Hace poco, veía las fotos de uno de mis últimos viajes a la Bretaña francesa y me sorprendía de ver fotos tan bonitas. Me sentía confundida, extraña. Apenas recordaba ya todos esos momentos, encerrados en una semana; todo había pasado rápido, había intentado ver muchas (demasiadas quizás) cosas en poco tiempo y casi no las retenía en la memoria.
Eso me llevó a pensar que me he convertido en una espectadora turística en mis viajes, esos que tanto me gustan. Incluso aunque haga todo por mi cuenta, intente planificar lo menos posible y encuentre esas imágenes o momentos que disfruto como pocas otras cosas en mi vida. Tengo mucha capacidad de olvidarme de ellos pronto y es que tengo claro que siempre duran poco. Muy poco.
Me resultó especialmente llamativo el caso de mi visita a Saint Michel. Como no se permite la entrada para vehículos ni a pie a determinada hora, el parking y la zona que dan acceso a este lugar son una especie de escaparate. Te invade la sensación del “se mira pero no se toca”. Es como sentir que se te escapa de las manos. Y yo, que no puedo dejar de pensar en todo, cuando llego a estos lugares tengo ya en la cabeza la triste nostalgia del momento de abandonarlos.
Y además soy de la opinión de que aunque un sitio sea muy turístico hay que visitarlo; saber cómo es. Si además es muy turístico es por algo. Si luego me da por criticarlo, pues lo critico también. Soy viajera para lo bueno y para lo malo. Y no soy una viajera snob.
Pero no solo me pasa en los viajes en furgoneta, donde como mucho estoy dos días en un lugar. Recientemente, viajé a San Petersburgo durante una semana. Aunque tengo experiencias, lugares e imágenes que guardar para toda la vida, ahora de nuevo la siento lejos; muy lejos. Si me diera por exagerar (lo cuál hago a menudo), podría decir incluso que tengo la sensación de que no ha pasado. De que todo ha sido un sueño.
Bonito sueño, por cierto.
¿Son los viajes una experiencia vacía?
No, claro que no. Me resisto a pensar en eso. Aún tengo muy presentes los viajes a Perú, hace ya cinco años, o a las Islas Griegas, hace tres; muy distintos entre ellos, pero placenteros y no-olvidables. Creo que es importante dejar pasar el tiempo, no agobiarse y relajarse para descubrir que todos los viajes que has hecho han dejado mucha huella en ti.
A pesar de todo ello, supongo que es normal seguir soñando con un viaje sin billete de vuelta; con el día en que el regreso sea algo voluntario; en fin, con la sensación de visitar un lugar y sentir que has formado parte de él.
Hola Irene,
Me ha parecido muy interesante tu reflexión.
La realidad es que considero que esa sensación forma parte de la sociedad de consumo en la que vivimos. Todo está diseñado para pensar en lo siguiente (cual va a ser mi próximo viaje, mi siguiente coche, la moda de la próxima temporada, el próximo smart phone…) y que además nos propone hacer todo de manera rápida (que mejor ejemplo que el fast food).
Precisamente por todo esto, creo que solamente se trata de una percepción, y que como tal, está en nuestra mano el cambiarla, intentando abstraernos de los estímulos externos y viviendo cada viaje como si fuera el último, comiendo en la última tasca, hablando con el último lugareño o llegando hasta el último barrio de las ciudades.
Un abrazo.
Gran reflexión la tuya también Carlos 😉
Todo viene también de la limitación del tiempo. Yo si por mí fuera estaría un año entero viajando y creo que no olvidaría ese viaje, pero teniendo una semana o incluso tres como en algún viaje, siempre tengo la sensación de que se queda en nada.
Espero recordar tu consejo para la próxima vez, aunque suelo intentarlo!
Otro abrazo para ti 🙂