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Vizcaya: Subida al monte Gorbea

Santiago 2 septiembre, 2015

Situado a caballo entre las provincias de Vizcaya, al norte, y de Álava, al sur, el monte Gorbea culmina en su casi kilómetro y medio de altitud una serie de rutas bastante fáciles y asequibles a todo tipo de senderistas y deportistas aficionados. Es, además, uno de los cinco montes bocineros (alturas desde donde antaño se convocaba a Juntas a la gente de los valles a toque de cuerno o por humo de fogatas), distribuidor de aguas entre las vertientes cantábrica y mediterránea y, sobre todo, un icono sagrado para los vascos, que lo frecuentan a diario y mantienen la tradición de recibir el año nuevo en su cumbre nevada.

Su entorno interprovincial, protegido, conforma el Parque Natural más extenso de Euskadi, un conjunto de pequeños pueblos, caseríos, huertos, corrientes de agua y embalses, pastizales, bosque, humedales, matorral y roqueda de crestas calizas, con una fauna variada donde reinan el ciervo y las rapaces y una tradición cultural que mezcla campesinos, pastores, leñadores y carboneros con leyendas de nieblas, noche, cuevas y mitología local de brujas y seres encantados.

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Salimos en coche desde los 140 m de altitud de la hermosa villa de Areatza-Villaro, a medio camino en la N-240 entre Bilbao, vía Galdácano y Lemona, y Vitoria. Al aparcamiento de Pugamakurre, donde comienza la ruta montañera hacia Gorbeiagane, la cima, hay unos 9 kilómetros de carretera de monte bien pavimentada y cuidada que sube en sentido contrario al ríachuelo que baja al valle y desemboca en su arteria fluvial, el río Arratia. Superadas las últimas casas, entre prados de postal donde las ovejas latxas y los caballos pastan a su aire, el bosque se estrecha y ensombrece el camino, que se va distanciando cada vez más del río, sonoro bajo el precipicio. Pronto aparece la primera área de descanso, con un letrero acogedor: Bienvenidos al Parque.

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La vía continúa entre un laberinto de preciosos pinares que la envuelven y ensombrecen y solo en algunos tramos permiten ver o vislumbrar el valle, que va quedando abajo, a nuestra izquierda. Tras otras dos zonas de descanso, Asteitxe y Larreder, dejando a ambos lados algunas pistas forestales y sendas alternativas, alcanzamos la última: Pugamakurre, amplia y hermosa, con capilla, fuente, mesas, barbacoas y picnic entre rocas y pinos y el riachuelo cantarín de aguas impolutas y frías. Estamos a 883 msnm.

Es el momento de dejar el coche y empezar a gastar calorías propias. Un letrero nos guía: Campa de Arraba, 2.8 km 40’. La senda se abre de frente, entre algunas casas que se levantan en sus márgenes. Pronto nos quedamos solo con la Naturaleza: caballos y vacas sueltos, el valle de Arratia que ya empieza a dibujarse abajo a la izquierda y, a la derecha, tras pequeños pinares, el paredón calizo que se levanta amenazante y cercano sobre nuestras cabezas. Es un primer tramo de grava gris con algunas piedras sueltas, bastante cómodo y no muy pendiente.

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El camino está enmarcado por una plantación de árboles aún jóvenes que se van alternando a cada lado, cada uno encerrado en una armazón abierta de madera protegida por tela metálica, formando sendas hileras de grandes cajas blancas que serpentean monte arriba con la apariencia de una lograda instalación artística. Pronto se ve al fondo la Cruz cimera del monte Gorbea, cuya perspectiva cambia con cada curva, que nos acompañará un buen trecho. El altímetro alcanza los 1000 m.

