El otro día avancé el recorrido de mi último viaje, que tuvo lugar por distintos lugares de España, Francia e Italia, sobre todo el segundo de los países. Sería difícil –y seguramente, estaría peor contado- abarcar todos los días en un solo texto, así que iré “por partes”, nunca mejor dicho. En un último tercer nivel de detalle, dedicaré un post completo para los pueblos que más han merecido la pena.

En este capítulo, relataré el inicio, que abarca varios lugares de la Costa Brava y Colliure, un bonito pueblo costero francés donde comenzó mi relación de amor-admiración con el país galo (también profundizaré con detenimiento en ello, desde luego).

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La primera noche de viaje la pasamos en carretera (en el área de Montseny, ideal porque tenía todo tipo de servicios, hasta duchas y era gratuito). Como se trataba de un viaje en furgoneta, la organización de nuestras cosas en el vehículo comenzaba a tomar forma, aunque la mejoramos mucho con los días. Por la mañana continuamos hasta Begur, pues allí se encontraba una playa (Aiguablaba) que nos habían recomendado y ya que hacía buen tiempo, pensábamos darnos un baño para despedir el verano.

Cuando vimos Begur, nos llamó la atención desde el principio: Tanto por la bonita población, como por el castillo medieval que la corona. Con la idea de conocerla después, partimos a la playa de Aiguablaba por un camino de curvas muy empinado que proporcionaba unas vistas espectaculares de la zona.

playa-aiguablaba

El arenal, de arena clara y aguas claras, era ideal para el refrescante baño que nos dimos. Además, el paisaje era precioso. Me recordó mucho a las calas de Ibiza. Ese día, en el fondo de mí, algo me decía que esa era la verdadera despedida del verano (aunque aún habría de bañarme un día más).

Comimos en uno de los montes de la zona, al final de una carretera. En un lugar excepcional. Os lo muestro:

Por la tarde nos acercamos a Begur, un pueblo precioso y muy interesante al que dedicaremos un post más adelante. Paseamos por sus calles, fijándonos bien en las casas de indianos que hoy se anuncian con placas y degustando cada detalle de las calles, muy cuidadas; subimos también al castillo, que regala además geniales vistas; vivimos el ambiente del pueblo al ver una actuación en directo en la plaza central (no supimos qué celebraban).

begur

Después, nos acercamos a Roses para pasar la noche, concretamente a los embarcaderos de Aiguamolls, que tampoco nos costó dinero, y al estar en pleno campo, pudimos darnos una ducha. Lo hicimos por recomendación de un foro imprescindible para viajar en furgoneta: Furgoperfecto. Este momento fue clave en el viaje, pues allí conocimos a un viajero francés que nos recomendó muchas ciudades de su país y dibujó lo que sería nuestro recorrido.

Por la mañana visitamos Cadaqués (que se muestra en la foto que inicia el artículo), otra bella población catalana conocida porque allí vivió Salvador Dalí, uno de los artistas más brillantes de la Historia del Arte español. Aunque la casa-museo del pintor está en una población cercana (Portlligat), en este lugar dejó herencia artística y hoy hay numerosas galerías de arte, además de más de un espontáneo dibujando (yo me crucé con varios japoneses al oficio en plena calle).

El día que la visité estaba medio nublado, pero este contraste con las casas blancas y el mar, hacían del momento algo especial. Es maravilloso perderse por sus calles, más bien callejuelas, estrechas, irregulares; todo era como sacado de un cuadro. Merece la pena también subir por sus calles y descubrir las vistas desde lo alto. También se puede descansar un rato en su playa -¡pero es de piedras, algo peor para un baño!-.

Destino: Francia

Por la tarde visitamos el Cabo de Creus y el entorno y cogimos el coche para adentramos ya en territorio francés. Siguiendo el consejo de nuestro amigo de Roses, elegimos la carretera nacional que va por la costa en lugar de la autopista y fuimos a Colliure. Por la noche dormimos estacionados en un lugar preparado para autocaravanas (hay muchísimas en el país vecino), en el que pagamos 7 euros por 24 horas.

A la mañana siguiente, recorrimos Colliure y comenzamos a ver cosas de Francia que nos llaman la atención y nos generan una buena sensación: en la visita al castillo yo pagué menos por ser estudiante y mi acompañante, nada por ser parado; había baños públicos en las calles; aunque había mucho ambiente, también había silencio; la gente era muy simpática.

Además, el pueblo nos encantó. Colliure es imprescindible. “Magnifique”, como diría nuestro amigo francés.

colliure

La costa le da un encanto especial y su estampa medieval es deliciosa; por un puente, descubrimos el casco antiguo de la ciudad: establecimientos cuidados al detalle, mercados y tiendas, música callejera… ¡es un verdadero placer pasear por esta ciudad! También le dedicaremos un post exclusivo más adelante. Visitamos también el castillo de Colliure, que merece la pena porque además de sus múltiples dependencias, tiene exposiciones gratuitas en su interior.

Hasta aquí la primera entrega de nuestro viaje.

por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

2 comentario en “España, Francia e Italia – I parte: Costa Brava y Colliure”

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