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Hay viajeros a los que no les gusta especialmente el verano; existen. Para toda regla, hay excepción, ¿no? Y luego estamos la gran mayoría: los que asociamos verano y viajes, irremediablemente; los que disfrutamos sobremanera de buena temperatura y ropa escasa; los necesitamos remojarnos en una playa inmediatamente cuando el tiempo acompaña y decirle “¡Hola!” al mar; los que hemos forjado una idealización de esta época muy difícil de derribar. Si estás en el segundo grupo, quizás te sumes a esta Declaración De Amor Al Verano

Entonces, seguramente, también te suene eso de esperar con ansia a ver a tu pandilla del verano, quedarte en la calle apurando las horas; de que la elección más difícil sea qué helado comprar; eso de escuchar a los animalitos que nunca llegaste a identificar; disfrutar de las historias de nuestros mayores; el cine de verano; las estrellas de mediados de agosto; las meriendas más dulces del año (bien te daba por comprar muchas golosinas o por rebañarte bien en nocilla)…

Porque nos permite relajarnos más

En verano es como si todo fuera más despacio. Como si, de algún modo, el pilotaje sobre nuestras vidas redujera claramente una marcha (o más). Ayuda que en los trabajos se reduce la intensidad. Ayuda el calor y el imaginario colectivo del verano como aquella época infantil en la que teníamos dos meses y medio de vacaciones. Mucho tiempo libre y pocas responsabilidades; qué buena combinación.

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Son más extrañas aún las personas que aquellas a las que aludía al principio las que no tienen en la retina momentazos vividos en el estío. Y eso cala. De algún modo, el verano nos recuerda que antes nos tomábamos menos en serio; no nos preocupaba una mancha en la ropa porque eso era sinónimo de disfrute; y estábamos 24/7 en la calle. En definitiva, en verano somos un poco más niños que en el resto del año. 

De ahí que bien sea de terraceo, playeo, pueblo o senderismo, uno siente con más pasión aún la libertad o los momentos de ocio. Los momentos de jugar. Se dispara el botón de “hoy no me voy a pedir la última caña” y “ahora se me permite reducir la marcha de la vida responsable y activar lo que realmente disfruto haciendo”. Y nos lo pasamos teta haciendo un poco de eso que tanto nos apetecía pero que habíamos olvidado. 

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Los recuerdos de la infancia

Es imposible que el verano no sea una etapa nostálgica. Era el espacio de tiempo donde todo se paraba para que ocurrieran cosas. Era el mar, lago, piscina, río o pantano; el camping, los viajes, la casa de la playa o el pueblo; los amigos y las relaciones de verano; el olor de tierra mojada con altas temperaturas; la bici para moverte a cualquier lado; eran las ganas de comerse la vida y las lágrimas de septiembre.

Por eso, es pronunciar “ve-ra-no” y sentir un hormigueo, un despelote, un nosequé. Aún en condiciones adversas, con distancia social y con mascarilla (el verano también respeta las reglas, eso siempre). Aún currando o comenzando a trabajar. Aún teniendo ya 35 años.

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No es quizás la mejor época para viajar y aún así…

Con todo lo que mola el verano, he comentado en más de una ocasión que no es mi época predilecta para viajar. Últimamente suelo hacerlo en la primavera tardía o en la etapa más temprana del otoño. Y aún así, tampoco puedo dejar de cogerme unos días o incluso una semana en los meses de julio y agosto. Porque no entiendo un verano entero encerrada en Madrid o sin viajar. Porque lo pasaría demasiado mal sin jugar en la época más divertida del año. Y porque un fin de semana es demasiado poco para mojar el culo en el mar.

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Incluso sin viajar, me muevo más en verano que en cualquier otra época del año. En este 2020 solo tengo una semana planificada de viaje (tampoco se puede tomar este año como ninguna referencia porque hemos tenido un claro revés), pero todos los fines de semana hasta arriba. Porque todo apetece más. Apetece la playa, la piscina, la montaña, el aire libre, las noches en una terraza con una cerveza helada, comer helados, subir montañas, esperar al atardecer, observar la luna, balancearse en una hamaca en el pueblo, conocer los destinos que tienes cerca de tu provincia, escaparte sola a algún lado al que le tuvieras ganas… ¡Todo!

Porque marca un antes y un después

Esta declaración de amor al verano está unida también a una forma de entender el paso del tiempo. Para mí, desde bien pequeña, el final del verano, además de ser un momento algo traumático, era el final del año. Y con septiembre el contador volvía a ponerse a cero. Aún hoy es así. Si tengo que ponerme propósitos, los tiempos los marca el curso escolar y septiembre es el mes perfecto para emprender nuevos cometidos.

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Al final, el verano es el mejor momento para resetear y dejar en las aguas del océano / piscina / lago / río / pantano toda aquella basura que hayamos acumulado durante meses. Por eso, con todo mi amor, celebro el verano y sus aires renovados, que nos sientan tan bien. Y que viva, ¡que viva el verano!

Nota importante: no hace falta aclarar que por la presente situación a raíz del Covid19 este no será un verano igual. Por eso, desde estas líneas pido máxima prudencia cuando salgamos a la calle y disfrutemos del ocio (mascarilla y distancia social), así como atender a las recomendaciones oficiales a la hora de viajar. Saldremos de esta, pero solo podremos hacerlo con el máximo cuidado y respeto por la situación.

por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

2 comentario en “Declaración de amor al verano”
  1. Muy chulo!!
    Aquí otra enamorada del verano. Pero a mí sobre todo me pone nostálgica porque lo asocio con los veranos de la niñez en el pueblo…

Los comentarios están cerrados.

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