Al final del tramo, se abre ante nosotros una pradera verde, ondulada y extensa, rodeada de montes rocosos y salpicada de rocas sueltas y pequeñas dolinas, con caballos que pastan libres mientras suenan sus grandes cencerros. Es el paisaje de postal alpina de la Campa de Arraba. La señalización sigue siendo perfecta: de frente, se va al cercano Kargaleku, loma cuyo nombre recuerda el lugar donde antiguamente se cargaba el hielo de los grandes neveros del Itzina, algo más arriba, montaña mágica, laberinto kárstico y biotopo protegido plagado de cuevas, simas profundas y caprichosas formas pétreas; nuestra ruta, sin embargo, toma la dirección Egiriñao, 1.7 km 20’, se hace terrosa, ancha y llana y cruza la alta campera por el lado abierto al profundo valle, que ahora solo se intuye, oculto a la izquierda.

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Pero que desviándonos unos metros del camino, pisando la suave ladera verde entre piedras y equinos, podremos contemplar en toda su plenitud bajo el horizonte perfilado, al fondo, de los montes vizcaínos, bien señalados en la mesa-mapa circular aquí levantada al efecto: Gorbea, Gorosteta, Anboto, Uralaitz… Al final de la campa, terminan los jóvenes árboles alineados y los caballos, se cruza una deliciosa alfombra verde, se pierde la visión del Gorbea y la senda se empina en una corta pero fuerte subida para en seguida calmarse e ir bordeando a duras penas la pared rocosa que la obliga a girar hacia la izquierda.

Comienza un tramo no muy largo por una delgada cinta de tierra y roca algo escabrosa, empotrada entre la amenazadora caliza y el precipicio sobre el valle, verde y precioso al fondo. Pero pronto se abre a nuevas praderas y pastizales, mejora el camino de tierra, aparecen las cabañas de pastores y, dejando a la izquierda la desviación al cercano Aldamiñape, cruzamos una entrada natural pedregosa para penetrar en el paradisíaco soto de Egiriñao, escondido bajo las mismas faldas del monte sagrado, el lugar ideal para reponer fuerzas a la sombra de sus magníficos árboles, buscar la protección de su Refugio en caso necesario y disfrutar del agua fresquísima del riachuelo que lo cruza.

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Remontando este contra corriente (aquí ya no hay señalización), se llega a un enorme pedrero que se recuesta sobre el pico Aldamin y sube a la derecha, cruzando el regato, pendiente arriba. Al principio, las enormes piedras dificultan y ocultan el camino, pero pronto reaparece en la fuerte subida hacia el collado. También y definitivamente el monte Gorbea y ya tan solo hay que dejarse guiar hacia su alta cruz, girando a la derecha de espaldas al anterior, ascendiendo ya a capricho entre los perseverantes neveros, sobre la panza verde e inclinadísima de la montaña. Último tramo, breve pero fatigoso y lento, con el regalo final de pisar el techo de Vizcaya. Lo corona la gigantesca Cruz del Gorbea, de diseño eiffeliano en hierro y casi 18 m de altura, es la tercera aquí levantada, pues las dos anteriores, aun más altas, no pudieron soportar el mal de altura (la punzante ironía de los guipuzcoanos, por lo oído, tiende a culpar de ello al grandonismo vizcaíno, cuyas imposibles hazañas, según aquellos, el tiempo acaba poniendo en su sitio: cosas de la eterna rivalidad local).

Un buzón de cumbres y otra mesa-mapa orientativa completan el mobiliario de la cima, redondeado mirador cuya panorámica en día despejado abarca desde el azul Cantábrico hasta la Meseta y desde Burgos y Cantabria hasta los mismos Pirineos. Un viento frío y algo enfadado que invita a bajar nos impide contemplar como quisiéramos tamaño espectáculo. Es el momento del regreso, de desandar lo andado y saborear, ahora más relajados, el paraíso verde.

Fotos: Propias, Flickr y Flickr

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About Author

Santiago

Santi Somoza, de estirpe asturiana en la desembocadura del Eo, allí donde ástures y galaicos se dan la mano, aferrado siempre a su clan galego-forneiro, hipermétrope enjuto, jubiloso jubilado, maestro de nada y aprendiz de todo, pacífico y socarrón, descreído, escéptico, indignado, viajero letraherido y maratoniano corredor de fondo, ave nocturna y perpetrador de tangos, amigo de sus amigos, amante del buen vino y la poesía y, por encima de todo, de sus tres queridísimas mujeres. View all posts by Santiago →

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