La segunda parte de nuestro viaje por la Bretaña francesa, tras disfrutar de unos días de playa y naturaleza, está dedicada a pueblos que consideramos irresistibles: cuidados, bonitos, singulares.
En dos días, visitamos cuatro localidades: Rochefort en Terre, Josselin, Mont Saint Michel y Saint Maló (en realidad el Mont Saint Michel pertenece a Normandía pero es fronterizo y puede decirse que la situación geográfica poco importa).
Estas fueron, junto con Locronan, situado cerca de la costa occidental de la Bretaña, las mejores visitas de pueblos-villas, en tanto en cuanto a arquitectura bretona y paisaje. Además, si contáis con más días, tras la visita a Saint Maló, el último visitado, podéis acercaros a Dinan, que también está en la línea de estos y del que siempre hablan maravillas.
A Rochefort en Terre llegamos por la noche tras hacer bastantes horas de viaje desde Biscarrose Plage; algo tarde para alojarnos en un camping francés, pues eran ya cerca de las once, pero pidiéndolo por favor logramos hacerlo, en el Camping Au Gré des Vents.
A la mañana siguiente, después de ducharnos en condiciones y aprovechar para hacer comida y lavar, pudimos acercarnos al pueblo, uno de los más bonitos que visitamos. Bastante pequeño (prácticamente dos calles largas, una bonita iglesia, una plaza central –Ruix- y otras secundarias), la visita no dura demasiado pero es encantadora. Calles empedradas, establecimientos de apariencia medieval y mucha tranquilidad. Además, se puede dar un paseo por el castillo, que no está abierto al público, pero que cuyo entorno es también una gozada.
Ya para el medio día, pusimos rumbo a Josselin, otra localidad relativamente pequeña pero con un paisaje digno de una foto de postal. Bien protegido por su imponente castillo (al que no entramos, precio 8 euros), el pueblo original está en una zona elevada de terreno; en la parte de abajo, pasa el río y hay un paseo para bicicletas o corredores que llega a Malestroit.
Comimos con estas preciosas vistas como fondo y luego visitamos el pueblo, donde probamos por primera vez un crepe. Poco después cogimos el coche para poner rumbo a Saint Michel, otro viaje largo con un final feliz: uno de los parajes y pueblos más bonitos de Francia y por tanto, del mundo.
*Si quieres hacerte con una entrada para visitar la Abadía de Mont Saint Michel, sin colas y recibirla directamente en tu móvil, puedes lograrla en el siguiente enlace: tiqets para la Abadía de Mont Saint-Michel
Cuando te vas acercando y puedes vislumbrar ya la silueta del lugar, comienzas a entender el por qué del revuelo a su alrededor: parece un sueño ver esa imagen. Pero esta imagen no llega a ser una realidad hasta el día siguiente, pues no se puede acceder al monte a determinada hora, debido a que suben las mareas, las segundas más fuertes de todo el mundo tras la Bahía Fundy (en Canadá). Esperamos haciendo noche en uno de los parkings donde todo el mundo espera a la visita, con la suerte de encontrar uno donde no hay que pagar (en una zona de comercios y hoteles que está ya muy cerca del monte).
En esta parte, sale también un camino para poder ir andando. Pero como nunca madrugamos en exceso, preferimos coger los autobuses gratuitos que llevan al monte todos los días.
Tengo que reconocer que la belleza del lugar desciende en la medida que uno se acerca. Quizás porque al estar dispuesto en altura, no tienes una buena vista del lugar en el que estás. Quizás porque está abarrotado de turistas. O quizás porque el pueblo, al estar apretujado en tan pequeño espacio, sabe a poco. Pero aún así merece la pena. Entramos en la abadía, muy bien conservada y con muchas dependencias distintas que visitar.
De nuevo, partimos después de comer hacia un nuevo destino que conocer: Saint Maló. Aunque más que un pueblo, es una ciudad, conserva todavía parte del encanto de los pueblos de aspecto medieval que visitamos: una gran muralla, calles empedradas y aspecto cuidado.
Aunque salvando las distancias con el Mont Saint Michel, esta península, algo más grande, tiene también una peculiar localización y resulta por ello irresistible: la ciudad está rodeada por una muralla en un primer momento y después por el mar. Además, es una gozada pasear por sus playas, amplias y con verdadero encanto, aunque con cierto mal olor por las algas.
Un paseo por sus animadas calles cerró esta también interesante visita y otro día de coleccionar lugares fascinantes. Volvimos a la carrera para meternos de lleno, en los capítulos siguientes, en la Bretaña costera, otra cara atractiva de estas maravillosa tierra.
Os invitamos a leer el primer capítulo de este viaje, que discurrió en el departamento francés de Las Landas.