Tengo que reconocer que siento predilección por el Norte de España. Ya no solo porque abunde la naturaleza y sea en general muy bonito, sino porque siempre me lo paso bien, me resulta todo muy interesante y me parece que se vive muy bien -¡no hay manera de comer mal allá arriba!-. Por eso, este último fin de semana, estuve en Bilbao y disfrute muchísimo de esta encantadora ciudad y sus alrededores.
Planteamos el viaje con calma, sin madrugar en exceso y sin exprimir todo al máximo. Tengo que reconocer que suelo hacer mis viajes más intensos, pero también creo que hay momento para todo. Este fue un viaje tranquilo y aún así vimos muchas cosas. Teníamos coche, lo que también suponía una ventaja.
El viernes llegamos tarde, para acostarnos pronto y “madrugar” (a eso de las 10 de la mañana). Aún así, hacíamos noche cerca del paseo del río Nervión, que vertebra la ciudad y nos acercamos a dar un pequeño recorrido en coche (nos dirigían y mostraban la ciudad unos amigos con los que fuimos). El paseo por la noche está iluminado y es muy bonito, merece la pena acercarse.
El mirador de Artxanda: vistas únicas de Bilbao
Una visita que es muy interesante y es solo en los alrededores de Bilbao es el mirador de Artxanda. Allí podrás asombrarte con las vistas de la urbe más bonitas, encajonadas en un gran valle rodeado por montañas. Es una maravilla. Se ha puesto el típico cartel con el nombre de la ciudad, en color rojo, como no podía ser de otra manera. Y el entorno es verde norte. Para completar la visita podéis comer en el Txakoli Simón, del que casi todo el mundo habla maravillas por la carne que tiene.
San Juan de Gastelugatxe, una joya natural
Al día siguiente fuimos con el coche a San Juan de Gastelugatxe, un enclave natural muy conocido compuesto por un istmo y una pequeña península donde hay una iglesia. El camino se hace a pie y hay que subir un camino empinado para disfrutar del paisaje, pero merece la pena. Luego nos tomamos algo en uno de los restaurantes de la zona (y también cervecera, Eneperi), la merecida caña acompañada de algo para picar.
Yo ya había estado en este lugar pero disfruté más de él. Visitar un lugar por segunda vez es como revisionar una película, te fijas más en los detalles.
Después paramos en el municipio de Maruri a comer, en una cervecera. Estos establecimientos son pollerías con precios muy asequibles y algunos (como en el que paramos. Su nombre era Jatape) están en los alrededores de la ciudad y por tanto, disponen de un espacio al aire libre. El tiempo acompañaba y pasamos un rato muy agradable. El Norte, tan verde gracias a la lluvia, es un verdadero paraíso cuando sale el sol. Nuestros amigos nos contaban cómo la gente se echa a la calle al mínimo rallo.
Dejando caer el día en la playa de Sopelana
Para bajar la comida, nada como un paseo por la playa. Así que hicimos una parada en Sopelana, conocida como uno de los arenales más preciados cerca de Bilbao, aunque tengo que reconocer que para mí sobraba algo de construcción a lo ancho de la playa. El resto, perfecto. El bonito entorno y el mar eran diez. He leído que justo la siguiente playa es todo naturaleza.
Tras esta parada, fuimos a Getxo, una localidad pegada a Bilbao que está separada de Portugalete por el río y unida por el Puente Bizkaia, un proyecto de Alberto de Palacio de 1893, “anterior a la Torre Eiffel”, recalaban nuestros amigos cada poco tiempo. Además de medio de transporte, se puede subir a este monumento para ver las vistas, pero cuando llegamos ya no se podía subir (cierra justo a las 7). Los tickets se compran en la tienda que está en la parte inferior.
La zona del paseo es muy bonita. Aprovechamos para descansar.
Así cerramos un día largo. Al día siguiente, no cumplimos con nuestro objetivo de despertar pronto y vamos a la zona de San Mamés (el campo del Athletic Club de Bilbao), que está llena de ambiente. Es también zona de pinchos, sidras y xakolin, así que vamos de bar en bar empapándonos del ambiente de la zona (la calle de referencia es Pozas). Comemos y volvemos andando pasando por la Gran Vía, una de las principales calles de la cuidad y donde destacan el Palacio Chavarri, sede del Gobierno civil (en la Plaza Moyúa) y el Palacio de la Diputación Foral de Vizcaya. Luego para volver a casa fuimos por el paseo del Nervión, donde podemos ver el Guggenheim, las torres de Isozaki, el edificio de Iberdrola o el puente de Calatrava. Nos cuentan que antes esta zona estaba ocupada por astilleros e industria y que el cambio ha sido muy grande.
Aún a pesar de que tiene bastantes rasgos modernos, Bilbao ha conseguido mantener un equilibrio estético en esta, la cara más visible de la ciudad.
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