Colliure es imprescindible si visitas Francia; no se trata de un adjetivo baladí. Lo considero así, personalmente, porque al planear mi viaje por la costa oriental gala, en un principio, barajé incluirlo y lo deseché por desviarse de la autopista. Pero después, un hombre que conocimos en Roses nos sugirió que era obligatorio y le obedecimos. No nos arrepentimos, pues así conocimos uno de los lugares más encantadores del periplo: Lo es por su ambiente, por el mar, por sus casas de colores vivos, por los dos castillos que se observan al contemplarla, por el molino que luce en solitario en sus montes, por su rara distribución, por sus puentes, por el puerto… y como el resto de Francia, por los detalles. Por las pequeñas cosas.
Colliure es una población francesa situada en la región de Languedoc-Rosellón de poco más de 3.000 habitantes, por lo que es fácil recorrerla en un día. Es algo difícil encontrar aparcamiento gratuito, por lo que lo mejor es dejar el coche en uno de pago. Y luego caminar y empaparse del ambiente, marítimo y turístico –en el mejor sentido del término: establecimientos cuidados, actuaciones callejeras, etc.-, de este lugar.
Para mí supone un destino muy especial, pues fue el primero que conocimos (está cerca de España, de hecho antaño formó parte de nuestras fronteras) y supuso el inicio de mi admiración por Francia, que luego habría de prolongarse durante el resto del viaje.
Esta atracción se produjo al descubrir baños públicos y gratuitos en el pueblo (en otros lugares de Francia valen dinero, pero aquí no); al ver que los parados no pagan por entrar al castillo y los estudiantes, como yo, solo pagan la mitad; al poder dormir en una zona habilitada para autocaravanas –hay muchísimas en Francia, nosotros viajamos en furgoneta- aunque eso sí, pagando siete euros por 24 horas; al disfrutar del silencio y la paz que se sentía en el ambiente –a pesar de estar a rebosar, en la plaza del pueblo solo se escuchaba un leve bisbiseo-; por observar en directo el halo bohemio que siempre había asociado a este país por vía del cine y otras fuentes, pues tuvimos la oportunidad de ver a un artista callejero tocar la guitarra española a la vez que todo el mundo, alrededor, escuchaba con atención y aplaudía después.
Podemos verlo a continuación:
El Castillo Real de Colliure es una visita interesante que hacer en la ciudad. La entrada vale cuatro euros, dos si eres estudiante o jubilado (reducida) y los parados están exentos de pagar –no te piden, además, ninguna acreditación de ello-. Está muy bien conservado y se pueden recorrer sus múltiples dependencias; además, hay exposiciones en el interior de sus salas. Subiendo las escaleras se puede disfrutar de geniales vistas; el día que fui yo, nublado, divisé a tres valientes bañándose en la playa. Hay otra fortaleza en el lugar que se perfila en lo alto (quizás no pertenezca a Colliure porque se ve a lo lejos), pero intentamos ir en coche a verlo y no hubo manera.
Una vez que bajamos al pueblo, paseamos por sus calles y disfrutamos de lo cuidadas que están y de lo bonitas que son. Los restaurantes están llenos y la gente se pone las botas de mejillones (debe ser la especialidad del lugar porque sus restos se apilan en altas montañas en las mesas de los clientes) y marisco. Yo los veo desde una cristalera, como si un abrigo de Armani se tratara, pues hemos venido con el objetivo de ahorrar en estas cosas, ya que la gasolina saldrá cara. En el puerto, descansamos un rato, con la iglesia Nuestra Señora de los Ángeles al fondo, y con el artista callejero en frente tocando música.
Más datos que dan cuenta de la estrecha relación de Francia con el arte y la cultura, en este caso de Colliure: Por un lado, en este pueblo murió Antonio Machado en el exilio (en la recepción del castillo tienen libros suyos) y su tumba está en el cementerio municipal. Nosotros no la visitamos. Por otro, Picasso, Chagall o Matisse lo visitaron atraídos por su luz y su color y la recrearon en sus cuadros.
Lo dicho: Colliure es imprescindible.
Imágenes: Jesús Acebes e Irene Somoza