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En este segundo capítulo de mi viaje por España, Francia e Italia, os contaré la visita a otro pueblo de la costa francesa –Gruissan-, el paso por Sete (vimos que era una ciudad turística, muy masificada y demasiado grande para pasar la noche cómodamente en la furgoneta y la desechamos) y cómo nos desviamos un poco para conocer Saint-Guilhem-le-Désert (en la foto), un pueblo medieval imprescindible y adentrarnos en la Provenza, concretamente en Arlés.

Después de tres noches durmiendo en parkings o zonas de campo (nos duchamos en una de ellas con la ducha de la furgoneta), teníamos ya bastante necesidad de ir a un camping, pues en él todo era mucho más cómodo. Llegamos por la tarde a Gruissan y buscamos uno.

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Estaba en una de las zonas de playa (Ayguades) cercanas a la ciudad y se llamaba Camping LVL les Ayguades. Allí pasamos unas horas aseándonos, lavando, comprando hielo y descansando. Yo no me dormí y escribí anotaciones sobre el viaje, con vistas a la playa y disfrutando del silencio que reinaba, aún a pesar de que había gente.

Después paseamos por la playa y visitamos el pueblo, algo apagado por las horas que eran (¡los franceses cenan a las 8!), bastante normalito pero con encanto y coronado por un castillo. Al día siguiente hicimos una jornada de kite-surf aunque la zona estaba escondida y perdimos bastante tiempo. Está camino de las salinas Saint Martin, pero girando a la izquierda y recorriendo bastantes kilómetros por la arena. Una vez llegas, a pesar de que el kitesurf está prohibido, muchos deportistas hacen lo que más les gusta hacer.

A continuación, os muestro una imagen de Gruissan:

gruissan

Después, comemos en un área cercana a la ciudad y ponemos rumbo a Sete, pasando por Marseillan Plage, donde pensamos pasar la noche, pero lo desechamos por parecernos demasiado apagada. Parece el típico lugar montado solo para las vacaciones de sol y playa y donde todo está destinado a disfrutar en julio y agosto, para después volverse un sitio solitario. No nos gustó. Vamos a Sete y también nos defrauda, es un sitio grande, nada tiene que ver con los anteriores destinos y volvemos a coger la carretera. Fue la única recomendación que nos decepcionó de las que nos dio nuestro amigo de Roses.

Como estamos haciéndonos a conducir bastante, determinamos intentar llegar a Saint-Guilhem-le-Désert y si nos vemos cansados, parar por el camino. Las carreteras para llegar al destino se complican, nos perdemos un poco y el camino se hace más largo que de costumbre. Llegamos de noche y buscamos aparcamiento; vemos en la penumbra el pueblo y vislumbramos una joyita rural. Al día siguiente lo corroboramos y tardamos poco en recorrerla. Breve, pero intenso: no hay detalle que en este pueblo no merezca la pena.

Por la tarde buscamos un sitio para comer y ducharnos y lo hacemos a orillas del Río Hérault que pasa por allí, además de tener aguas transparentes y un paisaje de postal. Nos damos un baño a medias porque no habíamos bajado muy preparados y la roca resbala. Pero pasamos un rato estupendo.

rio-herault

Nos parece que hemos visto todo y volvemos a coger el coche. Esta vez el destino es Arlés. Aparcamos y vemos que también esta (fuimos con una idea equivocada) es una ciudad algo grande. Pero en este caso, yo estoy bastante empeñada en quedarme (me gusta mucho Van Gogh y conozco el cuadro del café de esta población que inmortalizó, así que quiero verlo), por lo que decidimos darle una oportunidad. Pasamos la noche en un parking de una población aledaña y al día siguiente la conocemos.

cafe-van-gogh

Tengo que reconocer que tiendo a mitificar los lugares antes de conocerlos y quizás por eso, Arlés me gustó tanto. Me encantaron sus calles, su toque de decadencia, por supuesto conocer el café Van Gogh (ahora muy turístico pero imponente; se puede ver sobre estas líneas) y descubrir sus vestigios como ciudad del Imperio Romano. El segundo día nos fuimos a un camping en un pueblo cercano, Sant Guillem, y pudimos hacer las cosas que nos iban quedando pendientes. No tardaríamos mucho en salir hacia un nuevo destino.

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por Irene

Periodista desde 2008. Inquieta y curiosa de toda la vida. Abierta a todos los planes; ¡no hay destino que no merezca la pena!

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