una de las calles principales del mercado. Pero es muy importante tener en cuenta que este mercado es muy grande y algo irregular, por lo que debemos movernos bastante para conocerlo bien. Para ello, guiaros por el siguiente mapa del mercado.
De hecho, la calle principal es tan solo un conjunto de puestos de ropa algo ordinaria, para que engañarnos, y algún puesto que merece algo más la pena. Como una librería de segunda mano, con muchos ejemplares apilados, de bonita factura y que llamó mi atención y que tenía nombres muy importantes como Camus, Sartre o Simon de Beauvoir.
Después aún vimos distintas partes que nos gustaron –sobre todo otro puesto de libros y uno de vestidos antiguos-, más animadas y curiosas y por último, entramos al Marche Dauphine, la zona de anticuario, que era enorme y donde las cosas estaban muy ordenadas y suculentas a la vista. Después hicimos una parada en el café Voltaire, muy bonito, donde nos atendió también un simpático camarero que me hizo pensar que hay muchos prejuicios equivocados sobre los franceses.
Después cogimos el metro a Anvers, donde comienza la famosa subida a Montmatre. Descartamos el teleférico que puede llevarte arriba (y para el que te vale con un billete sencillo de Metro) y lo hicimos andando, pues no parecía mucho camino. No lo era, pero sí había demasiada gente allí –para variar-.
Aún así todo era muy bonito. Estuvimos un rato en la parte de delante del Sagrado Corazón –al que se puede subir- y contemplamos las maravillosas vistas de París que hay en esta zona.
Luego fuimos a la plaza de Tertre y nos empapamos de su encanto. Comimos allí mismo pues ya estábamos cansadas y luego pateamos el barrio, de lo mejorcito de París. No vimos nada en concreto –descartamos el Moulin Rouge-, solo seguimos disfrutando de lo bien que viven los parisinos en las cafeterías y del ambiente navideño.
Luego quisimos ir al cementerio de Père-Lachaise, pero cuando llegamos estaba cerrado (sobre las 6), así que nos fuimos a casa a descansar. Allí preguntamos para cenar y nos indicaron que la calle Oberkampf era ideal para picar algo. Aunque no estaba lejos de casa, anduvimos mucho buscando un lugar donde no nos cobrasen un menú de Navidad que giraba siempre en torno a 60 euros. Al final recalamos en uno con mucho encanto, con una especie de colage en la pared, pero que no recuerdo como se llamaba.
Y ya, poco quedaba para las 12. Como tuvimos algún que otro problema para irnos pronto, las uvas nos cogieron en el metro. Fue algo llamativo tomarlas allí. Justo habíamos bajado del vagón y los que esperaban a irse nos miraban curiosamente. Así que nada, ¡feliz año!
Luego subimos a la zona de Bastille, que era un verdadero caos: la gente gritaba, estaba bebida, llovía (en ese momento nos arrepentimos de no habernos quedado en la calle Oberkampf)… aún así nos tomamos algo. Luego nos fuimos a un bar que teníamos apuntado y parecía más tranquilo. Estaba en la zona, en la Rue Amelot, y efectivamente era más tranquilo. Bailamos un rato y nos fuimos a casa. No era muy tarde, pero había sido un día especial. Especial porque estábamos en París recibiendo 2013 y parece que todas las energías renovadas del viaje nos iban a dar mucha fuerza para el nuevo año.
Fue un poco caos porque ciertas líneas de metro están cerradas ese día, pero buscamos una cercana y fuimos andando. Al día siguiente, visitamos el Centro Pompidou, una zona muy bonita también –entre lo antiguo y lo nuevo; lo underground y lo más fino de París- y paseamos por Marais, para volver andando a casa (Republique).
El viaje había tocado a su fin.
Si queréis leer acerca de los días anteriores podéis echarle un vistazo al primer y segundo día en París.