Después de varias jornadas de viaje visitando Las Landas y varios pueblos encantadores de la Bretaña francesa (y Normandía), el próximo destino era la Costa del Granito Rosa, una zona de la que teníamos muy buenas referencias. Esta parte de litoral se caracteriza por la piedra de color rosáceo que inunda su paisaje y las formaciones caprichosas que forma, además de su colorido.
Este fenómeno natural se da entre las localidades de Ploumanach y Perros Guirec, pero nosotros elegimos la primera para pernoctar. Era además momento de volver a parar en un camping, así que nos tomamos el día de la llegada relajado. A la mañana siguiente, decidimos hacer parte de la ruta a pie que une las dos localidades antes mencionadas y en la cual pueden verse las formaciones rocosas que hacen tan característico este lugar. Paseamos con preciosas vistas al mar y a enormes cantos rodados, que ya en el agua o en tierra firme, resultaban muy llamativos.
Además, nos encontramos con playas con un paisaje impresionante (¡una pena que el clima no acompañara y hubiese demasiada niebla!), el faro de Ploumanach, algunas casas que producían envidia y sorpresas como un árbol que se había convertido en una especie de trono donde sentarse un rato a descansar… o a hacerse una foto.
En esta zona hay excursiones a las siete islas, un archipiélago con una rica diversidad animal y especies curiosas, pero nosotros lo descartamos. Eso sí, quisimos comenzar a probar un plato de mar que sería una constante en esta parte del viaje: los mejillones. El ejemplar bretón es pequeño y lo cocinan en todas sus formas, pero de cualquier manera, está riquísimo. Paramos a comernos la primera olla (así es como los presentan) en el restaurante Le coste mor que pertenece un hotel de la localidad de Ploumanach es una situación única: frente al mar. Esta vez los elegimos simplemente a la marinera.
Después de comer partimos a la zona de la Bahía de Crozon, ya en la parte occidental de la península. Llegamos a la Presqu’ile de Crozon y después de ver atardecer en la playa (donde había letreros que prohibían el baño por la peligrosidad y solo se veía gente haciendo surf), cenamos tranquilamente y dormimos en su parking. Como en otros arenales de la zona, un cartel anunciaba que no se podía acampar ni pasar la noche allí, pero había más autocaravanas y no parecía que nadie fuera a decirnos nada. Y así fue.
Al día siguiente visitamos unos acantilados enormes que hay en la zona y dimos un pequeño paseo. Pero mi acompañante, que buscaba playas donde hiciera viento para hacer kite-surf, aseguró que no parecía que las condiciones acompañaran, así que volvimos a cambiar el rumbo y poner la carretera como solución e ir a la Pointe du Torche, donde un folleto turístico de la zona aseguraba que era un buen spot para surfear.
De todas formas, en el recorrido yo tenía señalado un destino que nos pillaba de paso, así que decidimos volver a parar en el camino. Se trataba de Locronan, uno de esos pueblos que los franceses consideran «localidades con carácter» y que se llaman también popularmente pueblos con encanto, magia o como de cuento. Y así es. En las calles empedradas de este lugar todo parece como un escenario de una película de fantasía o de ambientación medieval. Después de un agradable y corto paseo, paramos a tomar el segundo crepe de chocolate del viaje en Les 3 fées, un local muy recomendable.
Llegamos a Point du Torche antes del atardecer y vimos las tablas y las cometas, por lo que decidimos parar y esperar al día siguiente para ver si el tiempo mejoraba. Volvimos a hacer noche en uno de los amplios parkings que también había en estas playas, pero antes nos animamos a cenar fuera (solíamos hacer la cena con comida propia en la furgoneta) en la Creperie de Torche, donde por 26 módicos euros disfrutamos de nuevo de unos mejillones, esta vez a la crema (¡buenísimos!), un crepe salado sabrosísimo de champiñones y tomates secos y cerveza bretona. Esta es otra de las cosas que más se disfruta viajando en furgoneta: el poder elegir ese sitio donde sabes que te van a tratar bien y vas a disfrutar y no por obligación (pues puedes comer en la furgoneta), sino porque realmente quieres.
La pena fue que al día siguiente tampoco hubo viento y tampoco pudimos hacer eso a lo que habíamos ido. Contingencias del tiempo. Por eso, esta vez, decidimos planear una visita y esta fue a las Islas Glenan, un archipiélago cerca de Benodet (esta también localidad altamente recomendable si se busca un lugar tranquilo y bonito donde disfrutar de buenas playas y paisajes), que habíamos oído nombrar como la Polinesia en pleno territorio francés. Pero esto formará parte del próximo y último capítulo sobre nuestro viaje por la Bretaña francesa en furgoneta.